Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo XV


Aquel muro de piedra, en un recodo de un pasadizo del castillo de Soria, donde Iñigo aplastó su mejilla mientras el conde se restregaba el paquete contra sus glúteos, conoció de primera mano el ardor del chico y las incontenibles ganas de ser penetrado por su amo y señor. Iñigo rogó en el más absoluto silencio que la tranca de Nuño le entrase por el ano sin la menor resistencia de su organismo a ser perforado por algo tan grueso y tan rígido. Ya no le espantaba el dolor que pudiese sentir al ser desvirgado, ni que su carne se rajase partiéndose por la mitad al no tener suficiente elasticidad en los músculos del culo para permitir que su esfínter se dilatase y se amoldase al tamaño del cipote de su amo. Pero soportando, aunque todavía no gozase, el continuo bombeo que experimentaría dentro de sus entrañas.

Nuño olió y besó el cuello del chico y con una mano levantó su cabello para despejarle la nuca y poder mordérsela antes de decirle: “Te la clavaría aquí mismo, rompiéndote las calzas y forzando tu ano en seco para follarte, pero no quiero hacerte sufrir más de lo necesario. Vamos. Vayamos a mi aposento y allí haré con tu cuerpo y todo tu ser lo que estoy deseando desde que te conocí”. El conde mordisqueó el lóbulo de una oreja del muchacho y éste suspiraba y gemía como una corza antes de ser montada por primera vez. Nuño percibió el sudor de Iñigo, que recorría su espalda camino del culo, y le dio la vuelta para verle los ojos y notar como sus labios le rogaban los besos que nunca podría dejar de ansiar ni olvidar después de probar el primero.

Y en la alcoba encontraron a Guzmán desnudo, esperando a su dueño y cachondo como una moza adolescente, tumbada sobre la paja en una tarde de siega, que mira viciosa como saca la polla el mozo que la hace estremecerse y desear que le sobe los senos. El mancebo se sorprendió al ver a Iñigo con el conde y quiso taparse con un manto, pero Nuño le dijo: “No hace falta que tapes nada porque este jodido chaval ya sabe que tus tetas son falsas y lo verdadero son esos huevos y la minga que tienes izada como si fuera un pendón real. Sabe también que te llamas Yusuf y eso es suficiente por ahora. Y no hace falta que te diga que será tu compañero y entre los dos aliviaréis la carga de mis cojones... Ponte de pie y desnúdalo despacio para que yo os vea a los dos en pelotas y me enorgullezca de tener dos esclavos tan hermosos. Quítale la ropa con calma, pues deseo ir descubriendo sus partes poco a poco y deleitarme con ese cuerpo que quiero disfrutar con todos los sentidos”.

Guzmán se acercó a Iñigo, mostrándole su belleza en plenitud, y el chico no pudo evitar que su entrepierna se abultase aún más de lo que ya estaba con las friegas que le había dado el paquete del conde, tanto en el suyo como en el culo. El mancebo desató el cordón del jubón de Iiñigo y la camisa blanca que vestía debajo se abrió en el pecho, dejando ver su forma y un pequeño pezón tostado que salía en medio de una aureola más oscura, sin llegar a ser del todo marrón, ni se apreciase apenas un ligero vello, más rubio que los cabellos, que iba formando un desfiladero hacia el centro no alcanzando la mitad del estómago. Guzmán desabrochó la fíbula del cinturón y liberó al chico de las calzas, que se las fue bajando despacio según le indicaba con gestos la mano de su señor.

Después lo descalzó y el conde vio unos preciosos pies con dedos largos y bien cuidados, tanto por la falta de callosidades como por tener las uñas perfectamente recortadas y limpias. El mancebo se incorporó y colocándose detrás de Iñigo hizo resbalar por los hombros la camisa, que cayó al suelo junto a los pies desnudos del muchacho. Ya sólo quedaba quitarle el lienzo blanco que tapaba el sexo del chaval y Nuño se levantó de su escabel y sin decir nada desató el trapo y, bajo un rizado felpudo algo más oscuro que la cabellera, surgió un pene que lucía un brillante glande desprotegido del pellejo e hinchado por la sangre que lo hacía palpitar. Era un respetable instrumento, muy parecido al de Guzmán pero en tono rosado, y por el orificio de la uretra salía una babilla viscosa que brillaba a la luz de los cirios.

Entonces Nuño dio una vuelta entera alrededor del chaval, remirando bien todo su cuerpo, y cogiendo a Guzmán por encima de los hombros, dijo: “Qué te parece este potrillo?”. Guzmán reclinó la cabeza en el pecho de su dueño y respondió: “Muy hermoso, mi amo. Tanto, que no parece un hombre sino un ser de otro mundo en el que no debe haber penas ni temores. Es una digna montura para mi señor, pues su lomo parece fuerte y sus patas resistirán largas y esforzadas cabalgadas sosteniendo a mi amo encima de su grupa”. Y el conde añadió, zarandeando suavemente al mancebo: “Quiero que os llevéis bien, porque estaréis siempre juntos y desde ahora los dos formaréis un sólo cuerpo para mi placer. Y como tú conoces mejor mis gustos y sabes más sobre sexo entre machos, ya que tienes más experiencia, has de enseñarle y educarlo para que sea tan buen siervo como tú. No regatees esfuerzos en ello y ahórrale castigos, porque creo que su fortaleza para el dolor no es comparable a la tuya”. Pero Iñigo exclamó casi implorando: “Señor, aguantaré lo que sea preciso y no temáis por mi si merezco un castigo, porque por duro que sea lo soportaré, aunque fuese la peor de la torturas”. Nuño reprimió la sonrisa y con gesto serio y duro dijo: “Me agrada tu resignación y deseo de entrega, pero lo primero que debes aprender es a no hablar ni expresar tus pensamientos sin que yo lo permita. Y para que no lo olvides recibirás el castigo de tu amo antes de probar su placer”.

El conde soltó a Guzmán y llevando por un brazo a Iñigo hasta el escabel, se sentó y puso al crío de bruces sobre las rodillas para atizarle la primera zurra en el culo. Golpeó con su mano derecha las nalgas del chaval, que eran dos turgentes y duras bolas de carne blanca tamizada de pelusa casi blanquecina, hasta ponerlas rojas como tomates maduros. Y el chico ni soltó una lágrima ni dejó escapar el menor quejido de dolor. Tal como dijo, resistió la paliza como un verdadero hombre acostumbrado al sufrimiento, a pesar de que hasta ese momento nunca le habían puesto la mano encima para mortificar su carne.

Tras el último azote, el conde lo mantuvo sobre sus piernas y aprovechó la postura para examinarle el ano y practicar los primeros juegos de penetración con los dedos y comprobar hasta que punto estaba cerrado ese bonito redondel apretado que se hundía hacia dentro al presionarlo con la yema de un dedo. Podría decirse que por ese ojete no entraba ni una paja, pero a Nuño le gustaban los retos y sabía que lo conseguido con esfuerzo, siempre era lo mejor, una vez que se lograba vencer su resistencia.

Iñigo dejaba caer de su boca un hilo de baba y cerraba los ojos al notar como los dedos de su amo jugaban dentro de su culo. Y las caricias en la próstata le encendían la libido y lograban que su polla le doliese de tanta excitación que experimentaba con esos tocamientos. Guzmán sólo presenciaba la escena, pero su pito evidenciaba su calentura y su mente deseaba ardientemente estar en el lugar del nuevo paje. El mancebo notaba que le escurría la lujuria por detrás de los muslos, ya que el ano estaba húmedo y segregaba jugos de deseo y ansia del rabo de su amo. Pero sólo podía ver y esperar su turno una vez que su señor se hubiese saciado con el otro joven y volviesen a su verga las ganas de perforar otro culo.

Y le costaba tanto esfuerzo mantener la leche en sus testículos como al pobre Iñigo que no paraba de echar precum por la punta del capullo, pringando las calzas de su amo. El conde paró de repente su divertimento en el agujero del culo del chaval y lo levantó de golpe diciendo: “Desnudarme, que vamos a empezar a entrar en materia . Esta noche va a ser muy larga para los tres. Y ambos tendréis vuestra ración de carne recia y leche fresca. Rápido!. Quitármelo todo y arrodillaros a mis pies para lamer mis cojones y mamar mi polla los dos juntos”.

Los dos cumplieron la orden y se postraron ante el amo con las manos detrás de la espalda, aguardando que su señor quisiese premiarlos con el sabor de su verga, llegando a paladear el sabroso jugo que soltaba por el capullo. La ceremonia de iniciación y rotura de virgo de Iñigo había comenzado entre los muros de un soberbio castillo, casi inexpugnable. Pero seguramente el ano del chico no lo sería tanto ante el acoso de un potente ariete, hábilmente manejado por el conde feroz.