Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

domingo, 21 de agosto de 2011

Capítulo XVII

Guzmán se reclinó en el hombro de Nuño y le preguntó: “Quién puede desear la muerte de mi tío?. Es un buen rey y está haciendo una gran labor en pro de la cultura y la artes. Sin olvidar su empeño en dar al reino un códice de leyes más adecuadas para todos. Tanta ambición provoca una corona como para arriesgarse a matar a un príncipe tan notable?. Además ya tiene herederos legítimos. Qué pretenden ahora mis otros tíos?. Nuño acomodó la cabeza de su amado sobre el corazón y respondió: “No podemos culpar a nadie todavía. Y no creo que haya sido cosa de su hermano Don Enrique, aunque el año pasado haya instigado una revuelta contra él, apoyado por el señor de Vizcaya, Don Lope Díaz de Haro. Ese príncipe es ambicioso pero la derrota sufrida en Lebrija creo que le bajó los humos y le quitó las ganas de volver a intentar algo contra su hermano”.

Guzmán quedó pensativo y sugirió: “Crees que mi otro tío, Don Fadrique, sería capaz de traicionar también a su hermano Don Alfonso, nuestro rey?”. Nuño pestañeó y añadió: “Quizás detrás de esto esté él. Pero me cuesta creer que cuente con el apoyo de sus otros hermanos. En cualquier caso no debemos hacer conjeturas peligrosas... Anda. Deja de darle vueltas a esto que luego no duermes. Y no olvides que la corte es un nido de víboras insidiosas, siempre dispuestas a inocular su veneno en la yugular de quien se les muestra propicio”. “Si no me duermo, ya sabes cual es el remedio para dejarme soñando todo el resto de la noche”, dijo Guzmán. “Lo sé. Pero aún me queda por llenar el culo de Iñigo”, alegó Nuño riendo y dándole un coscorrón al mancebo.

Y durante esas disquisiciones y algunos morreos y sobeos entre el conde y su amado mancebo, además de una mamada que el chico le hizo a su amo para ponerle bien dura la verga antes de que volviese Iñigo para ser desflorado, los eunucos tuvieron tiempo de preparar y acicalar al rubio joven, que se reunió con su amo y el otro esclavo echo un verdadero ejemplo de pulcritud y belleza natural. Parecía que hasta le habían sacado brillo a la piel y todos sus músculos se destacaban más y resaltaban mejor las formas masculinas del muchacho, que traía una serena sonrisa en los labios y un empalme monumental en la polla. El conde le ordenó que se aproximase y al tenerlo a su alcance le introdujo un dedo entero en el culo y lo sacó sin mancha alguna. Y pudo comprobar que la temperatura del interior era la de un horno encendido para cocer el pan. Iñigo hervía en deseo de ser follado sin más preámbulos. Y casi se corre al meterle varias veces unos tallos de perejil por el ano para provocarle las ganas de defecar. Pero antes tenía que calentarse más y poner a punto de ebullición la polla de su amo.

Los ojos de Iñigo ardían de ansiedad y sus labios, húmedos de ganas de besar la boca del conde, se entreabrían suplicándole que no les dejase padecer más la ausencia de sus besos. Al rozarlo, daba sacudidas como las nubes durante la tormenta. Y los dedos de las manos se movían buscando el tacto de su señor. Toda su juventud afloraba para gastarse entregando sus esencias al amo que lo absorbía con su presencia y solamente esperaba la señal para abrirle su cuerpo y sentir la vida de su dueño dentro de la suya.

A punto estuvo el chico de ponerse de rodillas ante Nuño rogándole que lo follase, pero no le dio tiempo y el conde se lo ordenó para meterle la verga en al boca y hacerle el honor de mamársela. Tanto quiso chupar de inicio, que se atragantó. Y Nuño le recomendó hacérselo más despacio, lamiendo suavemente el prepucio y luego el glande, para ir metiéndola lentamente en la boca, sin parar de succionar, y notar en su lengua los latidos de ese miembro viril que le daban para deleitarse con su sabor y su textura. El problema era que aquella verga era muy grande y gruesa. Y tragarla entera le costaba un gran esfuerzo para no ahogarse ni toser por haberse atragantado con ella. Pero Iñigo, empeñado en hacer gozar a su amo y que empezó a gustarle el comer semejante rollo de carne, paladeándolo al máximo, consiguió que Nuño pusiese en blanco los ojos y mirase al techo sin ver otra cosa que no fuese el gusto que le trasmitía su verga. Y antes de que saliese un agota de semen la sacó de la boca mamona del chaval y dio nuevas órdenes.


Le dijo a Guzmán que se acostase boca arriba en el lecho y empujando por la espalda a Iñigo lo puso a cuatro patas encima del otro muchacho, con las piernas separadas y ofreciéndole el culo para jodérselo. Y entonces, Nuño se arrodillo a los pies de la cama, teniendo ante sí el trasero de Iñigo, y le lamió el ojete muy suavemente, presionando hacia dentro con la punta de la lengua para introducirla despacio y hacer que el chico sintiese los primeros escalofríos de un ignorado placer que ahora descubría.

Los dos muchachos se miraban y Guzmán le decía sin palabras que no tuviese miedo, ya que el gusto que tendría al ser penetrado superaba al dolor de la clavada para abrir su ano y la rara impresión del roce de otra carne dentro de las tripas. Iñigo le trasmitía el fuego que lo consumía desde el esfínter a la punta del pelo, sintiendo las salivares caricias de su amo, pero daba a entender que también quería disfrutar con los besos del esclavo que tenía tendido bajo su cuerpo. La cara, el pelo, los ojos y la boca del mancebo, invitaban a Iñigo a un recorrido para conocer las sensaciones de su tacto y llenar sus papilas de sabores y olores nuevos, que lo turbaban tanto como los apetecía.

El conde se incorporó y subió al lecho para ponerse de rodillas tras el culo de Iñigo. Lo sobó con ambas manos y le separó las nalgas para abrirle el ojete y untarlo con una manteca espesa y oleosa. Se la metió por el ojete ayudándose con un dedo y puso la cabeza de la verga en el agujero dispuesto a presionarlo y obligarlo a ceder al empuje de su polla. Al primer intento el chico arqueó la espalda, retrayendo el cuerpo y apretando los glúteos. Y Nuño le dio una fuerte palmada en una nalga ordenándole que volviese a relajarse y abriese el esfínter. Iñigo empezó a sudar y las gotas le caían desde la frente sobre Guzmán. Y éste le pidió al amo que le dejase besar al otro chaval en la boca. Y el conde exclamo: “Haz lo que quieras, pero consigue que no se cierre y se resista, o tendré que forzarlo y violarlo si es preciso. Será mío por la buenas o atado de pies y manos a esta cama... Bésalo y haz que se encienda como una tea para que mi polla le apague el fuego que guarda en su vientre”. Y lo volvió a intentar, pero aunque el chico no se movió ni cerró su ano, la gruesa verga de Nuño no lograba hacer hueco para poder meter la cabeza del capullo.

Todavía estaba muy cerrado aquel precioso culo y el agujero era demasiado pequeño todavía para dilatarse tanto como exigía un glande tan gordo y duro como el de Nuño. Pero el conde no cejó en su afán y arremetió contra el ojo del culo de Iñigo con toda su fuerza. Y el chico no pudo gritar, porque en ese instante Guzmán le besaba la boca ya no con ternura como un momento antes, sino con una pasión desbordada, como si fuese al amo a quien besase. Y los labios del otro chico se abrieron más y su lengua entró por los de Guzmán y se juntaron, frotándose y compartiendo saliva.

Y el cipote de conde venció la virginal resistencia clavándose dentro del muchacho, que no pudo chillar porque el agudo dolor se mezcló con el sabor y el delirio de un prolongado beso que no querían terminar ninguno de los dos chavales. Nuño calcó hasta el fondo, separando la carne del chico con las manos, y notó todo el calor de un cuerpo que latía apresuradamente queriendo ser más rápido que el tiempo y prolongar así la extraña sensación que le hacía gozar a pesar del fuerte dolor que notaba en su vientre. Su amo le estaba dando por el culo y el frotamiento de la enorme polla que lo jodía le producía temblores y escalofríos que velozmente terminaban en la punta de su capullo transformados en gotas de baba.

En nada se parecía a una paja y, sin embargo, tenía unas irresistibles ganas de correrse. Hasta parecía que sus pelotas estaban más apretadas y no podían contener el semen que fabricaban sin parar. El chico tenía que concentrarse en demasiadas cosas al mismo tiempo. Los sabrosos besos de Yusuf, o como se llamase realmente aquel muchacho, el jugoso y constante bombeo de la verga de su amo en sus tripas, que ya le estaban cogiendo el gusto a pasos agigantados, y retener la leche en los cojones para no enfadar a su dueño y ganarse una zurra con la correa o un látigo. De jugar el amo con su culo, prefería que fuese follándoselo, aunque los azotes con la mano tampoco le habían desagradado tanto y no le importaría repetir otra azotaina previa a un buen polvo.

El amo parecía no querer abrir la espita de su leche para llenarlo y saber como notaría el flujo de semen corriendo por su recto para inundar sus entrañas. Y mantenía un acelerado ritmo follador que hacía entrar en el culo y luego salir, casi del todo, la tranca que empalaba al muchacho desde hacía aproximadamente el vaciado de más de la mitad del recipiente de la importante clepsidra que había en la estancia para contar las horas. Nuño, al separar las nalgas del crío, le veía el ojete enrojecido y rezumando jugos que se deslizaban hasta los huevos del chico, pero quería aguantar la eyaculación y seguir dándole polla al muchacho, que se estrenaba con un polvazo difícil de aguantar sino tuviese muchas ganas de que su amo le jodiese el culo.

Y Nuño le sacó la verga del culo al chico y se bajó de la cama. Agarró los pies de Iñigo y tiró hacia él arrastrándolo al borde del lecho. Y le dijo que le mamase el pito a Guzmán. Iñigo se centró en su nuevo cometido, ensalivando el pene del otro joven y chupándolo con la glotonería conque un niño lame la miel. Y volvió a ser ensartado, ya de golpe y sin cuidado alguno para no lastimarlo. Pero tampoco se quejó ni profirió ningún grito a pesar de que acusó el aguijonazo como si un punzón se le clavase por dentro hasta el ombligo. Y el amo cabalgó otra vez apretando los riñones contra las ancas del chaval, que, con tanto empellón, movía la cabeza en sincronía con ellos al tiempo que seguía comiendo la polla del otro esclavo. Y cuando Guzmán suplicó a su amo que Iñigo parase de mamársela porque se corría, el conde jaló los cabellos de Iñigo y le tiró hacia atrás la cabeza, para besarle la boca mientras vaciaba los cojones en su entraña. Y siguió dándole por el culo hasta que permitió que las vergas de ambos jóvenes explotasen colmando el aire de transpiración y olor a esperma, en un acompasado concierto de gemidos y jadeos

Nuño se dejó caer sobre Iñigo y éste quedó tendido debajo suyo y sobre el cuerpo de Guzmán. Y los tres rostros se tocaron y las bocas se buscaron para juntarse en un profundo beso compartido entre los tres. Iñigo ya no era el mismo que abandonó la casa de su padre. Ya sabía diferenciar entre el alivio de correrse cascándosela y el gozo de ser parte del placer de otro hombre. Gusto hasta unos momentos antes ignorado y ahora vivido intensamente con su amo y el esclavo que ya era su mejor amigo. Y, como le prometió su señor, el sol encontraría a un hombre en lugar del joven adolescente al que le había deseado buenas noches.