Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

jueves, 21 de julio de 2011

Capítulo II

Guzmán apretó los ijares de Siroco con los talones y el animal hizo temblar la tierra bajo sus cascos golpeándola rítmicamente con un trote armónico y rápido que levantaba el polvo del camino a su paso. Detrás, en su corcel blanco, el conde mantenía el galope marcado por el mancebo y no dejaba de admirar sus nalgas que subían y bajaban sobre las ancas negras del caballo. El mancebo iba desnudo, al igual que Nuño, y el movimiento de los glúteos del muchacho excitaba al conde, que mostraba su verga en alto aguardando el momento de ponerla en ristre para atacar la retaguardia del chico. Ya más de una vez, cabalgando juntos en la misma grupa, Nuño había ensartado el culo de Guzmán para follarlo aprovechando la cadencia del trote. Eran polvos que le agradaban al conde y al mancebo le excitaban en grado sumo, aunque luego le dejase el ano destrozado. Pero el chico se limitaba a obedecer la orden dada por su dueño y levantaba las nalgas para volver a sentarse mientras Nuño le metía la verga por el ano. Y el conde aceleraba la cabalgada rozando a placer el recto del muchacho, que le costaba un notable esfuerzo reprimir el orgasmo hasta que el amo no le dejase verterse encima de las crines del caballo. La simbiosis entre animal y jinetes era tan íntima y perfecta que se convertían en un centauro de tres cabezas y sólo una era la de un noble bruto.

A esas horas de la mañana ya calentaba el sol y por eso se habían desnudado los dos para compartir su sensualidad con los corceles que montaban, notando su nervio y la tensión de los músculos entres sus piernas y sintiendo también el ligero golpeteo de los testículos sobre el lomo del caballo excitándoles más las pollas al punto de pringar de babas el hermoso pelaje de Brisa y Siroco. Al llegar a un claro, Guzmán detuvo el caballo y saltó a tierra para zambullirse corriendo en las tranquilas aguas del lago y Nuño lo siguió intentando alcanzarlo con intención de tumbarlo sobre la hierba y saciar en él su apetito exacerbado de sexo dándole por el culo del modo más salvaje.


Guzmán tensaba con maestría la cuerda sensible de Nuño, para ponerlo más cachondo, y le dejaba ver su trasero incitándole a comérselo y entrar de un golpe en su agujero hasta empalarlo con el cipote hinchado y erguido por la palpitaciones de la sangre del conde acumulada en ese contundente miembro que perseguía el ano del mancebo. Y Nuño se cabreaba y la lujuria le nublaba la vista y la razón y al darle caza al muchacho se las hacía pagar mordiéndole la boca y el cuello y pellizcándole los pezones hasta hacerle daño para que su risa se tornase en ansia y furor por tener el cuerpo de su amante dentro del suyo. Y entonces era el conde quien retrasaba el ensamblaje y le lamía el ano retorciéndole los huevos con saña para cortarle la segregación de precum y dejarle adormecidos los testículos para retardarle el orgasmo. Y antes de joderlo, le daba una zurra en el culo por haberse escapado o con cualquier otra excusa que justificase ponerle las nalgas coloradas como un tomate maduro. Eso a Guzmán lo calentaba por fuera y por dentro y aunque le dolía y chillaba como un becerro, no hacía nada por evitar ni un solo azote. Y la razón era doble. Porque, en primer lugar, si lo hacía recibiría mucho más y con más fuerza. Y en segundo lugar porque la paliza le hacía sentirse más esclavo y más propiedad de su amo y su mente se corría entregándose al castigo. Luego entregaba su ojete para que lo taladrase su dueño y Nuño le encharcaba las tripas de leche con dos corridas sin sacársela del culo.

Y por fin ambos corrían al agua para refrescarse las carnes y la lascivia. Al muchacho le escurría el semen de su amo por la parte posterior de los muslos y el baño frío era un alivio para sus nalgas que le ardían como carbones encendidos. Y allí Nuño lo abrazaba y le besaba los labios con ternura diciéndole al rato que ya tenía ganas de follarlo otra vez. El esfínter de Guzmán quedaba como un higo pocho de tanto meter y sacar, pero su corazón se hacía agua en cada embestida que le metía el otro al joderlo.

Nuño salió del agua llevando a Guzmán en brazos, que se amarraba al cuello del conde como si creyese que su vida dependía de mantenerse colgado de su amante, y éste le dijo: “Tu tío me manda llamar a la corte”. “Dónde está”, preguntó el mancebo. Y Nuño respondió: “En Soria. Acaba de recibir una embajada de la república de Pisa ofreciéndole su apoyo para ser candidato a emperador y rey de romanos. El trono está vacante desde la muerte de Guillermo de Holanda y por tu abuela, Beatriz de Suabia, pertenecéis a la real familia alemana de los Hohesnstaufen”. “Y eso que tiene que ver con el imperio?”, insistió el mancebo. “Esa familia dice ser la depositaria de los derechos a la corona imperial”, añadió el conde. Guzmán se rió y dijo: “Menos mal que paso por muerto, porque aún iba a terminar siendo yo el emperador”. “Tú ya reinas en un imperio, que es mi torre. Y tu trono es mi verga. O prefieres otro de oro?”, alegó Nuño. “No. Ese solio donde me sientas y me clavas es el mejor y más cómodo de la tierra, mi amo”, contestó el chaval.

Se rieron y se tumbaron en la hierba para retozar como críos y terminar follando de nuevo como si sus reservas de semen fuesen inagotables. Y ya calmados el mancebo empezó a cavilar la manera de acompañar al conde a la corte, pero Nuño le cortó en seco sus elucubraciones advirtiéndole del peligro que corrían de ser descubierto por su tío el rey. Estaba oficialmente muerto y enterrado y no era posible reaparecer bajo ningún disfraz que ocultase su figura y su rostro. El conde iría solo a Soria y Guzmán se quedaría esperándolo en la torre sin protestar y poniendo buena cara al mal tiempo. Pero algo preocupaba tanto a Nuño como al mancebo porque en su interior sabían que ese asunto traería más consecuencias de las aparentes.

Lógicamente el viaje no terminaría en la villa castellana donde estaba el rey con su corte. El conde debería proseguir camino hacia Italia para tratar de reunir partidarios a su causa que neutralizasen la enemistad del Papado y la existencia de otro candidato a la corona imperial, Ricardo de Cornualles, hermano del rey Enrique III de Inglaterra. Era una embajada difícil y arriesgada en la que Nuño se enfrentaría a riesgos imprevistos y se toparía con multitud de peligros. Y eso ya no le gustaba nada a Guzmán, al menos para dejarlo ir solo sin poder acompañarlo para afrontar con él esa nueva aventura. Nada podía ser peor que una separación tan larga y que podría ser definitiva dadas las circunstancias de la empresa. Pero cómo camuflaría su presencia en Soria para no ser descubierto por el rey o cualquier cortesano que lo hubiese conocido en Sevilla?. Sólo podía contar con la complicidad de Don Froilán, que estaría en la corte también e incluso probablemente sería uno de los compañeros de viaje del conde en su periplo por las ciudades gibelinas italianas. Sin embargo, no cabía duda que era temerario exponerse de ese modo, aunque el no arriesgarse supondría abandonar a su suerte al amante privándole de su ayuda, su compañía y su amor.

Nuño no quería ni oírle explicarse al respecto y hasta le atizó una bofetada en la boca por no estar callado. Mas, para el mancebo, aquello sobrepasaba los límites de la obediencia ciega a su amo y no acataría ninguna orden que le obligase a dejar que el objeto de su vida se fuese sin él a correr una odisea. En opinión de Guzmán, la temeridad no consistía en ser descubierto por su tío el rey, sino en quedarse en la torre aguardando impasible la vuelta del conde. Lo que, por otra parte, le sería harto difícil de soportar sin volverse loco de ansia y preocupación. Dijese lo que dijese o hiciese lo que hiciese Nuño, ni las más gruesas cadenas retendrían en la torre a Guzmán. Y Doña Sol opinaba lo mismo que él, pero la corta edad de sus hijos era un serio obstáculo para unirse al séquito de su esposo. Y por eso, entre los dos, urdieron la tela en la que quedaría atrapado el conde para cambiar de opinión y aceptar de buen grado la compañía de su amado mancebo en ese periplo cuyo objetivo era conseguir una corona imperial para su rey.

De todas formas les quedaba una dura brega para ablandar al conde hasta hacerlo cambiar de opinión y acceder a llevar consigo al mancebo. Tenían que pensarlo bien y atar todos los cabos para evitar sorpresas y más riesgos de los que normalmente afrontarían. Y había que tomar las medidas convenientes para disimular la identidad de Guzmán, lo cual no era tan sencillo, pero tenían que dar con una solución para desmontar la razón de Nuño y derribar su oposición. Luego, sólo cabía esperar que durante el trayecto, tanto de ida como de vuelta, no coincidiesen con nadie que reconociese a Guzmán, ya que eso significaría la ruina e incluso la vida de ambos.