Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 6 de marzo de 2012

Capítulo LXXXIII


El conde había metido a Lotario en otra habitación, dejándolo desnudo y encadenado, después que unos criados del palacio lavasen su cuerpo y Guzmán volviese a aplicar el mismo ungüento en la herida y vendársela de nuevo para que terminase de cerrarse y cicatrizar sin problemas de infecciones. El capitán se revolvió contra el mancebo al verlo aparecer y el conde le arreó un par de guantazos en la cara repitiéndole otra vez que no fuese maleducado ni desagradecido.
Guzmán, al atenderlo y proceder a curarlo, le dijo que sentía la muerte de Isaura, pero que para su amo la vida de Carolo estaba por encima de la de ella y no tuvo otra opción que lanzar contra su pecho el puñal. Si ella no hubiese pretendido herir de muerte al chico aún estaría viva. Sin embargo, las circunstancias desencadenaron toda esa reacción agresiva por su parte que ocasionó la violencia conque se escribió ese final para ella.

Lotario le escupió en la cara a Guzmán y recibió otro manotazo en los morros que le propinó el conde con muy mal genio y peor leche. Luego lo dejaron solo y Nuño mandó que colocasen un cepo en ese cuarto para enseñarles más tarde buenos modales al irritado soldado. El mancebo iba detrás del amo camino de los aposentos donde esperaban los otros esclavos con el mozo ya limpio y cubierto con una ligera túnica hasta los pies. Y al entrar, Nuño quedó parado al ver a Aniano de pie en medio de la estancia. El sucio rapaz era ahora un hermoso muchacho de pelo liso del color del trigo maduro y miraba al conde con unos ojos transparentes que recordaban el agua cristalina de un regato de montaña. Estaba precioso tan aseado y hasta el amplio paño que tapada su cuerpo lo hacía atractivamente sugestivo al dejar adivinar unas formas que a Nuño se le antojaban apetitosas.

Carolo miraba a ese crío como si acabase de descubrir una joya deslumbradora y el otro esclavo de cabellos más rubios que los del chaval, también parecía admitir con los ojos que ese humilde mozo era digno de haber nacido en una casa tan noble como la suya. Guzmán se adelantó a su amo y dirigiéndose a él le dijo: “Mi amo, ya ves que debajo de tanta mugre había algo más que agradable. Este chico es muy guapo y observa de cerca su piel y su carne”. Y dicho eso, el mancebo tiró hacia abajo de la túnica del chaval e hizo que cayese a sus pies dejándolo en pelotas.


Aniano sintió algo de vergüenza al estar desnudo delante del conde y se ruborizó, pero Nuño lo cogió de la mano y le dijo: “Nunca te avergüenzas de tu cuerpo ante nadie, porque no sólo no tienes motivo para ello, sino que sería desagradecer lo que la naturaleza tan generosamente te ha dado. Disfruta de tu belleza y no temas mostrarla porque quien sepa apreciarla te agradecerá que la enseñes... Mírate en este espejo y dime que ves”.
“Mi cara, señor”, contestó el chico. “Y crees que es fea?”, preguntó Nuño. “No, señor”, respondió Aniano. “Y estos muchachos te perecen feos y desagradables?”, insistió el conde.
“No, señor... Al contrario me agrada verlos tan hermosos y fuertes”. Nuño volvió a preguntar señalando a Carolo: “Y este que es de tu edad, te gusta?”.
“Sí, señor... Parece muy viril y fornido”, admitió el chaval. Y el conde le ordenó a Carolo que se desnudase. Aniano vio al otro chico en cueros y con la verga excitada y Nuño le dijo: “Sabes por que su polla se ha empalmado?”.
“No, señor”, contestó tímidamente Aniano. “No lo sabes y, sin embargo, a ti te ocurre lo mismo y tu pene se está levantado y poniendo duro... Te das cuenta cual es el motivo?”.

Aniano no se atrevía a responder y el conde insistió: “Tampoco tengas vergüenza en decir lo que piensas y sientes, porque no es malo que te atraiga y te excite el cuerpo de otro hombre y más siendo tan joven y hermoso. Responde a lo que te he preguntado”. Al chico se le bajo la polla y contestó: “Le agrado y él a mi también me gusta, señor... Pero no me atrevo a desearlo porque por su aspecto es un noble y yo sólo soy un pobre criado sin padre y con una madre que me dejó huérfano y en manos de un padrastro a los trece años... Era un hombre ruin y borracho que me violó en cuanto cumplí los catorce y casi todas las noches, al volver de la taberna ciego de vino, abusaba de mi cuerpo como si fuera el de una ramera, hasta que hace un año cayó por un barranco al no poder sostenerse sobre el burro que montaba por estar totalmente bebido... Desde entonces mi cuerpo tuvo descanso y nadie más entró en mí”.
“Y nadie volverá a entrar si tú no lo deseas... Pero que te parezca un noble no quita para que tú puedas apetecerlo y él a ti. Además ahora sólo es uno de mis esclavos y por tanto menos que un criado como tú”, aseguró el conde.

Carolo se acercó al otro chaval y le besó en las mejillas. Y como el metal se pega el imán, los dos chicos se abrazaron sin que nadie les dijese que lo hiciesen. Se miraron a los ojos y sus bocas se juntaron como impulsados por una fuerza superior a ellos que les dictaba lo que debían hacer. Se movían y reaccionaban por instinto como dos cachorros que comienzan a descubrir con los juegos las facultades que les ayudaran en un futuro no lejano a sobrevivir en medio de un entorno salvaje y despiadado.
Carolo unió su saliva a la de Aniano y éste se puso tan caliente que su pene latía en el aire y goteaba ansia de sexo sin poder contenerse. Nuño sonreía y el mancebo lo miró para saber cuales eran sus intenciones y un simple guiño del amo contestó lo que quería saber Guzmán.

El conde quería aparear a los dos muchachos y ver como gozaban sacando de sus cuerpos toda la lujuria que producían en sus turgentes testículos de cachorros. Y no hizo falta mucho para que primero se arrodillasen sin soltarse y al poco tiempo rodasen por el suelo echos un nudo, lamiéndose y mordisqueándose por todas partes, hasta que con un giro sobre si mismo, Carolo dejó al otro encima suya y le agarró el culo con las dos manos para separarle las nalgas y meterle un dedo por el ojo del culo. Aniano gimió con fuerza y relajó el esfínter dejando que el otro lo penetrase con dos dedos sin necesidad de saliva. El pecho de Carolo estaba pringado de babas serosas y blanquecinas, al igual que su vientre, pues su pene también soltaba babilla en abundancia.

Aniano se inclinó para morrear a Carolo y éste le clavó los dedos hasta el fondo del culo aprovechando la separación de las nalgas del muchacho y que dilatación de su ano era total. Estaban encelados el uno con el otro y sus sentidos sólo apreciaban lo que se hacían y notaban en sus cuerpos y todo lo demás que los rodeaba se borró de sus mentes como si ellos fuesen los únicos habitantes sobre la tierra. Carolo no tenía más atención que la puesta en el otro crío y los sentidos de Aniano sólo apreciaban la presencia del otro joven que lo excitaba con su aliento y su aroma a sudor fresco y sexo a punto de estallar.

Siguiendo un instinto ancestral, Aniano buscó con el agujero del culo el punta de la polla de Carolo y se sentó en ella engulléndola de golpe en su recto. Carolo notó una sacudida dentro de Aniano que le contagió a él también y los dos comenzaron a moverse al mismo compás como danzando los pasos de un ritual atávico y eterno. En realidad se estaban follando uno al otro y ambos llevaban la iniciativa en ese acto carnal de apareamiento. Y después de dejarlos jugar un rato, Nuño ordenó que Aniano se pusiese a cuatro patas en el suelo y Carolo lo montase por detrás para cubrirlo y preñarlo como a una potra. Y dicho y hecho, los dos críos obedecieron como autómatas y en un santiamén ya estaban enganchados otra vez y echándose un polvo de muerte.

Carolo le daba fuerte y el otro resoplaba y gemía suplicando más rabo para alimentar su culo hambriento de muchos meses y nunca saciado por una verga tan sabrosa y potente como la del joven macho que lo estaba jodiendo ahora. Pero Nuño quería más espectáculo y le ordenó a Iñigo que, puesto en pie delante de Aniano, le metiese la polla por la boca y se la follase hasta correrse dentro. Y eso no le costó esfuerzo al esclavo pues ya estaba cachondo como un burro viendo la follada de los otros dos. Ni ascos le hizo Aniano a esa otra verga que le iba a alimentar con su leche nada más ordeñarla con los labios. Se ve que aunque había comido bien, necesitaba un postre más vitaminado para quedar satisfecho su estómago a la par que su vientre con la descarga de semen que le estaba metiendo Carolo por el culo. Y Nuño se acordó del capitán, que lo tenía bien amarrado con cadenas pero solitario y sin saber que le deparaba el destino en poder del conde feroz, más conocido por el poderoso conde de Alguízar.