Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 29 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIX

No era más que un polvo, le dijo el conde a su amado esclavo, pero en los días que siguieron a la noche en que desvirgó a Lotario, Nuño no sólo usó a sus esclavos y sobre todo a su predilecto mancebo, con el que hacía el amor sinceramente, sino que repitió todos los días con el capitán hasta que llegaron a Pisa y se reunieron con el resto de la comitiva.
Y una vez instalados en esa ciudad, se lo siguió ventilando cuando le dio la gana.
Algunos acontecimientos facilitaron el cambio de talante del soldado, pero lo fundamental fue la obra de reeducación que Nuño llevó a cabo con él a base de esfuerzo y dedicación diaria y, ante todo, mucha paciencia y calma para dominar su cólera a veces y no estallar de ira.


El momento crucial donde Lotario bajó la guardia y desmontó sus últimas defensas, tuvo lugar la segunda noche que pasaron en Pontedera, en la misma confluencia de los ríos Era y el florentino Arno. Allí, ya sin necesidad de cadenas ni cepos, al capitán le entraron ganas de orinar y el conde que lo observaba en silencio, lo cogió por detrás nada más bajarse las calzas Lotario, que se dobló y puso el culo en cuanto se lo ordenó el conde.
Y éste lo montó sin ningún resquemor ni oposición por parte del soldado en el mismo establo donde cepillaba el caballo, trincándoselo sin apenas lubricarlo antes. Al capitán no sólo le gustó sentir el roce de la verga dentro del culo, sino que le daba morbo y lo excitaba ese dolor agudo que notaba al principio en cuanto se la clavaba a fondo y de golpe.

También le cogió gusto a mamarla, pero lo que sin duda alguna prefería era sentirse humillado y poseído por el valiente y poderoso guerrero y notar como unas sacudidas calientes y sucesivas, en poco tiempo le llenaban la tripa de semen y le provocaba unos retortijones en el vientre y la sensación de cagarse patas abajo al salirle esa leche por el ano, escurriéndole por la parte posterior de sus muslos.
Sobre todo si lo follaba de pie y a bote pronto sin darle tiempo a ponerse con el culo en pompa agarrándose o apoyándose en algo para no caerse de bruces.
Las embestidas de Nuño eran muy fuertes y desconsideradas y de no sujetarlo bien por el pecho, para sobarle de paso los pezones, el capitán perdería el equilibrio dándose de morros sobre la paja, si era en una cuadra, o contra el puto suelo si estaban en otro lugar. Y desde entonces ya no hacía falta que mediasen palabras. El conde aparecía y con una simple mirada llena de deseo y lujuria, Lotario ya se empalmaba y se daba la vuelta para descubrir el culo y separarse las nalgas con sus manos.
Parecía mentira que en tan poco tiempo se hubiese enviciado tanto en eso de dejarse follar por otro macho. Pero esa era la realidad y contra el gusto que un hombre pueda sentir con tales prácticas sobran las palabras para explicar lo que se manifiesta con tal evidencia y más frecuencia de la que pudiera sospecharse desde un plano exclusivamente heterosexual.

Incluso se diría que cuanto más masculino y viril sea el macho, si le coge gusto a poner el culo, puede ser la criatura que más goce y mayor placer le dé al hombre que se la calce.
Pero para llegar a esa situación, aunque fue rápida, el conde tuvo que luchar mucho y con insistencia para lograr la entrega incondicional de Lotario.
Horas de castigos, humillaciones, azotes, hambre y sed.
Y ante todo, ir desmontando sus esquemas anteriores y hacerle ver que el placer nunca es malo, sea cual sea la forma y manera de sentirlo. Ni que el agujerearle el culo otro hombre menoscababa su condición de macho ni mermaba en absoluto su virilidad. Simplemente era otra manera de gozar y explorar las múltiples facetas de la sexualidad humana, en ocasiones muy similar a la del resto de los mamíferos. Y, al principio, lo principal para Lotario era que sólo ellos supiesen lo que ocurría en eso encuentros, casi furtivos, y nadie más fuese testigo de su flaqueza. Y era en vano que Nuño intentase convencerlo de que no era una debilidad reprobable, sino una mayor fortaleza de carácter y valor. Pero pulir esa parte vendría con algo más de tiempo y el conde no tenía prisa para conseguirlo todo con tanta celeridad. Hay cosas que es mejor digerirlas despacio y mascullarlas a solas para ir entrando en razón sin presiones ni verse avocado a ellas solamente por la fuerza.

En todo caso, y como ya se dijo, ayudó mucho para que el capitán se apaciguase y amansase, adoptando una aptitud pacífica con todos ellos, incluso con el mancebo a pesar de haber matado a Isaura, que Carolo le pidiese al conde que le dejase cederle la fortuna del obispo a Lotario, porque él no la quería, ya que después de todo aquel tipo no era su padre y si lo era del capitán. Y en justicia él tenía más derecho a poseerla.
Eso conmovió al recio soldado y vio claro que su animadversión contra el chico era más obra de Isaura que de sus propios sentimientos hacia él, ya que siempre le había caído bien aquel chaval y le había enseñado muchas cosas sobre lucha y otras actividades de caballeros. Y entendió que no tenía que odiarlo sino quererlo como antes y agradecer al conde que accediese a los deseos de Carolo.
A partir de entonces todo cambió entre el capitán y el muchacho y éste le pidió perdón por haberle herido gravemente. Pero le fue imposible fingir que sentía la muerte de Isaura ni la del obispo. Esa reconciliación entre los dos, anuladas las sinrazones que los separaban hasta enfrentarlos a muerte, llevó a que Lotario viese con otros ojos al resto de los chavales, especialmente a Aniano, y por supuesto a Nuño, al que ya no odiaba ni sentía el desprecio y asco que le infundió la primera vez que lo sometió atado a aquel odioso potro de tortura, para terminar violándolo.

Ya les quedaba poco que hacer en Italia y Pisa era el penúltimo eslabón que les faltaba para rematar la embajada del rey de Castilla en Génova, antes de pisar el suelo de Francia y proseguir viaje de vuelta a casa después de pasar otra vez por el reino de Aragón e ir también a donde estuviese la corte de Castilla para rendir cuentas ante el rey Don Alfonso X de la encomiendo realizada.
El conde tenía ganas de verse nuevamente en su castillo y estar con Doña Sol y a sus hijos, pero, sobre todo, tenía ganas de ir a la torre y cazar en el bosque negro en compañía del mancebo y volver a disfrutar de sus tardes de placer como antes de emprender este viaje.
Es verdad que ahora tenía más esclavos que también compartirían los juegos y los momentos de gozo en los tranquilos días que vendrían estando en sus tierras, mas ese aspecto todavía no lo perfilaba del todo y su mente sólo veía lo que más anhelaba. Brisa y Siroco cabalgando sin silla ni bridas y su amado y él montados en ellos y lanzados hacia el riachuelo donde solían bañarse y amarse los dos en solitario. Y, por supuesto, echaba de menos a su esposa y las tardes de sexo y charlas en el panteón a la entrada del bosque.

Su anfitrión en la república de Pisa era Don Indro Carlotti, Un noble, todavía joven y guapo, rico, pero algo afeminado, que alucinó y se meó de gusto al ver entrar en su casa al conde seguido de Lotario y el resto de los chavales e imesebelen.
Nunca en su palacio se había reunido tanta hermosura ni tales machos con esa fortaleza muscular y cargados de lujuriosa sensualidad.
Y a la vista de ellos, no era raro que aquel hombre se sintiese de pronto en la gloria y su mirada se perdiese gozosa en la entrepierna de Lotario y se quedase prendado de sus músculos y ese aspecto duro que le daba a su rostro la sombra oscura de una barba a medio crecer. No se había rasurado en varios días y la cara del capitán rascaba y pinchaba las mejillas y labios de quien lo acariciase antes de besarlo.

Por supuesto el conde no pensaba hacerle un favor ni tampoco se lo había hecho Froilán que ya disfrutaba de su hospitalidad mucho antes, así que ambos nobles andaban con evasivas ante las continuas insinuaciones de Don Indro.
Nuño ya tenía bastantes bocas y culos que llenar, como para tener que preocuparse de saciar al dueño de la casa, por muy amable y afectuoso que se mostrase con todos ellos. Y sus esclavos por supuesto que tampoco. Como mucho podría ordenarle a uno de los imesebelen que le mostrase a ese tío el cipote y, si se ponía meloso y excitaba al negro, pues que lo empalase y le hiciese ver el firmamento en una noche sin luna y cubierto el cielo de gruesas nubes.
Lo fundamental sería tenerlo contento, pero sin que los molestase a ellos en sus juegos con sus jóvenes esclavos.

Al día siguiente de su llegada, Nuño y Froilán salieron con todos los chicos para conocer la ciudad y se admiraron de las bellezas arquitectónicas que vieron.
En la Piazza del Miracoli les fascinó la catedral románica de estilo pisano, construida en mármol y su portal de bronce, realizado por Bonanno Pisano, y sobre todo quedaron asombrados ante la alta torre del campanario que en lugar de estar derecha como todas, se inclinaba ostensiblemente y sorprendentemente no se caía del todo.
Les explicaron que se debía a la naturaleza pantanosa del terreno y que en la ciudad había más edificios torcidos por esa causa. Pero que no había miedo de que se cayesen al suelo. De allí fueron a la pequeña iglesia gótica de Santa María della Spina y después pasaron por la de San Pietro in Vinculis, donde se fijaron y les encantó su pavimento de mosaicos elaborados con antiguos mármoles romanos.
El paseo fue agradable e ilustrativo para todos y fundamentalmente para los más jóvenes. Y al regresar al palacio de Carlotti les esperaban nuevas noticias.