Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

viernes, 30 de septiembre de 2011

Capítulo XXXI

Caminaban despacio los cinco jóvenes y dos imesebelen, mirando la vida cotidiana de una ciudad laboriosa y con un comercio floreciente tanto entre sus ciudadanos como con otras ciudades lejanas de distintos reinos y aquellas otras que también se asomaban al Mediterráneo, del que dependía su crecimiento y riqueza. En un momento en que los otros se detenían a ver unos faranduleros que montaban su espectáculo en una plazuela, Nuño atrajo hacia sí al mancebo para decirle: “Por qué has de enamorarlos a todos?... Te adora mi esposa y sé que está locamente enamorada de ti. También besa el suelo que pisas el fiel Hassan, porque te ama. Y Froilán bebe los vientos por tus huesos aunque se conforme con tener a Ruper. Y ahora ese joven que me sirve, también siente que su corazón late por su compañero. Y por si ellos no te bastan, cada día que pasa mi locura por ti es más grande. Y voy a tener que castigarte por ello, porque me duele la vida de tanto quererte. Qué me has dado para que sea así. Y que hostias les das a todos para encandilarlos y metértelos en un puño tan sólo con verte. Guzmán, qué sería de mí si no estuvieses conmigo?”. “Quizás ya estarías muerto, aunque digas que sabes defenderte tú solo”, dijo el mancebo con una mueca de chanza. Pero añadió: “Y te has preguntado que sería de mí sin ti? Te imaginas que me esperaba en este mundo si no me hubieses cazado en aquel bosque?. Sé lo que vas a decir... Así que no repitas que soy tan zorro que hasta en el infierno sabría salir airoso y conquistaría al mismo diablo. Si otros me quieren y desean, no es culpa mía, puesto que nunca les he dado pie a ello. Mi amor eres tú. Y sólo tú eres mi vida. Y no te niego ni pretendo ocultar que Iñigo me gusta y que casi lo amo un peldaño por debajo de ti. Pero la atracción por él es distinta y no tan fuerte ni pasional como la que ejerces tú en mí. Tú eres la lujuria hecha carne y el vicio libidinoso y lascivo que me transforma en una puta zorra sólo por darte placer. Tú eres mi amo y el absoluto dueño de mi ser y mi existencia. Y si deseas que odie al resto de los hombres, los adiaré. Y si no quieres que mire a otro, cegaré mis ojos por ti, porque tu imagen la veré siempre en mi recuerdo.”

En plena calle, el conde besó la boca de su amado y le confesó: “Hasta mataría a mi rey por ti!... Pero no sigamos con esto, o te destrozaré las calzas con mi verga para taladrarte el ojo del culo aquí mismo”. Y en eso volvieron a su lado los otros tres. E Iñigo dijo: “Tienen gracia esos cómicos, amo. Parece que representan una tragedia y, sin embargo, consiguen hacernos reír con las palabras y los gestos”. “Eres mucho más guapo cuando te ríes”, afirmó el conde. “Eso es porque nunca te has fijado bien en su cara mientras duerme, amo”, añadió el mancebo. “Me voy a poner colorado con tanta lisonja”, aseguró Iñigo. Y Nuño le profetizó: “Más que colorado te voy a poner el culo en cuanto estemos en el palacio de Froilán... Tengo la picha que me arde como un tizón y necesito apagar su fuego metiéndola en algo húmedo y fresco como tu ano. Así que vete pensando en bajarte las calzas y ponerte a cuatro patas nada más llegar, o te las hago trizas para clavártela con ellas puestas”. Y sin preocuparse de miradas indiscretas, le atizó un azote en el culo al chico que sonó como si se hubiese estampado un cántaro lleno de vino contra el suelo. Guzmán sonrió y se llevó otro palmetazo más sonoro que el del otro esclavo, además de un pellizco en la misma nalga para reforzar el picor.

Iñigo se puso rojo, pero su polla reaccionó levantando la cabeza del capullo hacía el ombligo. Esas cosas del conde, imprevistas y en cualquier sitio, excitaban a sus chavales e invariablemente manchaban las calzas por delante. Sus pollitas rezumaban vicio y ya les picaba el ojete a los dos. Y no sólo a ellos, puesto que Ruper también se ponía tonto y se agarraba al brazo de su señor mirándolo con lascivia. Estaba cantado que en cuanto pisasen el zaguán del portón de la casona, los tres culitos más jóvenes recibirían un trato especial por parte de las dos vergas algo más maduras.

Pero antes tenían que ir al centro neurálgico de la actividad comercial de la ciudad, donde estaba el mayor mercado y los establecimientos mercantiles más famosos y reconocidos de Barcelona, para ver al prestamista judío, amigo de la familia de Don Froilán. Había que ultimar el acuerdo que les garantizase la disposición de fondos durante su estancia en Italia, puesto que en dos días partirían hacia Nápoles. El adinerado judío poseía una casa grande y se notaba en la fachada que su dueño era un hombre de posibles. Estaba en lo mejor del casco principal de la urbe, ya que en ese tiempo, los hebreos vivían entre los cristianos y tenían negocios comunes, sin preocuparle demasiado a nadie sus creencias religiosas. Había buena relación entre todos y ningún problema por convivir en el mismo lugar. Pero, a causa de lo establecido en el concilio IV de Letrán, celebrado en 1215 por iniciativa del papa Inocencio III para predicar la cruzada contra los cátaros, los judíos de Barcelona tenían que llevar una escarapela sobre sus ropas y no podían salir durante la celebración de la semana santa. También se adoptaron medidas sobre el control del préstamo y la usura.

Más tarde, en el año 1268, el rey Don Jaime I dispensó a los judíos barceloneses de levar dicha escarapela sobre el traje. Y así transcurrió la vida y los asuntos de los ciudadanos de ambas comunidades, hasta que en el año 1275 otro Papa, Gregorio IX, recordó al rey la necesidad de separarlas, creando un barrio destinado a los judíos. Y surgió la judería, llamada call en catalán, cerrada por dos puertas, pero sin murallas. Una vez más, la mentecatez se salió con la suya y plantó el germen de la diferencia y discordia entre paisanos. El quinto jinete del Apocalipsis, la intolerancia religiosa, que incita a los otros cuatro, entraba en acción cabalgando sobre una tierra antes en paz.

Pero volviendo al relato, encontramos al conde y a su jovial compañía entrando en el palacio de Froilán entre risas y bromas, como preludio de lo que les esperaba a los chicos una vez que sus cuerpos se liberasen de las prendas que los cubrían. Froilán no quiso esperar más tiempo y se encerró en sus aposentos con Ruper. Que pronto se le oyó gritar entre gozoso y quejándose de un posible apasionado y delicioso maltrato que estaba recibiendo de su señor. Y el conde se lo tomó con más calma y antes de acotarles el espacio a sus chicos, dentro de un aposento, salió con ellos a un pequeño jardín rodeado de arcadas sobre columnas y allí, sentado en el brocal de un pozo abierto en el medio, quiso verlos de pie frente a él. Quedaron quietos como estatuas y sólo miraban el rostro de su señor.

Les daba el sol en los cabellos y los de Iñigo se confundían con esa cegadora luz. El muchacho estaba orlado con la belleza del mismo Adonis y lastimaba la retina con tanto resplandor. A su lado, Guzmán, absorbía la energía solar para transformarla en reflejos brillantes que saltaban sobre su pelo. Y en su cara lo que más relucía eran su ojos negros con luz de plata en el centro. Nuño se dio cuenta que quería salirle una lágrima y se emocionó. Alargó una mano y los dibujó en el aire sin llegar a rozarlos. Y les dijo casi como rogándoles: “Desnudaros los dos”. Guzmán no dijo nada y comenzó a desvestirse. Pero Iñigo, más tímido y vergonzoso con los extraños, exclamó: “Aquí?”. “Sí. Aquí y donde se me antoje”. Ordenó el conde.

Y los dos cuerpos quedaron en cueros, refulgentes como gemas preciosas al darles la luz. Y no estaban empalmados. Así que sus penes descansaban entre las piernas tapándoles en parte los cojones. Y Nuño se dio cuenta de lo bonitos que eran esos dos miembros. Le apeteció morderlos, pero si lo hacía crecerían y se empinarían perdiendo su gratificante tranquilidad y reposo. Pero el de Guzmán ya daba muestras de querer alzar la cabeza y se estaba estirando. Eso no le pasó desapercibido a Iñigo y el suyo lo hizo más rápido que el del mancebo. Fue verlo y no verlo y ya estaba duro y tieso como un palo. Ahora esos pipís eran otra cosa. Ya eran un par de pollas babeando y latiendo para mantener una lucha con los huevos, evitando que no se vaciasen antes de que el amo lo dijera.

Y Nuño les mandó que se diesen la vuelta y sus culos se presentaron ante él. Qué redondos y prietos tenían los glúteos ese par de muchachos. Cómo apetecía darles un mordisco o azotarlos para enrojecer esa piel tan tersa. Empezaba a entender a que se referían los monjes al decir que es pecado comer carne en días de vigilia. Pero ese día no lo era. Y aunque lo fuese, al conde le daba igual. Y no se molestaría en tirar a sus chicos al río y luego pescarlos, como hacían los abades y obispos con los faisanes y corderos para justificar que comían pescado y no carne en esos días de ayuno. El se los comería al natural, porque eran frutos en sazón y llenos de jugo. El culo de Iñigo era un dorado melocotón y el de Guzmán una deliciosa manzana. Y, en consecuencia, cumplía al no comer más que fruta. Porque delante, esos chicos sólo tenían un plátano y un par de huevos de codorniz.

El conde se levantó y repartió las manos para palparles las nalgas a los dos. Y les dijo colocando su cabeza entre las de los chavales: “Ya os estáis dando prisa para ir a la habitación y empezar a sobaros para calentarme más todavía. Os van a crujir los huesos a polvos, so zorras!. Qué sería de vosotros sin esta verga que ya estoy calentado para romperos el ano...Venga, putas!... Que sólo un macho aguanta vuestro trote”. Y los dos chicos se apresuraron hasta correr, para llegar antes al cuarto donde su amo les iba a medir el nivel de leche que podían almacenar en sus tripas.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Capítulo XXX


Al conde todavía le duraba el subidón de adrenalina de la noche anterior y nada más abrir un ojo agarró a Guzmán y se la metió entera por el culo. No debía retrasarse demasiado porque esa mañana tenía que acompañar al rey a la atarazana real, situada hacia el poniente de la ciudad, en la que Don Jaime mandó construir las naves durante la conquiste de Mallorca y Valencia. Pero aún con premura por la cita con el monarca, Nuño les inyectó por el ano sendas eyaculaciones a sus dos esclavos. Los chicos se levantaron del lecho con la barriga llena y también el estómago, ya que ellos se alimentaron recíprocamente con la leche de sus huevos, al mismo tiempo que el amo los preñaba cogiéndolos por las caderas.

Ya se habían lavado los tres y Hassan y Abdul les ayudaban a vestirse para encontrarse con el rey, Pero Iñigo daba la impresión de andar algo vago esa mañana y no acababa de componerse y estar listo de una vez y acompañar al amo y al mancebo. Nuño se cabreó con el chico y le gritó airado a fin de que se diese más prisa, pero también notó la mirada vidriada de Iñigo y se dio cuenta que casi lloraba. El conde se acercó al chico y poniéndole una mano en la barbilla le dijo: “Mírame a los ojos. Por qué lloras?”. “No lloró, amo”, respondió el chico con voz trémula. “Si mientes tendré que zurrarte. Pero si me dices la verdad puede que te libres del castigo”, agregó Nuño. Iñigo pestañeó y sorbió los mocos para contestar: “Mi señor. Nunca podré ser como él. Ni jamás te serviré con el mismo agrado que Guzmán logra darte... No merezco servir al mejor amo de la tierra”. Y diciendo esto el chaval rompió a llorar.

Nuño miró a Guzmán, intentando descubrir en su mirada el motivo que había afligido de ese modo al otro muchacho, pero la expresión del mancebo era tan compungida como la de Iñigo. Y entonces dijo el conde: “Vamos a ver. A que viene esto?... Qué coño te pasa puto crío de mierda!.... Te refieres a que no apuntas la flecha con la precisión de Guzmán, que puede partir una al medio clavando otra en el mismo punto de la diana?. Es eso?.... O lo dices porque ayer me ayudó a librarme de tres putos imbéciles que malamente manejaban el cuchillo!... Puesto que no lo dirás porque me guste su cuerpo y clavar la verga en su culo. Supongo!.... Crees que es más guapo que tú y por eso me gusta darle mi primera leche de la mañana?..... Pues en todo te equivocas. Incluso si te ves inferior a él por su origen... Iñigo, es verdad que amo a Guzmán y no entendería mi vida sin él. Pero también te amo a ti. Y no sólo te tengo a mi servicio por lo muy hermoso que eres, sino porque me gusta como eres y me haces feliz tan sólo con verte sonreír... Ven muchacho. Recuesta la cabeza en mi hombro y dime sinceramente si mis ojos y mi boca no demuestran como te amo y te deso al acariciarte. Y asegúrame que no te das cuenta de mi pasión y el fuego que me abrasa al poseerte. O si es inferior a la que siento al entrar en su cuerpo... Iñigo, contemplar tu rostro y tu mirada nada más despertarme, vale por mil noches de lujuria con otra criatura que no sea uno de vosotros dos. Manejas la espada mejor que Guzmán, aunque te falte práctica todavía. Y el muy zorro tiene esa portentosa puntería porque es un furtivo y tú, por el contrario, siempre fuiste un hijo de casa noble. Pero mejorarás en eso también. Y lo que es absolutamente falso es que no me des tanto placer como él. Porque hay días que incluso me das más de lo que nunca soñé sentir con un joven que no fuese mi mancebo. Deja que bese tus labios y seque esas lágrimas con los míos”.

Iñigo, por muchos esfuerzos que hacía rompió a llorar otra vez y con más hipo todavía. Guzmán no sabía como intervenir para evitar lo que estaba temiendo desde el principio. Que Iñigo dijese lo que el mancebo no quería oír, aún sospechando que eso era la causa del llanto. Y no pudo hacer nada, porque el otro chico desembuchó todo lo que le atormentaba el pecho. Iñigo intentó mirarle a los ojos al conde y dijo: “Señor, no estoy seguro de amar más a mi amo que a su esclavo. Deseo a Guzmán y sus besos me trasportan a un estado que nunca había sentido antes. Siento que floto sin necesidad de alas, lo mismo que cuando entra en mi cuerpo tu leche, amo. Pero me gusta tocar la piel de Guzmán y dormir abrazado a él para respirar su aliento. Tus besos, mi señor, hacen que me sienta tuyo y no desee más que darte placer. Pero chuparle la polla a Guzmán me encela de tal manera que querría morir sin sacarla de mi boca. Y me encanta el sabor de su leche. Me parece el ser más bello que puede haber en la tierra, mi amo. Y podría pasar todo el día contemplando su cuerpo desnudo. Sé que él sólo desea y ama a su amo. Y yo os deseo a los dos. Y por todo eso me siento desgraciado. Creo que te traiciono y no merezco servirte, mi señor”.

Guzmán esperó la tormenta y a punto estuvo de abrazar a Iñigo para soportarla juntos. Pero Nuño no gritó ni se apartó de Iñigo. Lo estrechó con más fuerza contra el pecho y le dijo: “Mi niño. No llores, porque todo eso que dices ya lo sabía. Y no me traicionas por amar a Guzmán, ni por desearlo y ponerte cachondo al verlo y tocarlo. Cuanto más os améis los dos, más me amáis a mí. Y eso me hace inmensamente feliz. Nunca comparéis ni envidiéis en nada al otro. Porque él es una parte de mi ser y tú la otra... Y los tres formamos una unión perfecta... Y hay una faceta en la que creo que sois iguales. En lo listos que sois, pedazo de cabrones!... Ven Guzmán... Dile a este majadero lo que sientes por él y como te empina el pito sobarle el precioso cuerpo que tiene. Por no decir besar su jugosa boca y comerle el pene a trocitos. Hay veces que si no intervengo poniéndote a cuatro patas y dándote por el culo bestialmente, te lo comerías entero y no dejarías nada para mí”. “Si no lo sabe ya, es porque no es tan listo como dices, amo. O le gusta que le regale el oído diciéndoselo en voz baja cuando nos morreamos en la cama antes de dormir”, contestó Guzmán.

Y Nuño se echó a reír añadiendo: “Qué par de putas!... Ya veo que te estás volviendo demasiado goloso y tragón desde que Iñigo está con nosotros. Es un bocado muy apetitoso, incluso para alguien que sólo desee gozar por el culo. Pero quiero que os busquéis en el lecho y necesitéis sobaros y lamer el sudor que impregna vuestra piel después de haberos follado a los dos. Me gusta veros así de calientes y encelados como dos gatas...Mis dos muchachos!. Renunciaría a todo antes que a vosotros. Y puede que algún día os obligue a follaros el uno al otro... No estaría mal ver como se aparean mis hermosos esclavos... Besémonos los tres, porque no tengo tiempo para arreglaros el cuerpo ahora... Pero en cuanto volvamos, ni la caridad os libra de ser usados sin piedad como zorras!. Y se acabó tanto moco y tanta lágrima!... Tú, Abdul, tómate el tiempo que quieras para follar con Jafir, porque no vendrá con nosotros esta mañana”. “Gracias, amo”, exclamó el eunuco con los ojos iluminados de alegría y vicio.

Su boca se hacía agua imaginando ya la descomunal verga del joven negro chorreando leche en su garganta. Y luego dentro del culo. Y esa sensación era la mejor para el castrado. Qué lástima que Hassan no quisiese complacer a Alí, que siempre lo miraba con un deseo mal reprimido. Sería estupendo ser follado al lado de su compañero, mientras otro imesebelen, tan joven como Jafir, le atacaba el culo a ese guapo eunuco. Como si fuesen dos yeguas, o mejor terneras montadas a la par por sendos toros bravos. Y así se lo sugirió Abdul a Hassan cuando éste le untaba el ano con su ungüento mágico. En realidad ya no le hacía falta eso para engullirse entera la polla del bello guerrero negro. Y de suyo, si no estaba cerca el otro eunuco, Jafir se la metía solamente con un poco de saliva. Pero a Abdul le gustaba notar la suavidad del aceite en el esfínter. Y además olía muy bien.

Porque la fórmula secreta no era otra cosa que oliva virgen y el extracto de un hongo traído de oriente, que Hassan llamaba reishi. Y el aroma se lo daban unos pétalos de lavanda. Pero el efecto para Abdul era sorprendente. El cipote de Jafir se clavaba en el ano del eunuco como un hierro candente en un trozo de manteca de vaca. Se le abría el culo con la mayor facilidad. Pero Hassan sospechaba, que más que por su preparado, era la natural consecuencia de la calentura que abrasaba todo el cuerpo de Abdul al ver al negro desnudo con su portentoso miembro erecto apuntándole a las cachas. Seguramente, ante tal visión, cualquier otro esfínter enviciado en tomar por el culo, se dilataría de igual forma sin necesidad de placebos.

El rey ya los aguardaba en el astillero y nada más cumplir con las salutaciones, llevó al conde a ver cuanto se había dispuesto para armar el último buque construido, que sería el que utilizasen para navegar hasta Nápoles. Era un buen navío, bautizado con el nombre de “Corb marí gros” y los carpinteros de ribera garantizaban que surcaría la mar con rapidez si tenían buenos vientos. El “Corb”, como le llamaban en la atarazana para simplificar, se trataba de una bonita nave, que no siendo grande en exceso, mostraba un aire muy marinero. Iñigo, curioso y con ganas de aprender todo lo que le parecía interesante, preguntó a que se debía ese nombre para un barco. Y fue el propio rey quién se lo dijo: “Joven, ese nombre tan largo, no quiere decir otra cosa que cormorán. Y es apropiado para una embarcación, por ser un ave acuática muy hábil y dotada para nadar y surdir las aguas del mar. Pesca mejor que ningún otro pescador. Y es muy común en nuestras costas. De ahí el nombre... Satisfecha tu curiosidad?”. “Sí, majestad.... Os quedo muy agradecido, mi señor”, añadió Iñigo. Y el rey también apostilló: “Qué bien educados tienes a tus pajes, conde Nuño. Da gusto oírlos además de verlos”. Tanto Froilán como Nuño quedaron contentos por la seguridad que les daba aquel barco para aventurarse en las aguas del Mediterráneo. Y más al decirles el monarca que la tripulación sería elegida en el último momento, entre los mejores marinos de Cataluña, evitando que alguno tuviese la tentación de irse de lengua y revelar que formaba parte de la expedición a Nápoles.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo XXIX


No les dio tiempo ni al rey ni al conde a levantarse y cayeron sobre ellos los tres follones dispuestos a cortarles el gaznate con sus estiletes. Eran tres sombras oscuras que surgían de la noche, como seres incorpóreos del mundo de las tinieblas. El conde sólo pudo proteger con su cuerpo al monarca y notó el peso de un hombre sobre su espalda, mientras que otra sombra rondaba en torno suyo buscando un resquicio para herir de muerte al rey de Aragón o a él mismo. Con la premura de la acción, no pensaba en el tercer atacante. Pues lo importante ante todo era la vida del rey y echando mano a su daga la hundió en lo que le pareció carne humana sobre la suya.

Y por suerte acertó a clavarla en un costado del vientre de su agresor. Se liberó de ese modo y reaccionó con la agilidad de un leopardo para enfrentarse al otro que pretendía la muerte de Don Jaime. O quizás la suya. Ahora ya nada estaba tan claro, pues el herido se revolvió contra él y no intentó nada contra el rey que ahora estaba desprotegido. Don Jaime no llevaba armas y se sintió inútil al estar inerme para la lucha y ayudar a Nuño a repeler la acción de los asesinos. Pero el rey se dio cuenta que el tercero caía al suelo agarrándose la garganta con las dos manos. Y detrás de ese oscuro sujeto, aparecía otra figura esbelta con una rutilante daga en la diestra. Y que a pesar de la oscuridad, se distinguía el rojo de su vestimenta.

Ese rápido atleta pegó un brinco en el aire y se dejó caer encima del renqueante herido, para rematarlo con la misma facilidad que un matarife corta el pescuezo de una res. Nuño sólo veía a su oponente y los puñales aferrados en las manos se disputaban el derecho de ser el primero en matar al otro. El joven de rojo se dio prisa en atender al rey y ver si le habían lastimado. Y entre tanto, el conde engañaba con un amago al tercero y le asestaba una mortífera cuchillada en el abdomen. Ya sólo quedaban sobre el suelo enlosado del patio tres hombres estupefactos todavía por lo sucedido y tres cuerpos inertes cubiertos de sangre.

Nuño se volvió hacia el rey y el muchacho, que todavía mantenía en guardia su corto acero, y dijo: “Majestad, ya tenemos a nuestro príncipe otra vez en acción. Nunca puede estar quieto y desobedece sistemáticamente las órdenes cuando no le gustan. Pero no puedo dejar de agradecerle una vez más su valiosa ayuda para salvar el pellejo”. El rey sujetó con fuerza la mano izquierda del chico y añadió: “Soy el segundo rey al que le salvas la vida. Y eso además de ser un verdadero honor para mí, estaré en deuda contigo mientras viva, Guzmán”. Pero el mancebo no se atrevía a darle las gracias al rey por esas palabras. Y el conde le dio ánimos: “Su majestad sabe quien eres y no tenemos nada que temer. Se une a nuestro secreto y por su honor, que es notable, nunca revelará a otros tu identidad. Agradece a su majestad su condescendencia contigo”. “Gracias, mi señor. Pero la generosidad de vuestra majestad me abruma”, dijo Guzmán inclinándose ante el rey.

Y Don Jaime se enganchó del brazo del mancebo y dijo: “Vayamos dentro donde el aire no sea tan peligroso para la salud.... Ah!. Aquí sólo han muerto unos espías que osaron abortar vuestra misión. Y si es preciso los haremos pasar por italianos o bávaros, eso da igual. Pero mi vida no era su objetivo. No me interesa ahora que cunda el rumor de un atentado contra mi persona. Y a ti, joven infante, no puedo concederte honores ni títulos, pero si debo darte mi amistad y este anillo que llevo en el anular. Su mérito no está en su valor, pues solamente es de oro y no lleva engarzadas ni gemas ni tiene otro adorno que las armas de Aragón. Pero te abrirá las puertas de mis reinos y a quien se lo muestres sabrá que eres un caro protegido del rey... Tómalo, Guzmán y haz uso de esta alhaja cuando lo necesitas realmente”. “Gracias, majestad. Pero no necesito más que la protección de mi señor el conde”, afirmó el chico. Y el rey le respondió: “Ya sé todo eso. Pero este anillo también le puede salvar a él.... Cógelo y no se hable más del asunto”. “Sí, mi señor”, acató el mancebo.

“Vamos, conde y deja de mirar esa carroña. Mis guardias los despedazarán y los harán desaparecer sin que nadie los eche de menos. Y si alguien extraña su ausencia se habrá delatado y el castigo será ejemplar. Y de las averiguaciones pertinentes para esclarecer estos hechos se encargará mi fiel Artal de Alagón, hijo de uno de mis mejores nobles, Don Blasco de Alagón, que Dios tenga en su gloria.... Los freiré en aceite hirviendo cuando dé con ellos”, sentenció el rey abandonado el patio. Y al volver solos al salón el conde y el mancebo, Nuño hizo una seña a Froilán y rápidamente Iñigo y Ruper, ya estaban a su lado.

Anduvieron sin detenerse ni mirar para atrás por las callejas y plazas que separaban ambos palacios, flanqueados por los cuatro africanos, cuyas diestras asían los puños de sus cimitarras. Y el conde le iba contando a Froilán, a grandes rasgos, parte de la conversación con el rey. Sin mencionar la lucha ni, lógicamente, los acuerdos de éste con Manfredo. Ni tampoco dijo nada sobre lo que planeaba Don Jaime respecto a esos reinos del sur de Italia. Lo que no le ocultó fue la sagacidad del monarca al descubrir el engaño sobre la muerte ficticia del mancebo. Pero le tranquilizó asegurándole que tenía buenas razones para confiar en la palabra y discreción de su majestad.

Iñigo sospechaba que había algo más que no contaban, pero no indagó ni mostró su curiosidad por saber que era. Supuso que pronto se lo dirían, dado que al convivir tan juntos los tres, era complicado ocultarle cualquier cosa al chaval. Y no se equivocaba. Al quedarse solos en el dormitorio, Nuño le relató la nueva hazaña de Guzmán, con todas sus consecuencias posteriores. Y le mostró el anillo real que Don Jaime le había dado al mancebo. Iñigo abrazó impulsivamente a su compañero y lo apretó contra su pecho con todas las ganas de su afecto hacia él. Y exclamó: “Doy gracias porque no os ha pasado nada ni a vos ni a él, mi señor. Pero hubiera querido estar allí también para pelear a vuestro lado. No podría vivir solo otra vez”.

Nuño se acercó a los dos muchachos y cogiéndolos por la cintura a ambos les ordenó que se desnudasen. El también se despojó de todos los arreos y trapos que llevaba puestos. Y en pelotas los tres, el conde tomó la batuta para dirigir el concierto a tres cuerpos por todo lo que les restaba de la noche. Los chicos se arrodillaron y el amo les dio a comer su polla. Le basaron los huevos y lamieron el culo de su señor. Y luego Nuño les ordenó ponerse en pie y fue él quien se agachó para comerse las partes de sus dos chicos. Y lo hizo por partes, desde luego. Primero el pito, después los cojones prietos y juguetones, como corresponde siendo todavía unos adolescentes. Ellos se besaban en la boca y se lamían las orejas y las mejillas. Y se tocaban los pezones y todo el pecho. El amo metió la lengua en los anos de los chavales y los folló con ella. Los críos jadeaban y el gusto les hacía alucinar y ver luceros y un firmamento de estrellas multicolores. Y no sólo era por la húmeda caricia dentro del culo, sino también por las cachetadas en las nalgas que les daba el amo con ambas manos y al mismo tiempo a los dos.

Les calentó la carne con azotes y palmadas y les retorció los pezones mientras les mordía los labios y chupaba sus mejillas. Eran sus dos juguetes de carne y hueso, que vibraban como arpas al rozarles las cuerdas de los sentidos. Les habló a los dos con palabras en tono seductor y les susurró un canto amoroso para que soñasen en sus brazos al entregarse a él. Y les hizo el amor, también a los dos muchachos. Ellos gemían, temblaban y se estremecían a un mismo tiempo. Y el amo gozaba y sentía que su alma se unía a la de sus dos esclavos. Les folló el alma y vertieron su semen los tres en más de una ocasión durante esa noche. Y secos y agotados se durmieron entrelazando los brazos y las piernas. No les quedaba ni saliva ni esperma, pero estaban llenos de amor y de paz. Y daba gusto ver unos cuerpos tan hermosos y tranquilos tumbados sobre el mismo lecho. Sin duda el conde era feliz con sus dos jóvenes esclavos. Y ellos eran dichosos por ser el objeto de su placer.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Capítulo XXVIII


Durante el banquete, Don Jaime no perdió ocasión de charlar con el conde, como tampoco Doña Teresa desaprovechó la oportunidad de hacerlo con Don Froilán para enterarse de los cotilleos de la corte castellana. A la señora le gustaba saber que estaba de moda entre las damas en ese otro reino. Y, por supuesto, quería conocer detalles sobre la joven reina Doña Violante que a sus veinte años era madre por cuarta vez. En cierto modo era su hijastra y sabía que el padre adoraba a esa hija. La habían desposado con Don Alfonso a los diez años, el cual, contando ya con veinticinco años de edad, tenía varios hijos naturales. El matrimonio se consumaría dos o tres años más tarde, pero dada su juventud para ser madre, llegaron a considerar la conveniencia de solicitar al Papa la anulación, creyéndola estéril. “Si sólo era una niña, cómo pretendían que quedase preñada”, decía Doña Teresa, haciéndose cruces. Y qué razón tenía la buena señora. “La razón de estado a veces se contradice con el amor a los hijos y la lógica que marca la naturaleza”, añadió la noble dama.

Por su parte, al rey le preocupaban otras cuestiones ajenas a modas y asuntos familiares. Al monarca le importaban más en esos momentos los negocios concernientes a sus reinos y a los intereses de su yerno en el trono imperial, entre otros asuntos de alta política que compartió con Nuño. Tampoco era ajeno a esta conversación el mayor de los infantes, Don Alfonso. Y al segundo, el joven Don Pedro, que el destino le reservaría la sucesión en el trono de su padre y pasaría a la historia como Pedro III el Grande, parecía más inclinado a charlar de justas y monterías. Y sobre todo de caballos y perros de caza. Y por eso, en cuanto pudo meter baza y atraer la atención del conde, quiso que éste le contase alguna de las hazañas que habían forjado su fama de caballero audaz y guerrero de gran renombre. El príncipe también conocía algún relato sobre el bello doncel que lo acompañara a Granada, que trasmitido de boca en boca recorría los reinos. Nuño prefería evitar ese tema y derivó la charla a otros hechos de armas, que pronto captaron la atención del círculo de comensales de su entorno.

Acabados los postres y ya cansados de músicas y cantos de juglares. Y bromas y piruetas de bufones y de algún cortesano que no perdía ripio para congraciarse con el monarca, el rey Don Jaime anunció que se retiraba, pero invitó al conde a que lo acompañase. Froilán miró a Nuño sin decir nada. Y éste le hizo el gesto de que se quedase con Doña Teresa y los infantes. Guzmán, al ver irse a su amo con el rey, le dijo a Iñigo que permaneciese sentado con Ruper y los otros pajes, pero él se escabulló como una sombra tras los tapices y cortinas, filtrándose entre los guardias como el humo para seguir a su señor. El mancebo no había perdido su ingenio y agilidad para hacerse silenciosamente invisible y perseguir a una presa.

El rey condujo a Nuño hasta un patio no muy grande, que tenía una fuente de piedra en el medio, de la que solamente salía por su vértice un chorro de agua, salpicando con repiqueteos en la pileta que rodeaba la base. Era un humilde chafariz, que en nada tenía que ver con la elegancia de las fuentes de la Alhambra o de cualquier otra alcazaba árabe, pensó Guzmán al verlo tras una columna de un atrio lateral que servía de pasadizo entre dos alas del palacio.

Don Jaime tomó asiento en el borde de la fuente y Nuño permaneció de pie, ya que nadie, que no fuese otra cabeza coronada, podía sentarse ante un monarca si él no se lo autorizaba. Pero el rey le dijo al conde que se sentase a su lado. Y al hacerlo el conde, Don Jaime le habló con clama, pero con un tono solemne en la voz: “Nuñó, amigo mío, llevas sobre tus hombros una pesada carga y tu responsabilidad ante tu rey es muy grande. Sabes que te expones a serios peligros y crueles intrigas. El poder se nutre de la ambición de los hombres y ya conoces por experiencia que la codicia no tiene límites. Mi yerno tiene derechos de sangre a ser el rey de romanos, pero no cuenta con la simpatía del papado. Y eso es un grave problema. Deseo que él sea el emperador, como lo fue su antepasado Alfonso VII, más es una empresa complicada por muchos motivos. De aquí irás a Nápoles. Y allí contarás con el apoyo y amistad de Manfredo. Que es otro Hohestaufen por ser hijo natural del emperador Federico II, que lo tuvo a consecuencia de sus amoríos con una noble dama, llamada Blanca Lancia. Este hombre es el regente de su sobrino el rey Conradino, que sólo tiene dos años de edad y ese niño es el duque de Suabia y rey de Sicilia y Jerusalén. Y lo más importante para la causa de tu señor, es que también es enemigo del Papa y de los güelfos. Apoya al partido gibelino y protege a la Toscana de caer en manos de ellos y del pontífice de Roma. Será un gran aliado y colaborará en todo lo que pueda para que alcances el éxito deseado en tu empresa y que todos esperamos de corazón. Pero ten cuidado porque Carlos de Anjou, hermano del rey de Francia Luís IX, aspira al trono de Sicilia. Y los franceses siempre han sido aliados de Roma”. “Pero, mi señor, el rey de Francia y su hermano el conde de Anjou son primos carnales del padre de mi señor Don Alfonso, el difunto rey Don Fernando III, que en paz descanse. Creéis que se opondrán a su coronación como emperador?”.

El rey de Aragón jugó con el agua de la fuente mojándose los dedos en ella, y dijo: “Conde, Francia tiene intereses en Italia. Y la alianza del Papa Alejandro IV les resulta más provechosa que el afecto derivado de lazos de sangre... Y en mi caso me interesa ayudar a Alfonso no por ser mi yerno solamente, sino porque Aragón y Cataluña tienen ansia de expansión comercial y nuestros intereses en el sur de la península Italiana son prioritarios. Aspiramos a ser dueños del Mare Nostrum. Necesitamos dominar este mar Mediterráneo y para eso es necesario contar con el reino de Nápoles y Sicilia. Que será nuestro algún día, se oponga quien se oponga”.

El rey parecía soñar despierto, pero sabía muy bien lo que decía. Y así lo confirmarían más tarde los acontecimientos que tendría que venir. El destino de los pueblos lo forjan sus hombres y mujeres con el tesón y el empeño en lograr cuanto se proponen. Y el rey volvió a hablar para el mismo, pero en voz alta: “Y los peces que naden en estas aguas llevarán en sus lomos las barras rojas y amarillas de la Corona de Aragón”. Calló un instante y añadió mirando al conde: “Y tú, Nuño, llegarás a verlo. Estoy seguro!. Primero dejaremos que los franceses se mojen el culo y nos hagan el trabajo sucio de destronar y expulsar del reino a los Hohestaufen. Y luego ya daremos cuenta de los Anjou, en su momento. Y ni todas la bendiciones de Roma ni las fuerzas de Francia podrán evitarlo, amigo Nuño. Sólo es cuestión de tiempo y oportunidad. Y si yo no lo consigo, lo harán mis hijos. Pero estoy convencido que un hijo mío será rey de Nápoles y Sicilia”. “Espero que así sea, mi señor”, afirmó el conde deseándolo sinceramente.

Don Jaime observó el cielo estrellado y puntualizó: “Eso todo son planes de futuro, pero ahora lo que nos interesa es la amistad de Manfredo. Además nosotros no le arrebataremos el reino a su sobrino ni a él. Primero se pelearán entre ellos y después ya lo harán otros para entregárnoslo más tarde”. “Sí, mi señor. Temo los tejemanejes del Papa y los ardides de los güelfos. Pero no cabe duda que tener en contra a los franceses también empeora bastante la situación. Esperemos que ese Manfredo no se vuelva contra nosotros, señor”, alegó el conde. El rey clavó los ojos en la mirada de Nuño y añadió: “Nuño, voy a hacerte partícipe de una confidencia, que espero mantengas en el más absoluto secreto. He asegurado la ayuda de Manfredo a cambio de prometerle que no me opondré a su probable usurpación del trono al pequeño rey de Sicilia... Creerás que soy un irresponsable al decirte esto, cuando casi no nos conocemos. Pero te diré que me fío más de ti que de la mayoría de mis cortesanos y consejeros. Y por la cuenta que te tiene, sé que tus labios quedarán sellados. Vaya tu secreto contra el mío”. El conde no ocultó su sorpresa y exclamó: “Mi secreto?. A que os referís, mi señor?”. El rey sonrió y dándole unas palmaditas en el hombre a Nuño, respondió: ”Ese secreto de piel aromática como la canela y ojos de almendra. Tan bien me lo describió mi hija Violante, que hasta un ciego lo reconocería al tenerlo delante de sus narices. Habéis sido muy atrevidos, conde. Pero no tienes nada que temer porque guardaré en absoluto silencio la milagrosa resurrección del bello y valiente sobrino de mi yerno. El infante Don Guzmán, señor de La Dehesa. O prefieres que le llame el príncipe Muhammad Yusuf An-Mustansir?”.

A Nuño se le abrió el suelo bajo los pies y sólo pudo balbucear: “Mi señor. Pero cómo os habéis dado cuenta si apenas se acercó a vos?”. “Nuño, soy muy perspicaz y nada que ocurra a mi alrededor escapa a mis sentidos. Ese muchacho es demasiado hermoso y peculiar para no ser visto. Aunque a su lado hayáis puesto a otro mozo tan apuesto y atractivo como él, en vez de hacerle sombra al otro, los dos son como antorchas encendidas en una noche cerrada y negra como la boca de un lobo. Donde estén relumbran y los ve todo el mundo quedándose atraídos por su belleza. Y si lo dudas, conde, pregúntale mañana a mi querida Teresa. A las mujeres no se les escapa una cara tan bonita como la de esos chavales... Nuño, no se abandona todo sino es por amor. Y no hace falta ser muy listo para saber quien es la causa de la renuncia de ese mozo. Hay que tener un corazón muy desesperado de pasión para preferir convertir su vida en un mero recuerdo y existir como un fantasma a la sombra del ser que adora. Y yo no voy a romper ese sueño ni esa entrega entre vosotros dos, amigo Nuño”. Y metidos en la conversación, a pesar de la perspicacia el rey, los dos hombres no se dieron cuenta de la presencia de tres sombras que los acechaban. No daban la impresión de llevar buenas intenciones. Y pronto el brillo de un acero destelló con la luna.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo XXVII

Esa noche, la corte de la Corona de Aragón acogía al Conde y a su amigo Don Froilán, cargada de lujo y resplandeciente entre oropeles y orgullosa grandeza. Se anunció la llegada del rey y todos se volvieron hacia el fondo del salón por donde ya hacía su entrada Don Jaime I. Le precedían dos maceros engalanados con las armas de Aragón y Cataluña. Y al paso de los heraldos sonaron las trompas y clarines reclamando la atención de los presentes. De la mano de Don Jaime venía Doña Teresa, tan bella y elegante que su dignidad no desmerecía la de una reina. Y el monarca con su mujer ascendió el escalón del estrado donde estaba ubicada la gran mesa que presidiría el convite. El chambelán organizó pronto el escenario y fue indicando a cada persona el lugar que debían ocupar en torno a la mesa del rey. El conde y Froilán fueron invitados a sentarse a ambos lados de la egregia pareja. Y no demasiado lejos de ellos, en otra mesa abajo de la tarima principal, tuvieron acomodo los tres muchachos con otros pajes que también acompañaban a sus señores.

Iñigo y Guzmán estaban juntos y Ruper frente a ellos. Y al lado de de éste compartían la mesa dos jóvenes morenos, también muy guapos y atractivos, que servían a dos prohombres del reino de Aragón. Y flanqueando a los dos pajes del conde, otros dos donceles, uno pelirrojo y el otro de pelo castaño, se mostraban muy simpáticos con ellos. Los dos eran hermosos y vestían con gran lujo. Lo que demostraba que sus amos era altos dignatarios del reino. Y por su acento posiblemente del principado de Cataluña. Y no muy separados de ellos, otros dos muchachos llamaron la atención de Guzmán. Se reían y gastaban bromas a quienes estaban a su lado. Y ambos lucían ricos atuendos, más apropiados para dos príncipes que para simples pajes. Y el pelirrojo le cuchicheó al oído: “Son Don Jaime y Don Pedro, los hijos del rey y Doña Teresa. Nacieron ilegítimos, pero se les considera como si fuesen infantes. Se llevan dos años nada más. Y el menor no tiene más que dieciséis años... Como veis son tan apuestos como bella es su madre”. “Pero no se sientan con los hijos legítimos del rey. Porque los infantes son aquellos otros dos que ocupan la mesa con su padre”, alegó el mancebo.

Y el chico del cabello rojo afirmó: “Sí. El hombre ya maduro es Don Alfonso de Aragón y Castilla, primogénito del rey y de su primera esposa Doña Leonor. Y consecuentemente es el príncipe heredero. Y el otro, que todavía es un adolescente, tiene la misma edad e idéntico nombre que su hermanastro. También se llama Don Pedro, pero éste es el mayor de los hijos de la difunta reina Doña Violante. Ya ves. Se sientan en el mismo lado los dos pretendientes a las coronas de su padre. Y son tan hermanastros entre ellos como respecto a estos otros. Pero la diferencia está en que doña Teresa no es reina y las anteriores esposas si lo fueron. Así es la vida, amigo mío!”.

Iñigo escuchaba atento lo que decía el vecino de Guzmán y también quiso intervenir en la confidencia, preguntándole: “Y se llevan bien entre todos?”. El informador se rió y respondió: “Todo lo bien que cabe esperar de quien lo espera todo y quienes han de conformarse con lo que sobre, si les queda algo para ellos. Cuando hay un gran pastel delante de los ojos, no es fácil no ser goloso y glotón para no quererlo entero”. “Eso es cierto”, dijo Guzmán. Y el mayor de los bastardos del rey le preguntó al rubio paje del conde: “Cómo os llamáis?”. “Iñigo”, contestó el chico. “Te gustaría que luego te mostrase los mejores caballos que has visto en tu vida?”. Guzmán se mosqueó, pero no abrió la boca. Y el otro paje de Nuño respondió: “Mi señor, el conde de Alguízar, entiende mucho de caballos y en sus cuadras posee espléndidos ejemplares de raza árabe. Y pocos jinetes le superan domando y montando a esos nobles animales. A mí me ha enseñado muy bien como se debe montar a un potro para que no se resabie”. “Yo también podría enseñarte como se monta y se domina a un bello animal”, dijo el vástago mayor de Doña Teresa, Don Jaime, provocando al chaval con la mirada y un gesto lascivo en los labios.

Guzmán le arreó un codazo a Iñigo y le susurró que no entrase al trapo y dejase correr las insinuaciones del vanidoso joven. Pero el que intervino ahora apoyando a su hermano fue el más pequeño. Y Don Pedro dijo: “Podemos ir todos y ver como mi hermano te demuestra lo buen jinete que es. Me está enseñando a montar tan bien como lo hace él”. Y entonces Guzmán creyó que debía acabar con aquello y sin más contemplaciones dijo: “El y yo somos propiedad de nuestro amo. Y sólo él nos usa y nos enseña como ha de complacerle un buen siervo. En cuanto termine esta cena, nuestro señor nos dirá que debemos hacer y adonde le acompañaremos. Por tanto, si tanto interés tienes en que Iñigo te acompañe y comparta algo contigo, tendrás que pedírselo a Don Nuño. Y él hará lo que crea más oportuno. Más si se trata de montar un hermoso ejemplar. Te aseguró que si ves como lo hace mi señor no entenderías como tardaste tanto en gozar de ese placer. La destreza de mi amo al cabalgar sobre el lomo de un joven animal es todo un arte. Y te aseguro que merece la pena apreciar y admirar sus maneras”.

Un silencio pesó en el aire y todas la miradas se centraron en el mancebo. Acababa de desafiar al hijo más mimado por el rey. Al infante en la sombra que todos temían ofender o caer un su desgracia. El chico se daba más pavo y se gastaba más humos que los verdaderos príncipes del reino. Pero a Guzmán eso le importaba un bledo. Y no porque él fuese un auténtico príncipe en dos mundos, sino por ser el esclavo del hombre más valeroso y noble de toda la tierra. Y por supuesto nadie en sus narices le faltaba al respeto a su amo ni osaba tocar ninguna de sus pertenencias. Y menos a Iñigo o a él. Porque antes de que le rozasen un solo cabello dorado a su querido compañero, su puñal sabría dar cuenta del atrevido. Y si ese veloz acero se topaba con un pene fuera de sitio, lo sajaría sin el menor titubeo. Así que lo mejor para el impertinente Jaime era que se guardarse bien la minga dentro de las calzas si no quería ser un castrado absoluto para el resto de su vida.

Y si tan valiente era y no iba solamente de chulo, que intentase algo con Iñigo junto a los caballos de su padre. Y lo menos que le podría pasar es que fuese alguno de esos preciosos cuadrúpedos quien lo montase a él. Y a ver si su culo resistía una verga tan grande como lo había hecho tan valientemente Abdul. Además les habían escoltado hasta el palacio real cuatro imesebelen, Y con esos muchachos era mejor no andar con bromas. Los culitos de los dos hijos ilegítimos de Don Jaime podían quedar partidos en dos trozos por las negras pollas de esos guerreros. Pero lo mejor eran templar gaitas y evitar líos para no echar por tierra la misión encomendada al conde y a Don Froilán.

Y el otro paje de cabellos castaños le dijo a Guzmán: “Eres muy valiente, pero no te conviene provocar a esos dos. Ellos creen que a todos los pajes nos usan nuestros amos para aliviar sus cojones cuando no tienen a mano un coño de mujer. Y por eso la ha tomado con tu amigo al verlo tan apuesto y con una cara tan bonita que envidiarían su belleza muchas jóvenes de esta corte. Pero no les hagáis caso y sigamos comiendo en paz. En cierto modo muchos de los cortesanos más jóvenes nos envidian esa posibilidad de acostarnos con hombres tan notables y fuertes como suelen ser nuestros amos. Ya sabes que cuando uno es adolescente nos atrae la idea de gozar con un hombre ya hecho. De servirle como una hembra y sentir la fuerza de su sexo dentro de la barriga o en la boca”. “A ti te ha pasado eso que dices?”, preguntó Guzmán.

Y el chaval le contestó: “Me ha pasado en cuanto me aceptó como paje mi amo. Y me sigue pasando cada vez que me ordena que me acueste en su cama. El me desnuda y me besa por todo el cuerpo. Y es mucho más cariñoso conmigo que con su esposa. Ella me odia, pero a mi me da igual. Amo a mi señor y cuando me preña el vientre con su semen me vuelvo loco de placer. Vuestro amo también os usa?”. “Sí”, afirmó Guzmán. “A ti o a él?”, insistió el otro paje. “A los dos. Los dos somos sus yeguas o sus perras o sus putas, según desee montarnos , cubrirnos o follarnos”, le respondió con firmeza el mancebo. “Hostias!. Cómo debe gozar con vuestros cuerpos!. Y menuda potencia ha de tener para satisfaceros a ambos!”, exclamó el chico. Y Guzmán le aclaró: “Sí goza con nosotros dos. Y debe ser uno de los machos más activos y con mayor fuerza en la polla que pueda existir. Nos da por el culo a los dos casi sin descanso entre polvo y polvo. Y no tiene que molestarse en satisfacernos, porque nuestro gozo es su placer. Pero te aseguro que con semejante verga y su maestría al usarla, sería imposible que no nos corriésemos antes que el acabe dentro de nuestras tripas o garganta. Renunciar a todo lo que de bueno haya en el mundo no es nada comparado con la dicha de ser suyo. Iñigo y yo lo adoramos como a nuestro dios”

Iñigo, sonriente, aseveraba con la cabeza las palabras de Guzmán. Y los otros pajes que escuchaban al mancebo, se decidieron a contar el gozo que les daba servir de hembras a sus señores. Casi todos ponían la boca y el culo para hacer disfrutar a sus amos, estuviesen o no con sus esposas. Al parecer a la mayoría de los nobles caballeros les daba más placer el culo de su paje que el coño de una hembra. Quizás se debiera a vivir entre hombres la mayor parte de sus vidas, ya fuese en guerras o largas campañas de luchas, donde escaseaban las hembras con tetas y dos agujeros. El servicio de un buen paje les era fundamental para casi todo. Y en eso no se excluía la faceta sexual. Qué mejor relajación después de una cruenta pelea, que la boca de un guapo muchacho sin barba mamando la polla del guerrero como un ternero hambriento?. Y dónde le daría más gusto vaciar sus huevos que dentro de ese vientre plano y terso?. Cómo no iban a querer los caballeros a esos chavales que con la mayor ternura les calentaban la cama en las frías noches en que sólo los cobijaba la lona de una tienda de campaña!.

La relación con las esposa era de otro tipo. Y la función principal de éstas era parir hijos. Las follaban, pero los convencionalismos sociales y religiosos les impedían gozarlas. Así que el placer lo buscaban en otros agujeros. Y lo más a mano que tenían era la boca y el ano de su joven paje. Por lo tanto era normal que los follasen. Más, teniendo en cuenta que con ellos no había problemas de embarazo ni de hijos bastardos, que a larga siempre eran un problema y no hacían más que dar la lata. El paje era un ser caliente y de piel suave y tersa, cuya carne dura y recia le daba calor y conseguía empalmarle la verga tan sólo con acariciarla. Y, por si fuera poco, estos chicos solían aprender bien el arte de complacer a sus amos con la boca, lamiendo y chupando una verga como si fuese el más gustoso manjar. O apretando el culo y exprimiendo la polla de su señor al tenerla dentro del recto.

Se ponían en todas las posturas totalmente desnudos y no como las damas bien educadas que no se quitaban la camisa de dormir para cumplir el débito conyugal. Y se abrían de patas como las perras para incitar más a su dueño con el visión de su ano dilatado y palpitando de ansia por se penetrado. Hasta el olor acre de las entrepiernas de los críos ponía como burros encelados a los aguerridos caballeros. Y cuanto más bellos eran los pajes, más putos les parecían a sus amos al verlos cachondos deseando que les diesen por el culo. Y casi era una obligación del señor ensartársela al paje y joderlo con todas sus fuerzas. Y si alguien sabía eso, era Nuño. Y Guzmán que llevaba años comprobando lo mucho que sabía sobre eso su amo. Iñigo ya lo estaba aprendiendo también.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo XXVI

Cada vez que un rayo de sol le daba en los párpados, a Guzmán le temblaban nerviosos, no queriendo abrirse y despertar del sueño fabuloso en que estaba inmerso. Estaba en un jardín florido, lleno de aromas y sensaciones de paz. Y en ese lugar estaba con su amante, pero también compartía con ellos esa felicidad el joven Iñigo. No veía a la condesa, pero sabía que estaba allí y la acompañaba Blanca. Y, de pronto, aparecían Ruper y Froilán. Y éste les decía que se llevaba con él a la hermana de Iñigo. Y lo raro es que al despertar lo recordaba como si lo hubiese vivido.

Sintió entonces los brazos de Nuño, estrechándolo con mucha fuerza, y supo que también estaba despierto y quería gozarlo como era habitual cada mañana. Porque, aunque ahora también estaba Iñigo en la misma cama, el conde prefería iniciar la jornada dándole por el culo al mancebo. Quizás fuese la fuerza de la costumbre o, por qué no, el amor. Pero lo cierto es que en el primer culo que la metía era el de Guzmán. Y el segundo polvo ya sería para el otro joven, que se habría corrido viendo como se follaba a su compañero.

La ventaja de tener tan pocos años, era la rapidez conque sus cojones se llenaban de nuevo de leche. Y el muchacho disfrutaba como una perra al montarlo el amo, gozando lo mismo que si no se hubiese corrido todavía. A su edad, da lo mismo eyacular una que tres veces, porque la polla se levanta con el mismo empuje y ganas que antes de verter ni un solo espermatozoide. A los dos chicos les encantaba que su dueño los follase. Y al notar su leche en las tripas, eyaculaban sin poder remediarlo. Era como si el cipote de Nuño abriese la espita del esperma en ambos muchachos.

Y esa mañana abandonaban la casa de un pariente de Froilán en Terrassa para continuar el viaje. Salieron temprano y apuraron el trote. Y pasado el medio día entraron en Barcelona, tras unas breves paradas para los indispensables alivios y comer algo durante el camino. Ahora se tomarían un tiempo antes de embarcar para Nápoles. Además tenían que ver al rey de Aragón y cumplimentarlo debidamente en nombre de su Señor Don Alfonso.

Froilán tenía otro palacio en la ciudad condal, ya que por parte de madre pertenecía a una de las familias más nobles y ricas del principado de Cataluña. Y nada más llegar a Barcelona, se dirigieron al gran casón ubicado cerca de la seo y del palacio real de la Corona de Aragón. Sabían que no debían perder tiempo innecesariamente, pero les convenía un buen descanso y arreglar asuntos de dinero con un prestamista judío, conocido de la ilustre familia de Froilán. Para cubrir los gastos en tierras italianas, necesitaban buen crédito, ya que no era oportuno llevar encima todo el oro y la plata que les hacía falta. Era mejor una carta al portador, que garantizase el pago de las cantidades que fuesen precisando, sin tener que desembolsar su importe en monedas.

El conde tomó la decisión de descansar ese día, antes de presentarse en la corte de Don Jaime I. Todos se relajaron y gozaron de tiempo libre para desfogarse con sexo y juegos de distinto tipo. Y a la mañana siguiente fueron al palacio real. El rey, casi apunto de cumplir los cincuenta años, les impactó por su aspecto de héroe mitológico, cuya áurea se acrecentaba por sus luengos cabellos oscuros y la cuidada barba canosa que orlaba su rostro. Su imagen era la representación de un monarca que infundía respeto. Y el soberano los recibió afectuosamente abriendo los brazos para darles al conde y a Froilán la más cordial bienvenida a sus reinos.

Guzmán se agazapó detrás de Iñigo para no llamar la atención del rey ni de ninguno de sus cortesanos. Pero su apostura no pasaba desapercibida fácilmente al igual que la de Iñigo. Dos jóvenes tan extraordinariamente hermosos, por fuerza reclamaban las miradas de damas y caballeros. También se fijó en ellos el rey y la gentil Doña Teresa Gil de Vidaure, que no era reina, pero Don Jaime había contraído matrimonio morganático con ella después de enviudar de la reina Doña Violante de Hungría, madre de la joven reina de Castilla y León. Y el rey le preguntó al conde: “Esos dos jóvenes son vuestros pajes?”. “Sí, mi señor”, respondió Nuño. Y el rey añadió: “Me han dicho que otro joven muy bello y valeroso os acompañó a Granada hace unos años. Y que resultó ser sobrino de mi yerno, el rey de Castilla”. “Sí, mi señor”, afirmó el conde. “No cabe duda que sabéis elegir vuestros acompañantes, conde. Estos dos muchachos son de una belleza fuera de lo común. A ver que sorpresa nos reservan esta vez!”, añadió el rey. “Gracias, mi señor”, dijo Nuño. Y añadió: “Mi señor, son dos valientes luchadores, además. Cualquier gran señor estaría honrado de que le sirviesen”. “No lo dudo, conde. O al menos le alegran la vista a uno”, repuso el rey.

Y sin saber el por que, al conde le olió a cuerno quemado el interés de Don Jaime por su dos pajes. En realidad más por uno que por el otro, dado que la alusión al sobrino de Don Alfonso le dio que pensar a Nuño. Habría sospechado algo el rey de Aragón al ver al mancebo?. Froilán lo tranquilizó diciéndole que Don Jaime no había conocido a Guzmán antes de ahora. Y por mucho que le hubieran contado, era difícil relacionar al chico con su pasado en la corte de Sevilla. Froilán convenció al conde que lo mejor era clamarse e intentar disfrutar de la hospitalidad del rey, que les invitaba a un banquete esa noche y ni podían rechazar la invitación ni encontraba motivos suficientes que justificasen los recelos de Nuño.

Pasaron la tarde en el palacio de Froilán, haciendo mil cosas para entretenerse, sin olvidar ejercitar la espada y el tiro con arco. Pero dando una gran importancia a la lucha cuerpo a cuerpo y la defensa con puñal o daga. Y entre ellas, desde luego, no faltaba tampoco follar a destajo. Tanto el dueño de la casa, poniéndole el culo a tono a Ruper, como el conde con sus dos chavales. Y de tal manera se la calzó Froilán a su doncel, que posteriormente, en el banquete real, casi no se podía sentar el muchacho. Y Nuño, por su parte, tampoco se quedó atrás en eso de joder, aunque él repartió los polvos entre sus dos preciosos esclavos. Y no sólo los folló, sino que gozó con ellos mirándolos y tocándolos por todo el cuerpo. Y quiso también ver como ellos se sobaban y besaban. Y estuvo contemplándolos un buen rato mientras los dos se comían y lamían de pies a cabeza. Para Nuño era como ver a dos cachorros de león enredándose uno en otro y jugando a mordisquearse, pero los chicos hacían algo más que eso. Los besos que se daban iban cargados de pasión y deseo. Y no sólo lo hacían porque se lo ordenase su amo. Les gustaba tocarse y verse desnudos. Y el contacto físico los ponía cachondos, empalmándoseles las pollas como a dos potros.

Quizás lo gozaban más sabiendo que eso calentaba a su señor. Y luego les daría por el culo a los dos con más ganas y con tal ímpetu que podría partirlos en dos cachos. A Iñigo le disparaba el nivel de testosterona tener la polla de Guzmán en la boca y paladear su leche. Y a éste tampoco le desagradaba la del joven chaval. Y como el amo no daba a basto para darles de mamar y al mismo tiempo mantener sus barrigas repletas de semen, la función de sud penes era servirle al otro esclavo de teta, para darle un suplemento alimenticio complementario a la leche del amo. Y así estaban los dos de lustrosos y fornidos. Ningún otro joven tomaba tanta vitamina fresca como ellos.

Pero a la hora de engalanarse para asistir al sarao del rey, al conde le entraron dudas acerca de la conveniencia de llevar a Guzmán. Seguramente sólo faltaba que Don Jaime lo viese vestido para una fiesta y adornado con joyas y terciopelos, para que ya no le cupiesen dudas sobre la identidad del mancebo. Pero Froilán, que le encantaba ver a los muchachos tan guapos y con ese aspecto de dignidad principesca que les daban los trajes de corte, volvió a romperle la cabeza diciéndole que tantos temores y una ausencia del chico en palacio, mal justificada, sí conseguiría levantar sospechas y hacer creer al rey de Aragón y a muchos prohombre de su corte, que les estaban ocultando algo. Al final, entre el empeño de Froilán y las ganas de fiesta que tenían todos, vencieron las reticencias de Nuño. Aunque en realidad lo que las tiró por tierra del todo, fue ver a sus dos muchachos suplicándoselo desnudos a sus pies. Estaban como dos críos llorosos que les privasen de un juguete. Y el conde se enterneció y claudicó.

Don Froilám desempolvó mantos y jubones guardados en arcones de nobles maderas y guarnecidos de herrajes. Y los jóvenes iban hechos un pincel. Ruper vestía de tafetán verde, de pìés a cabeza, e Iñigo iba con un terno azul celeste en terciopelo y seda. Y para Guzmán se reservó uno que alternaba los paño en dos tones de rojo. Y los tres lucían collares de oro y pedrería y sus puñales colgados del cíngulo que les ceñía la cintura. Los señores llevaban galas con los blasones de sus casas estampados en el pecho. Y del cinto de cuero remachado en plata, pendían sendas espadas al lado izquierdo y un puñal en el derecho.

Y los guardias del palacio real presentaron armas al paso de los dos nobles con sus pajes. La cabezas se acercaban unas a otras para comentarse en voz baja la impresión que causaba ese grupo de jóvenes tan apuestos y altivos. Y las damas sonreían sus miradas y los hombres y muchachos exageraban los saludos, como queriendo todos destacarse ante ellos para que conservasen su imagen en sus retinas. Pero los ojos de los tres chicos más jóvenes preferían ver la elegancia y poderío de sus señores. Y a los dos amos, no le interesaba nadie más que los chavales que los seguían. Ahora sólo faltaba ver lo que le deparaba esa noche en la corte del rey Don Jaime I.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Capítulo XXV

Abdul no sabía por qué lo llamaba el conde, ni podía figurarse cual sería la sorpresa que le tenía reservada. El eunuco entró en una habitación de la torre, a la que lo llevó su compañero Hassan, y sólo vio al señor sentado en un sillón de madera labrada, con asiento y respaldo de cuero repujado. Nada más entrar, el conde le dijo que se desnudase y le ordenó doblarse sobre la estrecha mesa que ocupaba el centro de la estancia. El chaval creyó ser merecedor de un castigo, pero no se explicaba que podía haber hecho mal para ser azotado. Casi brotándole las lágrimas antes de padecer el rigor del látigo, Abdul se colocó en la posición que le indicó el amo y cerró los ojos, apretando también los puños esperando el primer correazo.

Entonces el conde se levantó y se acercó al esclavo. Y sin hablar le sobó las nalgas y le indicó a Hassan con un gesto que lubricase con su ungüento el ano del joven castrado. Hassan lo hizo y le puso bastante pomada. Y Nuño se sacó la verga por encima de las calzas y se la endiñó al otro eunuco sin perder más tiempo. Abdul notó el puyazo y reaccionó separando más las patas para que le entrase lo mejor posible, pero se dio cuenta que la verga del amo se había deslizado dentro de su recto con una facilidad inusitada. Casi ni la había sentido y ya la tenía clavada hasta pegársele los cojones del conde en el mismo ojete del culo.

El conde le sobó la espalda y le magreó los glúteos mientras lo follaba. Pero cuanto más aguardaba el chico el chorro de esperma dentro de sus tripas, más largo se lo fiaba el amo y hacía que la monta fuese más duradera y profunda. Y de pronto se la sacó sin correrse dentro. Y, bordeando la mesa para ponerse delante del eunuco, Nuño se la metió por la boca y le ordenó que se la limpiase con cuidado y procurando pasar bien la lengua por los pliegues del pellejo.

Y volvió a indicarle por señas a Hassan que le untase más el agujero para dejárselo bien pringoso para Jafir. Abdul no entendía nada, pero no se movió y siguió esperando la zurra que seguramente se merecía por algo que no recordaba. Pero si el amo se la daba sería porque sin duda la merecía. Y absorto en sus pensamientos, no se percató que otros dos personajes entraban en el sala. Guzmán traía ya en cueros a Jafir, que tampoco entendía el capricho del amo en llevarlo de ese modo a una habitación de la torre. Y entre sus piernas colgaba un badajo que no desmerecía en nada a los de las campanas de la catedral de Santiago de Compostela, restituidas a este templo por el abuelo de Guzmán, el rey Fernando, tras la conquista de Córdoba. El monarca, que tomó esa ciudad blandiendo en su diestra su famosa espada llamada Lobera, en el año mil doscientos treinta y seis, hizo que un número igual de soldados musulmanes las transportasen de nuevo a la ciudad santa del apóstol, después de que doscientos años antes el moro Al-Masur se las llevase a la capital del califato.

Y el negro vio al eunuco doblado con el culo en pompa sobre la mesa, antes de que Abdul pudiese ni siquiera imaginar que era contemplado por los ojos negros y profundos del guerrero que ocupaba sus sueños de un tiempo atrás. Y sólo el frágil castrado no vio como la verga de Jafir se hacía gigante y se ponía tiesa al verle las suaves nalgas, que dejaban al descubierto el redondo ano tostado del chaval. La cabeza del cipote del esclavo negro relucía como el charol y se notaban palpitar las venas que nutrían de sangre el enorme instrumento del joven imesebelen. Nuño le indicó a Hassan con otro gesto que le vendase los ojos al eunuco que iba a ser enculado y Abdul ya sólo oía y percibía un olor que le enervaba, pues, o mucho le confundían sus sentidos, lo que no era probable, o tenía muy cerca a Jafir, dado el característico aroma que exhalaba su entrepierna y el sudor que, al ponerse en tensión, se deslizaba por sus costados desde los sobacos.

El conde, sin ocultar su excitación, le ordenó al guerrero que se pusiese delante de la boca del eunuco y se la introdujese por la boca. y a Abdul ya no tuvo dudas para saber que verga iba a mamar. No le fue posible tragársela toda y solamente chupaba la mitad del largo tronco de carne oscura que le daban a comer con delicadeza para que no se atragantase. Pero el eunuco estaba glotón y la quería entera. Se esforzó lo indecible para engullirla, mas se quedaba sin aire y hasta le salían los mocos por la nariz en cuanto intentaba zampar un centímetro más de lo que su capacidad bucal le permitía. El calibre y envergadura de la polla de Jafir eran excesivamente grandes para las tragaderas de Abdul y ahora tocaba comprobar si el esfínter del chico tendría las mismas limitaciones o, por el contrario, podría con toda esa tranca y el negro se la embutiría completamente en el culo.

Y Jafir se colocó otra vez al otro extremo de la mesa, para entrarle al eunuco por la retaguardia. Y a una señal del conde se acercó con la verga en ristre y arrimó el glande al ano del chico. Jafir miraba el agujero de Abdul, como dudando en clavarle su cipote por miedo a partirlo en dos, pero al ver la mirada del amo, calcó en el orificio y, para su sorpresa y la del resto, a excepción de Hassan que sabía muy bien lo que podía conseguir su ungüento, el ariete de acero oscuro se fue metiendo en el recto de Abdul hasta que no quedó fuera ni un milímetro. Parecía imposible, pero el eunuco tenía relleno por lo menos la mitad del cuerpo con la verga de Jafir. Y Guzmán miraba la boca abierta de Abdul, esperando que de un momento a otro le saliese la cabeza de semejante pollón. Puesto que forzosamente el eunuco tenía que estar empalado con todo ese miembro clavado en sus tripas.

Y comenzó la joda. Y Jafir inició un movimiento de bombeo lento y espaciado. Pero iba aumentando el ritmo cada vez con más excitación y convencido que el cuerpo de su adorado eunuco aguantaba sin problemas el embate continuo de su cuerpo contra el suyo. Empezaron a oír los golpetazos que le propinaban los muslos del negro a los glúteos de Abdul. Y pronto los jadeos y gemidos del castrado superaban cualquier otro sonido que resonase en la estancia. Y en ese momento, el conde le dijo al guerrero: “Jafir, sácala y veamos como resulta haciéndoselo por delante. Dale la vuelta tu mismo y endíñasela otra vez de un solo golpe”.

El esclavo negro obedeció, aunque le costó abandonar el gusto que le estaba dando la follada, y agarró por la cintura a Abdul para incorporarlo y alzarlo en sus brazos. Lo posó con ternura a lo largo de la mesa y alzándole las patas para colocar los pies del crío sobre los hombros, volvió a encarnar por completo en el ano del chico su tremenda verga, todavía más gorda y grande si cabe. Y el conde le ordenó también que le quitase la venda de los ojos. Abdul vio el rostro emocionado de Jafir y pensó que eso tenía que ser como estar en el paraíso. No podía creer que estuviese siendo follado por su amor. Pero todo era real, aunque seguramente debería ser algo casual que no volvería a repetirse. Así que lo mejor era entregarse de pleno a disfrutar el momento y después soñar el resto de su vida con ese polvo que le estaba metiendo el más hermosos de los guerreros.

La monta se estaba alargando demasiado, porque Jafir no eyaculaba aunque cada vez le daba por el culo con más fuerza al eunuco, y Abdul, contra todo pronóstico, aguantaba los envites y su culo se abría con una facilidad que pasmó al mismo Hassan. Y como aquello parecía que iba para largo, el conde le dijo al guerrero: “Jafir, sin necesidad de sacársela, sujétalo bien con tus brazos y llévatelo para que sigas jodiéndolo hasta preñarlo. Y me refiero a que lo montes cuanto sea necesario para fecundarlo y que engendre en su vientre un cachorro de león tan fuerte y hermosos como tú. Hazlo a diario, las veces que puedas, sin abandonar tus obligaciones como soldado. Porque desde este momento os emparejo y sólo tú disfrutarás de su cuerpo. Iros ya y que los dos gocéis y os améis sin medida”.

Jafir, no sabía que hacer de tan atónito que le dejaron las palabras del gran señor. Pero reaccionó rápidamente y levantó a Abdul como si fuese una pluma y se lo llevó ensartado en su verga. El eunuco se abrazó al cuello del negro y le besó los labios con tal pasión que asomaron las lágrimas a los ojos de Guzmán y del otro eunuco. Pero, a pesar de los chorros de semen que brotarían de la verga de Jafir inundando la barriga de Abdul, nunca le darían al conde un cachorro. Aunque sí copularían como locos para gozar la mucha juventud que aún les quedaba por vivir a los dos. Y Guzmán, después que el conde le diese por el culo al tiempo que él le follaba la boca a Hassan, quedó satisfecho de haber conseguido la felicidad para su querido esclavo, al igual que la del joven imesebelen que tantos servicios le había prestado y le seguiría prestando a lo largo de su vida.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Capítulo XXIV

Habían andado muchas millas, procurando adquirir provisiones o detenerse a descansar en lugares seguros, o recogerse bajo techado para pasar la noche en las poblaciones que consideraron más adecuadas, pero sin perder demasiado tiempo e ir avanzando hacia la costa catalana sin pausas excesivas ni innecesarios retrasos. Y así visitaron villas y ciudades, más o menos pobladas, pero que en todas ellas podían obtener lo que necesitaban para restaurar las fuerzas y devolver a sus cuerpos el brío necesario que les hacía falta para continuar el largo viaje emprendido desde las tierras de Castilla. Desde Zaragoza, pararon en Villafranca de Ebro, Bujaraloz, Fraga, Alcarrás, esta última ya en Cataluña. Y se detuvieron dos días en Lleida, donde Froilán poseía una torre. Luego proseguirían hacia Tarrasa, que sería la última posta antes de entrar en Barcelona.

Y esos estadios, hasta llegar a Lleida, los mantuvo el conde sin titubeos ni que le doliesen prendas, aunque viese a los chavales ojerosos a veces, por falta de sueño o excesivas cabalgadas en una sólo jornada. Y eso podría aplicarse tanto a las hechas sobre el caballo, como debajo de sus amos al darles por el culo. Pero ya en la torre de Don Froilán, dejó que descansaran todos a sus anchas, sin regatearle a nadie el sueño reparador, ni que se divirtiesen con juegos y otras distracciones. Nuño era un hombre recio y su fortaleza contagiaba a sus muchachos y al resto para seguirle, aunque tuviesen que arrastrar el culo por el suelo.

Una vez acomodados en la torre, Guzmán pensó que era conveniente ir al mercado para comprar alimentos frescos, puesto que dado el reducido número de servidores del predio, no contaban con recursos suficientes para saciar el hambre de todos los acompañantes de su señor. Y menos si se tiene en cuenta la envergadura de los ocho negros y que todos eran fuertes y jóvenes todavía. Y puestos a comer, tanto esclavos como señores gozaban de un apetito feroz. El conde le autorizó al mancebo ir de compras con Hassan y dos africanos, no sólo como escoltas sino también para cargar con las provisiones. Y más contentos que unas pascuas, los dos chavales salieron de la torre con los negros en dirección al meollo de la ciudad.


Y al ir caminando sin prisa, Hassan le preguntó a Guzmán: “Amo, no has reparado en lo guapo que es Jafir”. “Es que acaso te gusta el más joven de nuestros guerreros?”, repreguntó el mancebo. Y Hassan se explicó: “A mí no, amo. Pero Abdul sueña con él por las noches. He logrado que sea uno de los que nos acompañan para que lo veas bien y te fijes en su cara. Tiene unas facciones muy bien hechas y sus músculos son impactantes, amo”. “El mancebo miró de reojo al joven guerrero y añadió: “Sí. Su cabeza podría haber sido esculpida por un hábil artista. Y realmente todos ellos parecen hechos de hierro y pedernal. Son fuertes como toros!. No es raro que le gusten a un muchacho. Y a él también le gusta Abdul?”. “Sí, amo. Cada vez que está cerca de Abdul y se miran a los ojos, a Jafir le crece el miembro y sus bombachos forman una carpa sorprendente. Tiene una verga tan grande como la de un burro, amo”, afirmó Hassan. Guzmán se rió y le dijo: “Qué exagerado eres!. Pues como sea tan grande como dices no creo que se la pudiese meter por el culo al pobre Abdul!. Tiene un buen culo, pero para un tranco tan contundente como aseguras, hace falta tener también un agujero considerable!”.

Hassan se arrimó más a Guzmán y como si le confesase un secreto le dijo: “Amo, eso tiene solución. Yo sé preparar un ungüento que hace que cualquier orificio se ensanche y se abra cuanto sea preciso. Con un poco que se le ponga en el ano a Abdul, no tendrá problemas para tragarse la verga de Jafir por muy gruesa y larga que sea. Le entrará toda como si fuese el pipí de una criatura”. “Hassan, eres tremendo cuando te propones algo!”, exclamó Guzmán, mirando otra vez al joven negro que iba tras ellos. Y el mancebo le preguntó al esclavo: “Y a ti no te gusta ninguno de ellos?”. Y el eunuco no dudó en responder: “No, mi amo. Yo únicamente serviré a mi señor y siempre haré lo que él desee. Y sólo si me ordena darle placer a otro hombre, usaría todas mis artes para obedecer su mandato. Ese es el verdadero destino de un esclavo castrado y mi auténtico amo es mi príncipe”. “Hassan, tú debes hacer lo que diga mi señor el conde”, alegó Guzmán.

Y el esclavo le contestó: “Y lo hago porque me lo ha dicho antes mi dueño. Y por eso he de considerarlo también como amo y señor”. El mancebo se detuvo y mirando fijamente a Hassan, le dijo: “Tienes un bonito cuerpo y un culo perfecto. Y sabes que a mi señor le gustas y goza montándote. Como tampoco ignoras que yo no se la meto a otro hombre. Así que la única polla que catas es la de mi amo y el tuyo. A no ser que un día le ordene a Iñigo, o cualquier otro, que te folle”. Hassan, sin apartar la mirada respondió: “Lo sé, amo. Pero yo no soy un hombre completo y por eso no descarto que tú me cubras un día y sienta en mi vientre la leche que adoro desde que me entregaron a ti. Y sabes que te amo, más que a la vida que me dio mi madre. Y si decirte esto te parece una ofensa, castígame con el látigo o como tu consideres que debas hacerme pagar la osadía”.

Guzmán siguió andando y se volvió para decir: “Vamos, Hassan. Cómo voy a rechazar un amor tan grande como el tuyo!. Y yo también te quiero, aunque no sea del mismo modo. Pero has de saber que te considero como si fueses un hermano. O mejor dicho, porque eres mi mejor amigo. Y porque conozco tus sentimientos hacia mí, te he consentido que me acaricies y me des placer con tu boca, puesto que no le ofende ni a mi amo ni mucho menos me resultaría penoso a mí. Al contrario. Siempre me pareció muy agradable el tacto de tus manos y el de esos labios carnosos presionándome el glande y mamando mi polla. Pero creo que nunca te la meteré por el ano. A no ser que me obligue mi señor”. “Eso no es necesario para que yo te tenga por el mejor macho que he conocido. Y menos para que te desee”, afirmó Hassan. “Bueno, Hassan. Vinimos a comprar y no a parlotear de cosas que no depende de nosotros hacerlas. Incluso por lo que afecta a Abdul y a Jafir. Ya que tendríamos que suplicarle a nuestro amo que les dejase aparearse, aunque fuese una sola vez”, dijo el mancebo queriendo pasar página y volver a la realidad cotidiana.

Pero, hay una realidad más cotidiana que el deseo y el amor?. Se puede impedir que dos seres se exciten y segreguen jugos al verse y olerse a corta distancia?. Eso es mucho más imposible que contener la fuerza de los mares o pretender acotar los campos impidiendo a los hombres toda posibilidad de pisarlos. Cuando la atracción prende en dos criaturas, no hay cadena suficientemente fuerte para lograr que no se unan y mezclen su vida en el eterno abrazo del sexo. Y eso es lo que llevó a Guzmán a plantearle a su amo la necesidad de permitirle a Jafir poseer al joven Abdul. El conde fue reticente al principio, pero el mancebo supo derribar sus objeciones y le hizo entender que era mejor cruzarlos que mantenerlos ansiosos y buscándose con la vista a todos los momentos.

Y, sin previo aviso, Guzmán llamó a Jafir y le dijo: “Prepárate y baña todo tu cuerpo, porque el amo desea comprobar esta tarde tu potencia sexual. En cuanto te llame presentate dispuesto a cubrir a quien el te ordene. Y no malgastes tus fuerzas ni desperdicies tu leche, pues vas a necesitar una buena reserva de semen para cumplir el deseo de nuestro amo”. El esclavo quedó perplejo, pero se limitó a bajar la cabeza y acatando la voluntad de su príncipe sólo dijo: “Sí, mi amo. No os dejaré mal ante el gran señor”. Su sumisión era absoluta y hubiera montado a una cabra o cualquier otra criatura si se lo mandase su dueño.

La sorpresa para él iba a ser mayúscula, dado que el agujero que le esperaba para clavarle su verga, no sería otro que el del culo de Abdul, convenientemente preparado por Hassan para engullir un trozo de carne tan férrea y descomunal como el cipote de cualquiera de aquellos esclavos negros. Y concretamente el de Jafir, que Hassan aseguraba que era uno de los más grandes que jamás había visto. Sin olvidar que había vivido el suficiente tiempo entre los imesebelen como para ser una autoridad en esa materia y darle crédito a tal conclusión.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Capítulo XXIII

Nuño se sentó en la cama al lado de Iñigo y lo miró como si descubriese su cuerpo por primera vez. El muchacho estaba desnudo sobre el lecho y Guzmán, recostado al otro lado, también lo contemplaba sin decir palabra, pero quizás queriendo imaginar que podía sentir el amo al saberse dueño de una criatura tan bella. Al chico le dolía algo el brazo, aunque la herida no era profunda ni grave, y el conde le dijo: “Sabes por que te hirieron?”.

Iñigo se vio el brazo lastimado y respondió: “Por intentar defenderme y hacerlo mal, mi amo”. “Y sabes porque lo has hecho mal?”, insistió el amo. “El otro fue más rápido que yo, mi señor”, contestó el chaval. Pero Nuño le dijo: “No. No fue por eso. Quisiste atacar con demasiada vehemencia y descubriste tu intención sin protegerte el flanco izquierdo. Eso te enseñará a ser más cauto y no bajar la guardia jamás. Si lanzas una estocada, no debes pensar en que el otro sólo se defienda, porque puede atacar también. Y al no tener tus defensas en alerta, te hiere o te mata. Me has dado un buen susto y no permitiré que se repita. En cuanto te repongas practicaremos la lucha a espada. Y mientras no la domines no intentes usar un arma que no manejas suficientemente bien. Haz como esa otra prenda que tengo y usa el arco”.

Iñigo miró a Guzmán y añadió: “Tampoco soy tan bueno en eso como él, mi amo. Y le debo la vida, ya que si no interviene con tanta premura me hubiesen matado. Siempre estaré en deuda con Guzmán”. El conde se puso en pie y sin dejar de mirar a los dos chicos, dijo: “No. Lo dice de un modo que das a entender que no eres tan bueno como él en nada. Y eso no es cierto. Ni tampoco es verdad que tú estés en deuda con él, ni él podrá estarlo nunca contigo. No tenéis albedrío para eso, puesto que sois míos y vuestra vida me pertenece. Y tampoco puedo estar yo en deuda con uno de mis esclavos, que es como un mero objeto de mi propiedad. Aquí no hay deudas, ni se debe nada que no sea respeto y obediencia hacia mí, que soy vuestro amo. Ninguno de los dos tenéis más voluntad y deseo que el mío. Y por eso sólo yo dispongo de vosotros y ordeno vuestra existencia. Daros la vuelta y poneros boca abajo con las piernas separadas”.

Los chicos obedecieron y aguardaron lo que el amo iba a hacerles teniéndolos en esa postura. Nuño subió a al cama también y se tumbó boca abajo sobre Guzmán para follarlo. Y nada más meterle la polla por el ano, le dijo: “El dice que te debe la vida y olvida que su vida es mía y también lo es la tuya. De todos modos voy a compensarte por no dejar que me privasen de él, porque lo quiero y me gusta usarlo y tenerlo conmigo... Mira su cara apoyada en la almohada y dime si has visto antes un rostro tan hermoso. Es precioso desde la punta del pelo hasta las uñas de los dedos de las manos y los pies... Tócale el culo... Con más ganas... Apretándole la carne y sintiendo su sangre en la palma de tu mano... Así.... Sóbalo y mete los dedos en la raja para notar como te los aprieta con ese par de nalgas tan duras. Esta caliente, verdad?”. “Sí, amo”, respondió el mancebo. “Le gusta que le toquen el puto trasero y le hurguen dentro del ano”, dijo Nuño, calcando fuerte y aplastando al mancebo bajo su cuerpo.

Nuño aprovechó para morderle el cuello a Guzmán, que se estremeció y tembló al sentirlo, y al liberarlo de sus dientes, el conde añadió: “Con vosotros dos tengo el tesoro más valioso del mundo... Métele un dedo en el culo y muévelo dentro para que se ponga puto y arquee el cuerpo suplicando que se lo claves más adentro... Me gusta ver como os portáis como dos zorras salidas al sentir algo en vuestro coñito. Ese es vuestro coño de perras en celo y me encanta penetrarlo cuanto más cachondas os ponéis. Mis dos lindas putitas!. Ese olorcillo que os sale de los huevos y se os pega a la piel hasta llegar al ojo del culo, me excita y me prende a vosotros como un galeote encadenado al duro banco de la galera. Me gustaría poder explicar la intensidad del placer que experimento al montaros. Y ya no por ser un goce físico, sino por el deleite psíquico que siento al daros por el culo, reafirmando mi propiedad sobre vosotros. Acaríciale la próstata como te hago yo a ti y profundiza bien con el dedo para que note más gusto dentro del vientre, el muy puto!. Y sigue así hasta que me corra dentro de ti, mi espléndida yegua de sangre mezclada, pero tan de raza como la mejor”.

Guzmán le suplicó al amo que le dejase acabar al mismo tiempo que él y también se lo rogó Iñigo, al que le pajeaba el culo el mancebo, Y Nuño les dio su consentimiento para que pringasen la cama con dos grandes y pegajosas manchas de semen. El conde los puso de medio lado, una vez que terminaron de eyacular los tres y se bajó del cuerpo de Guzmán, y olió el esperma impregnado en el lienzo de la sábana, diciendo: “Sólo se precisa oler esto para saber lo sanos que estáis los dos, putos cabrones!. Y bien que os despacháis soltando leche!. Ahora vamos a dormir, para salir temprano de viaje otra vez. Pero tú, Iñigo duerme con el culo para arriba por si quiero cubrirte en mitad de la noche. No quiero que cojas frío, porque no te vendría bien para esa herida en el brazo. Y se te puede meter el aire por el culo y luego se te destemplan las tripas. Así que es mejor prevenir y calentártelas antes del amanecer, por si acaso”. “Como tu quieras, amo”, dijo el esclavo con los ojitos iluminados de esperanza, cuando ya se creía que por esa noche le tocaba abstinencia.

Se durmieron al poco rato. Y el conde prefirió quedarse en una esquina y fue Guzmán quien se pasó al otro lado de Iñigo. Y al despertarlo a Nuño su verga, que reclamaba cumplir el preventivo tratamiento para evitar que el frío se instalase dentro de Iñigo, vio a los dos críos con las mejillas pegadas y muy abrazados entre sí, como dos siameses que naciesen unidos. Y el conde se dio cuenta que entre aquellos dos críos había algo más que amistad o amor fraterno. Eran tan jóvenes y tan guapos los dos que no le extrañó que se apeteciesen. Pero eso no les estaba permitido, a no ser que él, su amo, lo consintiese. “Y por qué no!”, se dijo.

Y pensó: “Tiene que ser muy excitante y hermoso verlos amarse y dándose gusto el uno al otro. Y hasta follándose ellos dos”. “Pero eso no será de momento”, casi pronunció en alta voz el conde. Y rozando la piel del muchacho rubio, pensó: “Por ahora sólo yo usaré sus culos, aunque permita que se soben y se besen. Me gusta verlos cuando se morrean y se acarician. Es como ver dos gatitos revoltosos con ganas de jugar y revolcarse por el suelo. Y que preciosos están dormidos!. Pues siento romper el encanto de la escena, pero ahora el culito de este más joven va a recibir una dosis de esperma para dejarle la barriga llena y abrigada. Y luego que vuelva a coger el sueño con más ganas y duerma como un niño el resto de la noche”. Y sin despertarlo del todo lo montó y se la hincó de golpe en el ano. Al notar la clavada, el chico dio un respingo, pero de inmediato aflojó el esfínter y se tragó por el culo toda la verga del amo, abriéndose de patas a tope para facilitarle las cosas a su señor.

Nada más clarear el cielo se encontraron el conde y Froilán en el patio de la casa. Y viendo ya preparados a los guerreros negros y al resto del grupo, incluso a Hassan y Abdul, que siempre eran los últimos al tener que recogerlo todo y embalar el equipaje, Nuño dio la orden de iniciar la marcha hacia Barcelona. Cruzaron el Ebro y vieron quedarse atrás la ciudad de Zaragoza con su catedral, sus palacios y las torres almenadas del majestuoso recinto de La Aljafería, huérfanas de las enseñas del rey de Aragón y de Mallorca y de Valencia, Conde de Barcelona y de Urgel y Señor de Montpellier. Es decir de Don Jaime I, llamado el Conquistador

Avanzaban de prisa, pero procurando no agotar antes de tiempo a los caballos y obtener así mayor rendimiento en cada tramo de marcha. Y, a lo lejos, la sierra de Alcubierre, que cruza de noroeste a sudeste los Monegros, les vigilaba desde lo alto del Monte Oscuro, al bordear la seca aridez plomiza de ese desierto de color grisáceo. Por fortuna para los silenciosos jinetes no era verano y eso les salvaba de sufrir las altas temperaturas que asolan esta zona. Más lo inhóspito del paisaje, causaba en los viajeros una sensación inevitable de soledad y abandono.

No veían el momento de dejar atrás esa tierra estéril y abrumadora. Y Nuño espoleó de pronto al caballo, incitando al resto a lanzarse tras él en una galopada sin freno. Y al ver de nuevo un suelo con algo verde, el conde aflojó la carrera y le dijo a Froilán: “Amigo mío, creí que estábamos al borde de un infierno para almas solitarias y sin consuelo. Qué desazón más grande me produjo esa tierra, que es como un desierto de arenas casi negras”. Froilán se rió, pero añadió: “Mi tierra es dura y presenta una faz áspera en algunos lugares. Pero también es muy fértil en otros y creo que hermosa en todos. Esa sequedad que hemos rozado solamente, también tiene su belleza y su poesía”. “Puede que sí y no te quito la razón. Mas te juro que me encogió el alma ver todo tan desolado”. “Eso es porque estás acostumbrado a tus tierras más verdes y por las que discurren regatos y brotan fuentes por doquier”, le replicó Don Froilán Y añadió entre risas: “Estoy seguro que si por allí se te presentase un hermoso venado o mozo al que cazar, no te habría causado tanta tristeza ese desierto”. “Esas ya son otras palabras y en esos casos hasta el averno se vuelve un paraíso”, exclamó Nuño con una carcajada y apretando la marcha a la vez.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Capítulo XXII

Entre la primera jornada del camino y la última antes de llegar a Zaragoza, abandonando Castilla al dejar atrás Agreda, y una vez pasadas la villa de Tarazona, ya en suelo aragonés, no hubo más incidentes importantes, hasta que al llegar cerca de la Joyosa, un desafortunado asalto, a cargo de un fantoche que decía ser hidalgo y tener derecho al tránsito a través de un modesto puente que cruzaba un discreto caudal, llamado Manubles, derivado del río Jalón, afluente del Ebro, se cruzó delante de ellos pretendiendo cobrar peaje por pasar, so pena de ser masacrados por el atajo de mugrientos follones cubiertos de andrajos que lo secundaban.

El conde quiso ser benévolo y no alardear de noblezas y grandezas, tanto por su parte como por ir acompañado de un pariente del rey de Aragón, pero el rufián se puso terco y gallito y no atendió a razones. El muy idiota tuvo el desacierto de intentar cargar contra el conde y su gente y eso disparó la reyerta. Fue como si todos estuvieses deseosos de hacer ejercicio practicando con las armas. Y en un abrir y cerrar de ojos un alustro de aceros se batió en el aire con intención de sajar cuanto se les pusiese al alcance de sus filos.

El conde no quería ser cruel con aquellos botarates, pero al herir uno de ellos a Iñigo en un brazo, su cólera no tuvo límites. El mancebo, con una agilidad y rapidez fuera de lo corriente, apuntó contra el que osó lastimar a su compañero. Y el infeliz provocador, antes de ser consciente del daño que había causado al bello muchacho rubio, ya tenía traspasada la garganta con una flecha. Y al resto de aquellos miserables zascandiles no les esperaba una suerte mejor. En el tiempo en que Froilán despachaba a uno de ellos, Nuño se cargó a tres descabezándolos uno a uno antes de que la cabeza del primero llegase a tocar el suelo. Guzmán volvió a montar su arco y atravesó con su flechas el pecho de otros dos. Y los imesebelen fueron rebanando miembros, que quedaban esparcidos por el suelo del puente o caían al agua tiñéndola de sangre. Y el cabecilla, incrédulo ante la ferocidad de sus atacantes y la maestría en el manejo de las armas, sucumbió a manos del conde, que le cortó ambos brazos antes de degollarlo de un solo tajo.

El aire se emponzoñó con el olor de la muerte y por todas partes se veían manchas rojas, que ya se oscurecían al ir empapando la tierra. Nuño miró desolado la carnicería que la estupidez de un tipejo le había obligado a realizar, pero pronto reaccionó y volvió a su ser preocupado por el estado de su joven paje. Froilán ya estaba con los dos eunucos atendiendo al chico y le adelantó que por fortuna no era grave la herida ni habría peligro de infecciones o contratiempos que retardasen su curación. Mas, teniendo en cuenta la sabiduría y práctica de los castrados para sanar, aprendida de médicos árabes y judíos.

Mientras el conde y Froilán recapacitaban sobre lo ocurrido, Guzmán, sentado en el suelo, recostó la cabeza de Iñigo en su regazo y le acariciaba el pelo preguntándole: “Te duele mucho?”. “No. Y menos ahora estando tú a mi lado...Sabes qué?... A veces me cuesta trabajo olvidar que eres un príncipe y me parece una osadía tratarte como mi igual... Ya sé lo que vas a decirme, pero eso no quita que yo lo sienta. Como tampoco me impide desearte a veces el hecho de ser los dos esclavos del conde... No digas nada, ni te enfades por esto. Pero no quiero que entre los dos haya secretos ni que algo roa mi alma en silencio, sin que tú sepas la razón de ese pesar. Nunca follé a otro hombre y solamente me ha follado el culo nuestro amo. Y no es que me apetezca hacerlo con otro muchacho. Que conste. Pero cada vez que te veo desnudo y siento el tacto de tu piel, mi sangre parece hervir y noto que mi rabo se inquieta de forma incontrolada. Y, sin embargo, jamás me atrevería a tocarte ni un pelo sin el permiso del amo. Y no es por miedo, sino por un profundo respeto hacia él y también hacia tu persona. Porque creo que a los dos os quiero con toda la fuerza de mi corazón”.

El mancebo se enterneció por la confesión de Iñigo y le besó la frente. Y sin dejar de jugar con el cabello dorado del crío, Guzmán le dijo que también sentía por él una atracción sólo comparable a la que ejercía el conde sobre él. Pero que, sin embargo, sus besos y tocar su cuerpo, no le producía la misma reacción erótica que cuando se trataba de su amo el conde. Y añadió: “Creo que te amo mucho, Iñigo. Y me gusta estar contigo y tenerte desnudo a mi lado. Pero de quien estoy totalmente enamorado, hasta dar mi vida por él, es del noble señor que nos posee a ambos. Somos sus esclavos y no me planteo si deseo serlo, porque no imagino hacer otra cosa en esta vida que no sea servir a mi señor. Pero eso no quita que me excita sexualmente pensar en ti como hombre. Y hasta podría llegar a desear tener tu polla dentro de mi cuerpo. Serías capaz de follarme si el amo quisiese aparearnos?”.

Iñigo abrió los ojos para ver la cara del mancebo asomada a su rostro y le respondió: “No lo sé: Eso nunca lo he pensado”. Se hizo un silencio que les pareció largo aún siendo inferior a un minuto y el chico le preguntó a Guzmán: “Y tú me penetrarías a mí... Me darías por el culo y llenarías mi vientre con tu esperma?... Cuando me lo das en la boca me encanta su sabor. Es distinto al del amo. El suyo es más fuerte y denso y hasta más salado. Y me gusta mucho, decir lo contrario sería mentir. Sin embargo, el tuyo siendo espeso también, me resulta más dulce y fresco. Si el amo me dejase, te estaría ordeñando todo el día para relamerme los labios con esa leche tan rica!“. “Cabrón!... Me has tomado por una ternera?”, exclamó Guzmán riéndose. Y el otro chaval rió al mismo tiempo que decía: “Ya me gustaría llevarte con una esquila al cuello para saber por donde andas, o sujeto por un ronzal atado a una argolla que te atravesase la nariz”. “Si no estuvieses herido te zurraría ahora mismo por cabrito!. Y contestando a tu pregunta, sólo te diré que para poder meterte mi polla por el culo, tendría que tener la del amo dentro del mío y sentir como me preña. Y sería como si él te follase usando mi verga para hacerlo”, dijo el mancebo entre risas, apretando la cabeza del otro para terminar besándosela. Y terminó diciéndole cariñosamente al joven paje: “Dejémonos de tonterías que si nos escucha el amo nos atiza hasta dejarnos baldados por ser tan viciosos”.

Y en esto oyeron la voz de Nuño a sus espaldas que decía: “De qué os reiréis los dos. Voy a empezar a sospechar que tramáis algo y no sé si no será mejor poneros una argolla de hierro al cuello y encadenaros... Qué tal te sientes, Iñigo?”. “Bien, mi amo”, respondió el chico. Y el conde le preguntó: “Con fuerzas para cabalgar o tendremos que detenernos más tiempo?”. “Por mí no, mi señor”, aseguró el chaval. “Pues pongámonos en marcha otra vez y dejemos este lugar siniestro para que los carroñeros hagan su labor y limpien la tierra cuanto antes... En Marcha!”, grito el conde. Y los cascos de los caballos resonaron otra vez sobre la tierra marcando la potencia del tranco que desarrollaban al galopar.

Cierzo parecía darse cuenta de que su amigo y jinete estaba herido y ponía cuidado en no hacer quiebros ni saltar con demasiada brusquedad para evitar molestias al chico. Guzmán también iba pendiente de su compañero y Ruper no dejaba que su montura se separase mucho del costado del noble zaino por si Iñigo perdía el control del corcel o daba muestras de abatimiento. La lesión del muchacho suponía un contratiempo pero no impediría cambiar los planes ni retrasar la llegada a Zaragoza.

Y al final de la tarde, el caudaloso Ebro les salía al paso y tras las murallas de la ciudad podía adivinarse la animada actividad de sus habitantes en un día de semana. Y, presidiendo la urbe, contemplaron el regio palacio de La Aljafería, fortificado por Al-Muqtadir, convirtiéndolo en residencia real para el recreo de los monarcas hudíes de Saraqusta, que lo denominaron “Qasr al-Surur”, Palacio de la Alegría. Pero en lo alto de las torres almenadas del soberbio castillo no ondeaba el pendón real de Don Jaime I, porque el suegro de Don Alfonso X, había reunido su corte en la ciudad de Barcelona y allí se encontraba el monarca.

En un principio el conde creyó más prudente alojarse con lo suyos en una posada, procurando pasar desapercibidos y sin denotar sus nobles orígenes, pero Don Froilán, cuya familia poseía un palacio en la ciudad, no permitió tal cosa y todos se hospedaron en la casa paterna del noble primo de la reina. Que para mayor comodidad estaba en el centro vital de Zaragoza y sólo la ocupaban unos cuantos criados a las órdenes del viejo mayordomo de la familia. Ninguno conocía a Guzmán ni a los demás acompañantes de su señor, Don Frolán, y eso facilitaba mucho las cosas y garantizaba la necesaria discreción que buscaba el conde. Y entre los muros de la noble casona, podrían permitirse no sólo descansar sino también que el corte de Iñigo cicatrizase y, de paso, solazarse un par de días antes de proseguir su periplo hasta Barcelona, donde embarcarían hacia Nápoles.