Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 11 de septiembre de 2011

Capítulo XXIV

Habían andado muchas millas, procurando adquirir provisiones o detenerse a descansar en lugares seguros, o recogerse bajo techado para pasar la noche en las poblaciones que consideraron más adecuadas, pero sin perder demasiado tiempo e ir avanzando hacia la costa catalana sin pausas excesivas ni innecesarios retrasos. Y así visitaron villas y ciudades, más o menos pobladas, pero que en todas ellas podían obtener lo que necesitaban para restaurar las fuerzas y devolver a sus cuerpos el brío necesario que les hacía falta para continuar el largo viaje emprendido desde las tierras de Castilla. Desde Zaragoza, pararon en Villafranca de Ebro, Bujaraloz, Fraga, Alcarrás, esta última ya en Cataluña. Y se detuvieron dos días en Lleida, donde Froilán poseía una torre. Luego proseguirían hacia Tarrasa, que sería la última posta antes de entrar en Barcelona.

Y esos estadios, hasta llegar a Lleida, los mantuvo el conde sin titubeos ni que le doliesen prendas, aunque viese a los chavales ojerosos a veces, por falta de sueño o excesivas cabalgadas en una sólo jornada. Y eso podría aplicarse tanto a las hechas sobre el caballo, como debajo de sus amos al darles por el culo. Pero ya en la torre de Don Froilán, dejó que descansaran todos a sus anchas, sin regatearle a nadie el sueño reparador, ni que se divirtiesen con juegos y otras distracciones. Nuño era un hombre recio y su fortaleza contagiaba a sus muchachos y al resto para seguirle, aunque tuviesen que arrastrar el culo por el suelo.

Una vez acomodados en la torre, Guzmán pensó que era conveniente ir al mercado para comprar alimentos frescos, puesto que dado el reducido número de servidores del predio, no contaban con recursos suficientes para saciar el hambre de todos los acompañantes de su señor. Y menos si se tiene en cuenta la envergadura de los ocho negros y que todos eran fuertes y jóvenes todavía. Y puestos a comer, tanto esclavos como señores gozaban de un apetito feroz. El conde le autorizó al mancebo ir de compras con Hassan y dos africanos, no sólo como escoltas sino también para cargar con las provisiones. Y más contentos que unas pascuas, los dos chavales salieron de la torre con los negros en dirección al meollo de la ciudad.


Y al ir caminando sin prisa, Hassan le preguntó a Guzmán: “Amo, no has reparado en lo guapo que es Jafir”. “Es que acaso te gusta el más joven de nuestros guerreros?”, repreguntó el mancebo. Y Hassan se explicó: “A mí no, amo. Pero Abdul sueña con él por las noches. He logrado que sea uno de los que nos acompañan para que lo veas bien y te fijes en su cara. Tiene unas facciones muy bien hechas y sus músculos son impactantes, amo”. “El mancebo miró de reojo al joven guerrero y añadió: “Sí. Su cabeza podría haber sido esculpida por un hábil artista. Y realmente todos ellos parecen hechos de hierro y pedernal. Son fuertes como toros!. No es raro que le gusten a un muchacho. Y a él también le gusta Abdul?”. “Sí, amo. Cada vez que está cerca de Abdul y se miran a los ojos, a Jafir le crece el miembro y sus bombachos forman una carpa sorprendente. Tiene una verga tan grande como la de un burro, amo”, afirmó Hassan. Guzmán se rió y le dijo: “Qué exagerado eres!. Pues como sea tan grande como dices no creo que se la pudiese meter por el culo al pobre Abdul!. Tiene un buen culo, pero para un tranco tan contundente como aseguras, hace falta tener también un agujero considerable!”.

Hassan se arrimó más a Guzmán y como si le confesase un secreto le dijo: “Amo, eso tiene solución. Yo sé preparar un ungüento que hace que cualquier orificio se ensanche y se abra cuanto sea preciso. Con un poco que se le ponga en el ano a Abdul, no tendrá problemas para tragarse la verga de Jafir por muy gruesa y larga que sea. Le entrará toda como si fuese el pipí de una criatura”. “Hassan, eres tremendo cuando te propones algo!”, exclamó Guzmán, mirando otra vez al joven negro que iba tras ellos. Y el mancebo le preguntó al esclavo: “Y a ti no te gusta ninguno de ellos?”. Y el eunuco no dudó en responder: “No, mi amo. Yo únicamente serviré a mi señor y siempre haré lo que él desee. Y sólo si me ordena darle placer a otro hombre, usaría todas mis artes para obedecer su mandato. Ese es el verdadero destino de un esclavo castrado y mi auténtico amo es mi príncipe”. “Hassan, tú debes hacer lo que diga mi señor el conde”, alegó Guzmán.

Y el esclavo le contestó: “Y lo hago porque me lo ha dicho antes mi dueño. Y por eso he de considerarlo también como amo y señor”. El mancebo se detuvo y mirando fijamente a Hassan, le dijo: “Tienes un bonito cuerpo y un culo perfecto. Y sabes que a mi señor le gustas y goza montándote. Como tampoco ignoras que yo no se la meto a otro hombre. Así que la única polla que catas es la de mi amo y el tuyo. A no ser que un día le ordene a Iñigo, o cualquier otro, que te folle”. Hassan, sin apartar la mirada respondió: “Lo sé, amo. Pero yo no soy un hombre completo y por eso no descarto que tú me cubras un día y sienta en mi vientre la leche que adoro desde que me entregaron a ti. Y sabes que te amo, más que a la vida que me dio mi madre. Y si decirte esto te parece una ofensa, castígame con el látigo o como tu consideres que debas hacerme pagar la osadía”.

Guzmán siguió andando y se volvió para decir: “Vamos, Hassan. Cómo voy a rechazar un amor tan grande como el tuyo!. Y yo también te quiero, aunque no sea del mismo modo. Pero has de saber que te considero como si fueses un hermano. O mejor dicho, porque eres mi mejor amigo. Y porque conozco tus sentimientos hacia mí, te he consentido que me acaricies y me des placer con tu boca, puesto que no le ofende ni a mi amo ni mucho menos me resultaría penoso a mí. Al contrario. Siempre me pareció muy agradable el tacto de tus manos y el de esos labios carnosos presionándome el glande y mamando mi polla. Pero creo que nunca te la meteré por el ano. A no ser que me obligue mi señor”. “Eso no es necesario para que yo te tenga por el mejor macho que he conocido. Y menos para que te desee”, afirmó Hassan. “Bueno, Hassan. Vinimos a comprar y no a parlotear de cosas que no depende de nosotros hacerlas. Incluso por lo que afecta a Abdul y a Jafir. Ya que tendríamos que suplicarle a nuestro amo que les dejase aparearse, aunque fuese una sola vez”, dijo el mancebo queriendo pasar página y volver a la realidad cotidiana.

Pero, hay una realidad más cotidiana que el deseo y el amor?. Se puede impedir que dos seres se exciten y segreguen jugos al verse y olerse a corta distancia?. Eso es mucho más imposible que contener la fuerza de los mares o pretender acotar los campos impidiendo a los hombres toda posibilidad de pisarlos. Cuando la atracción prende en dos criaturas, no hay cadena suficientemente fuerte para lograr que no se unan y mezclen su vida en el eterno abrazo del sexo. Y eso es lo que llevó a Guzmán a plantearle a su amo la necesidad de permitirle a Jafir poseer al joven Abdul. El conde fue reticente al principio, pero el mancebo supo derribar sus objeciones y le hizo entender que era mejor cruzarlos que mantenerlos ansiosos y buscándose con la vista a todos los momentos.

Y, sin previo aviso, Guzmán llamó a Jafir y le dijo: “Prepárate y baña todo tu cuerpo, porque el amo desea comprobar esta tarde tu potencia sexual. En cuanto te llame presentate dispuesto a cubrir a quien el te ordene. Y no malgastes tus fuerzas ni desperdicies tu leche, pues vas a necesitar una buena reserva de semen para cumplir el deseo de nuestro amo”. El esclavo quedó perplejo, pero se limitó a bajar la cabeza y acatando la voluntad de su príncipe sólo dijo: “Sí, mi amo. No os dejaré mal ante el gran señor”. Su sumisión era absoluta y hubiera montado a una cabra o cualquier otra criatura si se lo mandase su dueño.

La sorpresa para él iba a ser mayúscula, dado que el agujero que le esperaba para clavarle su verga, no sería otro que el del culo de Abdul, convenientemente preparado por Hassan para engullir un trozo de carne tan férrea y descomunal como el cipote de cualquiera de aquellos esclavos negros. Y concretamente el de Jafir, que Hassan aseguraba que era uno de los más grandes que jamás había visto. Sin olvidar que había vivido el suficiente tiempo entre los imesebelen como para ser una autoridad en esa materia y darle crédito a tal conclusión.