Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIV

No era una postura muy cómoda en la que se encontraba Lotario. Tenía la cabeza atrapada en un cepo y estaba doblado sobre una tabla en la que apoyaba el pecho y parte del vientre, mirando al frente pero sin ver más que la pared que tenía delante y de la que colgaban panoplias con armas tanto para atravesar y sajar cuerpos como para machacar y aplastar cráneos. Se dio cuenta que lo habían metido en una armería y comenzó a hacerse idea de lo que podía esperar de todo aquello. Todavía le dolía la herida, pero no sangraba y por ese lado no se iba a acabar su vida ni le quedaría lesión permanente. El peor problema lo tendría ahora y no imaginaba nada bueno dada su situación.


Lo que menos soportaba era esa manía de tenerlo totalmente desnudo como si fuese un caballo o un perro, pero al menos ya no tenía frío ni la humedad se le metía en los huesos como en la sucia cueva donde lo encerraran al principio. Tampoco entendía bien el motivo por el que le habían atado los tobillos a un travesaño que cruzaba la base de esa especie de banco de madera donde estaba atado, con los brazos hacia el suelo y las piernas separadas dejando el agujero del culo a la vista al tener las nalgas separadas también.
Pensó que querían empalarlo o cualquier otra atrocidad que se le ocurriese a su verdugo y sólo rogaba en silencio que le viniese la muerte cuanto antes y supiese acabar sus días con cierta dignidad para no avergonzarse de su miedo al reunirse con Isaura en el otro mundo.

Oyó que una puerta sea abría a su espada y un golpe seco y fuerte volvía a cerrarla. Unos pasos se acercaban a él y escuchó otra vez la voz del conde: “Se diría que hasta estás cómodo puesto así... Lo malo es que como estés mucho tiempo en esa postura no podrás ponerte derecho en unas cuantas horas... A todo se acostumbra uno. Y más una bestia fuerte y todavía sin domar... Y vamos a empezar tu educación para que seas un buen animal para tu amo... Ya se sabe que a un toro es mejor convertirlo en cabestro para que servirse mejor de su fuerza. Por eso voy a caparte. Y, antes de nada, te ataré los cojones con esta correa, apretándola bien y estrangulándotelos, para que al cortarlos no sangres demasiado.
No vaya a ser que después de curarte uno de mis esclavos una herida mortal, ahora te desangres al caparte... Es una lástima dejar sin huevos a un ejemplar como tú, pero lo prometí cuando escapaste de Viterbo con el cofre del obispo. El castigo era más para Isaura que para ti, aunque te quedabas como un eunuco y encima sin voz atiplada, pues ya te coge mayor la castración, pero el asunto es que ella tuviese a su lado a un cabestro en lugar de un semental... Sin embargo, ahora eso ha perdido el sentido al estar muerta. Así que hasta podría proponerte un cambio.
Tus testículos por la virginidad de tu culo. Seguirías entero, pero desflorado y con el culo roto y abierto. Si lo piensas, eso no es tan terrible ni siquiera para un macho tan viril como tú...
A otros muchos les encanta sentir una verga dentro de sus entrañas... Y puede que una vez que pruebes a ti también te guste esa sensación de ser la puta de otra macho más fuerte que tú.
Y, además, más joven y en plena potencia sexual para dejarte bien saciado el vientre y lleno de leche. Porque tú ya no cumples los treinta. Y la verdad es que tu cuerpo y ese culo redondo que tengo ante mí, abierto de nalgas, me resulta tan excitante o más que el de un imberbe.
Incluso ese vello oscuro y rizado que cubre tus cachas y las piernas desde el inicio de los muslos hasta el tobillo, me pone cachondo como para desear montar a una bestia de carnes tan recias y macizas como estas”.
Y el conde le atizó con todas sus fuerzas una nalgada en el culo a Lotario que le hizo bramar como un becerro enfurecido.

El conde le amarró fuertemente los cojones con la correa y tiró de ellos hacia abajo para atarla a la base del banco de doma. El capitán chilló como si le pisasen los testículos, pero el conde volvió a hacerle callar a base de contundentes azotes en las posaderas.
Ya estaba preparado el animal para el sacrificio y Nuño se puso frente a él para que lo viese bien y supiese como era el hombre que iba a someterlo a su capricho.
Lotario le escupió y el conde le arreó dos ostias que le dejaron la cara roja y temblando. Y volvió a repetir en voz alta pero sin llegar a gritar ni demostrar que no era tan sencillo hacerle perder los nervios: “Te he dicho ya más de una vez que no seas maleducado!. No se escupe y menos a un señor que va a ser tu amo antes de lo que supones... Si lo vuelves a hacer las consecuencias serán nefastas para ti”.
“Cabrón, hijo de put...”, quiso gritar Lotario pero se le quedó el grito en la garganta a medio salir con otra guantada que le metió Nuño en toda la boca.
“Se ve que no aprendes si no es con palos”. Y se hizo con una vara de fresno, que ya estaba preparada y al alcance de su mano, y comenzó a atizarle con ella tanto en la espalda como en los glúteos hasta que el capitán ya ni chillaba ni podía quejarse de tanto ardor y dolor sordo que entumecía sus músculos al tensarlos y aflojarlos para soportar los espaciados varazos que recibía.

Molido y con la piel a rayas, Lotario guardó silencio y escuchó al conde otra vez: “Parece que no entiendes lo que te juegas. Seguir siendo un macho entero a cambio de abrirte de patas para ser enculado por otro macho mejor que tú... Bien. Entonces procedamos con la capa.... Al fin y al cabo, sin huevos, sin dinero y sin honor ni protección de ningún poderoso, tu destino no es otro que servir de puta para que te follen tíos de la peor ralea en un miserable burdel... Y al fin de cuenta también pondrás el culo porque no tienes coño. Será gracioso ver a un castrón peludo contonearse y enseñar el culo como una vulgar mujerzuela... Ahora lo primero es ordeñarte para vaciar tus cojones y evitar que al cortarlos salpiquen de leche... Aunque no estoy muy acostumbrado a ordeñar vacas, intentaré esmerarme para dejarte los huevos secos”. Y Nuño agarró con su manaza la verga arrugada de Lotario y se la empezó a cascar para empalmarlo y sacarle todo el semen que pudiera tener en los testículos.

En realidad el conde tenía curiosidad por saber como la tenía de grande el otro y no tuvo que esperar mucho para averiguarlo. El carajo del capitán enseguida creció y engordó y el conde exclamó: “Joder!. Menudo cipote te gastas!
Ahora entiendo por que tenías encoñada a Isaura!... Que pena dejártelo inútil... Pero tuviste la oportunidad para conservar tu integridad... Ahora vamos a ver cuanta leche das”.
Lotario gruñía como un marrano luchando infructuosamente contra la naturaleza que respondía a la masturbación que le hacía el conde. Su verga se hinchaba y el glande engordaba aún más, anunciando ya la salida del esperma. Y lo soltó en un cacharro que Nuño cogió para recogerlo.
Era una buena cantidad de semen y Nuño volvió a lamentar esterilizar a un garañón tan fértil y potente como Lotario. El capitán eyaculó con grandes espasmos y temblores para quedar rendido por la tensión y el esfuerzo en contrario que había hecho para no correrse.


Y entonces el conde tenso más la correa atada a los huevos del capitán y éste gritó desesperado: “Basta!... No... No quiero perderlos!”.
Nuño aflojó un poco y preguntó: “No quieres perderlos?... Y eso que significa?”. Y Lotario gritó más fuerte: “Que no me capes, joder!... No quiero ser un puto eunuco!”...
Nuño añadió. “Lo entiendo, pero para no serlo que es necesario?... Quiero oírlo de tu boca”.

Hubo un silencio tenso y corto, pero eterno para los dos. Y el conde insistió. “Dilo, cabrón!”. “Y Lotario lo dijo en voz baja: “Doy el culo a cambio”. “No he oído nada...
Debes hablar más alto porque estos muros deben absorber el sonido”.
“Fóllame, hostias!. Y termina cuanto antes con este suplicio”, grito Lotario llorando lagrimas de humillación y rabia.

Nuño sonrió, pero no le bastaba con esa resignación forzada. Y dijo: “Bien, pero no es así como deseo darte por el culo... No es un castigo sino cambiar tu condición de gallito chulesco y folla coños por otra mejor de macho dominado y sometido por otro semental más fuerte y dotado para cubrir a otros ejemplares de su especie e igual sexo como si fuesen hembras... Así que dejaré que lo medites y te calmes y más tarde volveré a ver como respiras y si estás más dispuesto a entregarte como debe hacer un lobo cuando lo monta el jefe de la manada... Quédate con tus pensamientos y valora más lo que ganas que lo que puedas perder... Y desea fervientemente que no se me pasen las ganas de joderte, porque eso sería tu ruina”.
Y dicho eso, el conde se fue y dejó a Lotario con la piel ardiendo, los cojones encogidos y los ojos irritados de comerse las lágrimas.