Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

martes, 30 de agosto de 2011

Capítulo XX

Los días de feria todo parecía más alegre y el trajín de los paisanos de la villa, fuesen hombres o mujeres y hasta los niños, era trepidante y daba la impresión que surgían del suelo o brotaban de la nada por todas partes. Atestaban la plaza del mercado y las callejas circundantes, extendiendo el ir y venir desde las puertas de la urbe hasta las iglesias más afamadas, donde hacían ofrendas y se rogaba por todo y a todos los santos esperando un improbable milagro.

Pero todos tenían ganas de reír y beber y probar las viandas y exóticas exquisiteces que les ofrecían algunos taberneros o hábiles mercaderes de lejanos países, que ensalzaban la buena calidad de sus productos, exagerando casi siempre sus cualidades y hasta la procedencia. La palabrería de charlatanes y buhoneros, que se dejaban caer por allí desde distintos lugares, les convencía de lo que jamás pensaron adquirir, ni tenían clara la utilidad de tales elixires o ungüentos, pero más de uno terminaba por aflojar la bolsa y cargar con algo normalmente inservible o ineficaz para lo que se pretendía. Los comerciantes y cambistas, de aspecto serio y circunspecto, realizaban sus transacciones con minuciosidad y exactitud matemática, procurando sacar el mayor beneficio con el menor riesgo posible. Y también les resultaban rentables los días de mercado a los plateros y joyeros, al igual que a los curtidores, herreros y armeros, porque todos, sin excepción, doblaban sus ventas y arreglaban el estado de sus arcas por tiempo suficiente para aguardar que se celebrase la feria siguiente.

En esta ocasión, era mayor la afluencia de público al mercado, puesto que la presencia de la corte en la villa provocaba un notable incremento de gente y por tanto de compradores. Y ello ocasionaba también la afluencia de mayor número de traficantes de todo tipo y tratantes de ganado. Tampoco faltaba una corte de pícaros y golfos que acechaban el momento de robar una bolsa o engañar a un panoli, ni los titiriteros, trovadores, escribanos y otros muchos practicantes de diferentes oficios que se buscaban la vida o simplemente pedían limosna explotando la caridad de las gentes humildes de buen corazón.

Y en todo ese barullo, se podía ver al conde con Don Froilán, acompañados por Iñigo y Ruper y una moza muy lozana con el rostro velado, que visitaban los puestos y tenderetes mirando cosas y objetos vistosos, pero sin mostrar demasiado interés en adquirir nada en concreto. Así deambularon bastante rato hasta que llegaron a la zona de los maestros armeros. Y allí, el conde, aconsejado por la moza, compró un precioso puñal toledano con puño adornado en oro y vaina de cordobán, reforzada en acero también. Y se la entregó a Iñigo, diciendo: “Mi paje ha de llevar al cinto un arma digna de un doncel. Y más si por muy hermoso que sea el puñal, nunca llegará a ser tan bello como quien lo porta. Iñigo, los dos te queremos y cada minuto que pasa siento mayor atracción por ti”. El crío quiso arrodillarse y besar la mano de su señor, pero éste no lo permitió y le besó en la boca sin importarle lo que otros pudieran pensar. Y, para provocar mayores chismorreos, también le estampó un besazo en los morros a la barragana que le acompañaba en este viaje, dándole un buen azote en el culo, además.

El joven paje estaba abrumado por la generosidad de su amo y no sabía como expresarle su gratitud y el respeto y amor que en tan poco tiempo había ido creciendo en su alma hacia ese hombre y que con cada embestida que su brutal verga le daba en el culo se incrementaba aún más. Y no era ese el único obsequio que recibiría de su señor esa mañana. Siguieron ojeando prendas y enseres e incluso alguna valiosa alhaja como presente para Doña Sol. La adorable condesa que los esperaba en el castillo, matando las horas con sus hijos y ahora también con la inestimable compañía de la hermana de Iñigo, Blanca, que ya llevaba unos días con ella y habían entablado una buena amistad entre las dos. Y entraron en el recinto destinado a la compraventa de ganado y buscaron a los tratantes de caballos. Y Marta, que no perdía su fino olfato para aventar un buen ejemplar, a pesar del velo que le cosquilleaba la nariz y no hacía más que soplar para apartarlo de vez en cuando, indicó al conde una brillante y orgullosa cabeza de un pura sangre árabe, color marrón oscuro, que su intuición le indicó que se trataba del corcel que su amo buscaba para su bello paje de cabellos rubios.

Se aproximaron todos donde les condujo la dispuesta moza, avezada en equinos, y admiraron el precioso caballo zaino de capa oscura. Esbelto y nervioso, con patas finas, pero fuertes, resultaba perfecto para el joven paje. Que nada más verlo, no pudo contener su deseo de acariciar las largas crines del noble bruto. Y como si el corcel intuyese que ese muchacho, tan hermoso como el mismo cuadrúpedo, sería su jinete, bajó la testuz y empujó cariñosamente al chico, aceptando con ese gesto que se montase sobre su lomo. El conde no quiso ver ningún otro animal y preguntó quien era el dueño de ese pura sangre. Un mozo cetrino de piel y escaso de carnes, le dijo que su amo, el jeque Ismaha Ben Mulei, era el propietario y esa espectacular criatura se criara en el desierto, allende el mar Mediterráneo. Nuño pidió ver al noble señor y el criado del árabe lo condujo a una jaima en la que fue recibido por dicho jeque. El conde y Froilán conversaron largo rato con su anfitrión, que les obsequio con dulces de almendras y miel e infusiones de hierbas aromáticas, y charlaron de muchas cosas diversas, pero Nuño sólo regateó el precio del caballo por cumplir el ritual de un buen trato. Puesto que desde antes de saludar al noble criador árabe, ya estaba decidido y convencido de la excelente compra que iba a rematar.

Guzmán fue quien le entregó el caballo a Iñigo y le dijo: “Ponle un nombre que le guste y siempre te seguirá donde vayas”. Iñigo pensó, pero quizás por la alegría del regalo no se le ocurría ninguno. Y sin apreciarlo se levanto un soplo fuerte de aire fresco y seco, que sólo duró un instante pero que hizo decir a Don Froilán: “Parece que el cierzo quiere visitarnos. Estamos muy cerca de mi tierra y este es el viento que la peina desde el valle del Ebro”.Y el entusiasmado muchacho gritó: “Cierzo!. Ese es su nombre!”. “Me gusta”, afirmó el conde. Y Don Froilán añadió: “Así iréis los tres montados sobre tres viento, Brisa, Siroco y Cierzo. Y los tres de pura raza árabe y colores distintos, pero igual de magníficos. Que lo disfrutes, Iñigo. Y me alegro de haberte servido de inspiración. Además el rey ya no dirá que continuarás el viaje mal montado. Y espero que sea en ambos sentidos. O me equivoco, mi querido Nuño?”. “Eso debe decirlo el chico y no yo, aunque sea un jinete experimentado”, alegó Nuño. “Mi señor, no exagero al decir que debo ser uno de los jóvenes mejor montados de estos reinos. Pero cuando se prueba un deporte tan sugestivo y gratificante, siempre nos parece poco el tiempo que nos permiten dedicarnos a disfrutar la monta y sentir en los muslos la fuerza y el brío de la cabalgada. Y mucho más al compartirla y gozarla con un extraordinario jinete. No ha descabalgado y ya ansío ver montar otra vez a mi amo”. “Eso merece celebrar el estreno con un espléndido trote tanto para el caballo como para este muchacho!”, exclamó Froilán. “Sí. Y además que sea a pelo que es como mejor se aprecian las hechuras y maneras del animal”, aseveró el conde. Pero Froilán también quiso ser generoso con el chaval y le compró un precioso arnés con bridas sujetas a un bocado de plata para frenar el ímpetu del corcel.

Y al volver al castillo, el conde le dijo a Iñigo que se quedase en las cuadras con él para examinar mejor al caballo. Dos imesebelen cubrían la entrada al establo y Nuño fue recorriendo el cuerpo de Cierzo, indicándole al chico sus excelencias y buena casta. Iñigo apoyó el pecho en el lomo del animal y recostó la cabeza en las crines, resaltándole a su amo la nobleza del bello animal. Y Nuño le dijo muy bajito: “Estás contento?”. “Sí, mi amo. Pero lo estaría igual sin vuestros regalos, ya que solamente quiero amaros y daros todo el placer que vos deseéis. Saber que gozáis conmigo es la mejor recompensa para mí, Mi amo”. “Nuño ya besaba el cuello del chico y apretaba el cuerpo contra él. Y dijo: “Me haces feliz tan sólo con verte. Y poseerte ya es un refinamiento exquisito del deleite. Me excita el menor movimiento de tus manos o el vaivén de tu pelo sobre la frente... Y este culo que ahora tengo en mis manos es un manjar que sería irreverente rechazar y no tomarlo. Te voy a montar abrazado al caballo para que sepa quien es el verdadero amo de los dos”. Y a Iñigo ya le moqueaba el pito y manchaba las calzas descaradamente.

El conde desenvainó el puñal que el chaval llevaba al cinto y, con ese otro regalo, rajó por detrás las calzas del muchacho, dejándole el culo al aire. Escupió en los dedos y le pringó bien el ojete. Y no esperó más para calzarlo aplastándolo contra Cierzo. Se la introdujo hasta pegar con los cojones en el mismo agujero del culo y le arreó estopa cañera hasta hacerle gritar al crío, que lo levantaba en vilo con cada empellón que le metía como para atravesarle el pubis. Pronto el olor a estiércol y sudor de bestias se mezcló con el de ellos y los vapores que salían del culo de Iñigo al moverse la verga de su amo dentro del recto. Y el conde lanzó un alarido tan brutal como los últimos golpes con que acometió contra las nalgas del muchacho y se corrió notando como se abría y cerraba el esfínter de Iñigo con las sacudidas que le entraron al eyacular contra el vientre de Cierzo. Y al olor del semen, el caballo se puso cachondo y dejó ver una enorme verga larga y oscura. A todas luces el animal estaba entero y en su momento habría que echarle una yegua de pura raza para perpetuar su casta. Ya sólo faltaba mantener la última entrevista con el rey y la estancia en Soria habría concluido. La próxima etapa era Zaragoza, en el vecino reino de Aragón.


sábado, 27 de agosto de 2011

Capítulo XIX


Guzmán se entretenía jugando con los eunucos, esperando la vuelta del amo, y le sorprendió ver que Iñigo regresaba a los aposentos en compañía de Ruper solamente. El mancebo sólo llevaba puesta una ligera túnica a la usanza árabe y toda su belleza se mostraba a los ojos de los otros mozos de una manera no sólo impactante sino un punto provocativa, ya que se trasparentaba su desnudez. Su cuerpo era un regalo para los sentidos y aún sin la menor intención sexual, no podía impedir que, en cierto modo, cualquier otra persona se prendase de él, aunque solamente fuese para contemplar su armónica complexión.

El mancebo preguntó por los señores y Ruper, abrazándolo y besando sus mejillas, le contó que se habían quedado con el rey para tratar asuntos muy importantes y secretos. Y ellos, no teniendo nada mejor que hacer, habían decidido hacerle compañía hasta que tuviesen que prestar de nuevo algún servicio a sus amos. Y aunque pareciese algo raro, a Iñigo no le extrañaron ni la familiaridad de Ruper con el otro chico ni que no se asombrase al ver que no era una moza como supuestamente creían todo el resto de los huéspedes del castillo. Iñigo vio como el mancebo y Ruper se alegraban de verse, o mejor dicho de reencontrarse otra vez, tras una larga ausencia, y que la confianza entre ellos era absoluta al punto de no tener necesidad de ocultar su sexo y disfrazarse de lo que no era.

Los dos chavales hablaron de muchas cosas y de como sus amos les tenía el ojo del culo de perforado, a pesar que el conde ya contaba con otro de recambio, pero sin mencionar nada referente a cualquier otro aspecto que no fuese relativo a su condición de siervos y esclavos de sus respectivos señores. Pero Iñigo notaba que a Ruper se le hacía algo difícil tratar de igual a igual al otro muchacho, a pesar de que el mancebo, nada más ver a Ruper, le dio pie para romper toda reticencia en ese sentido llamándole hermano y amigo del alma. En cierto modo era normal que sabiendo Ruper de quien se trataba, le costase no inclinar al menos la cabeza ante Guzmán, aún sin dirigirse a él con el debido tratamiento de alteza, tanto por su origen almohade como por el castellano y leonés.

De pronto Iñigo les espetó a los otros dos chavales: “Ruper, conocías a ese joven príncipe que mencionó el rey?. Guzmán y Ruper se miraron sorprendidos por la pregunta y el aludido respondió: “Sí. Le servía cuando me conoció mi amo”. “Y él, también lo conoció?”, inquirió Iñigo mirando para Guzmán. “A quién se refiere ?”, disimuló el mancebo preguntando lo que ya suponía. “Al señor de la Dehesa”, contestó Ruper. “Ese título es ahora del hijo de mi amo”, añadió Guzmán queriendo desviar el asunto. “Del que hablaban, dieron a entender que ya está muerto. Tú lo has visto alguna vez o le serviste como hizo Ruper?”, insistió Iñigo dirigiéndose al mancebo. “Lo conocí, puesto que era muy querido por mi amo. Incluso fue su doncel”. E Iñigo llegó más lejos en sus pesquisas, sin dejar de observar los gestos de los otros dos muchachos que se miraban de soslayo como buscando un escape al incómodo interrogatorio a que estaban siendo sometidos por Iñigo. Y éste preguntó: “Y era tan bello como dijeron al referirse a él?. Porque por un momento daba la impresión que hablaban de un joven tan hermoso como Yusuf y muy parecido a él”.

Ruper abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra. Y Guzmán salió al quite: “Tan guapo me ves, para compararme con la descripción que pudieran hacer de ese joven señor?”. “Sí”, afirmó Iñigo. Y añadió: “Eres el muchacho más guapo y más excitante que he visto en mi vida. Y no es que Ruper no sea bello también. Pero no tanto como tú. Y ni nuestro amo o don Froilán lo son”. Guzmán rió y exclamó: “Me prefieres a mí a todos ellos?”. Pero Iñigo no se inmutó, ni sonrió. Y contestó: “No se trata de preferirte, al menos en lo referente al sexo. Puesto que me ha gustado sentirme dominado y usado por otro hombre más fuerte y superior a mí. Y ese es mi señor el conde, que también es tu amo. Pero eso no quita para reconocer que tú eres mucho más bello que nosotros y que cualquier otro que yo haya visto antes de ahora. Eres como debió ser ese noble príncipe cuyo recuerdo empañó la mirada de su majestad el rey”. Guzmán creyó no poder impedir que sus ojos también se empañasen y preguntó: “Tanto se emocionó mi...mi Señor Don Alfonso al recordarlo?”. Y ahora fue Ruper quien se adelantó con la respuesta: “Sí. Y también mi señor y el tuyo tragaron saliva para superar el mal trago”. “Lo imagino”, exclamó el mancebo, refiriéndose a un mal trago distinto al de la emoción del rey.

Ruper buscó una salida y se despidió de los dos jóvenes alegando que tenía trabajo que hacer para preparar el equipaje de su amo. Ya que efectivamente les acompañarían a Italia para ayudar al conde en su embajada. Y al marcharse Ruper, Iñigo retomó su investigación: “Dime una cosa”. “Pregunta”, dijo Guzmán. E Iñigo lo hizo: “Si Don Froilán exhibe en público a Ruper y nuestro amo me muestra como su paje y ninguno disimula que les gustamos no sólo para ese servicio, lo mismo que hacen otros soldados y señores respecto a otros jóvenes, por qué tienes que disfrazarte de mujer para mostrarte delante de los demás si no les importa que le conde se folle a otro joven en lugar de a una mujer?. Y, curiosamente, no es necesario que lo hagas delante de Ruper, ni de su amo, imagino. Ya que no sería lógico que si el siervo sabe o conoce algo concreto sobre ti para que no tengas que ocultarte con faldas, no lo sepa también su señor”. Guzmán estaba en un lío y no sabía como salir airoso del embrollo en que lo estaba metiendo aquel puñetero jovencito. Que si su hermana era lista, al menos en el juego, él tampoco tenía ni un pelo de tonto a la hora de sacar conclusiones de las evidencias que le ponían delante de las narices.

Y sin argumentos que esgrimir ni saber que contestarle al otro chico, Guzmán nunca se alegró tanto de oír la voz de su amo como en ese instante. Y el conde dijo: “Iñigo. Más pronto que tarde te lo diría, pero veo que tú solito has sacado tus propias conclusiones y sospechas lo que es tan cierto como estamos los tres en esta habitación mirándonos. No puede reconocer nadie a tu compañero o nuestra vida no valdría nada. Y por eso, sólo muy pocos sabemos quien fue. Puesto que ahora sólo es mi esclavo y nada más. Efectivamente todos los honores y estatus murieron hace unos años y sólo quedó conmigo la misma persona que un día, siendo un furtivo, cacé en mis tierras y lo hice mi esclavo. Ahora no es más que eso y nunca volverá a ser libre, como tampoco lo serás tú”.

Iñigo se postró ante se señor rogándole que perdonase su atrevimiento, pero Nuño lo levantó del suelo y le besó la boca para decirle después: “Eres muy inteligente y eso me gusta. El también lo es, pero se pasa de listo a veces. Y por eso tengo que atarlo en corto con frecuencia. Aunque reconozco que es muy valiente y no hay nadie que maneje el arco tan bien como él. Y te enseñará a hacerlo y no fallar la puntería nunca. Has de saber que me salvó la vida más veces de las que yo se la salvé a él. Y que le amo no hace falta que te lo diga, porque ya lo has comprobado en el poco tiempo que llevas con nosotros. Y sólo espero que nos quieras como nosotros te queremos a ti. Bésalo y para llamarlo usa el nombre que él prefiera”. “Entonces su nombre no es Yusuf, sino Guzmán?”, inquirió Iñigo. Y respondió el mancebo: “Mi nombre son los dos. Pero nuestro señor siempre ha preferido llamarme Guzmán. Y sólo soy su esclavo y tu hermano en el servicio que debemos a nuestro amo. No lo olvides, porque tú no has conocido al otro, ni debes ver en mí lo que fui, sino lo que soy. Otro esclavo sin importancia como lo eres tú”.

Iñigo estaba colorado, ya que sentía vergüenza por haber provocado aquella escena, pero su azoramiento no resistió la palpada de nalgas que le metió el conde, ordenándole que se desnudase porque iba a premiarle por su sagacidad. El chico se puso en pelotas con prontitud y esperó el premio de su amo. El conde lo llevó hasta el lecho y le ordenó que apoyase las manos sobre la cama. Iñigo obedeció sin saber que le esperaba esta vez y pronto lo supo.

Nuño le hizo un ademán a Guzmán para que se acercase y le rasgó la túnica dejándolo también en bolas. “Y ahora arrodíllate y lámele el culo a este puto cabrón que me va a dar tantos dolores de cabeza como tú. Por qué carajo tengo que dar siempre con los más listos y decididos!”, dijo el conde no evitando traslucir el orgullo que sentía por ser el dueño de aquellas dos criaturas maravillosas.

Guzmán hizo el encargo de su amo poniendo el ojete de Iñigo como una guinda en almíbar, pringosa de caramelo, y sin retirarlo de su sitio para alcanzar bien el culo del otro, el conde comenzó a jugar con sus dedos dentro del ano del rubio muchacho. Y el mancebo veía como le entraban despacio y salían para introducirse otra vez. Y así varias veces, sin que Iñigo dejase de gemir y suspirar acusando la paja anal que su amo le hacía. Guzmán se dio cuenta de lo bonito que era aquel ojo del culo y comprendió que su amo se pusiese ciego de lujuria tan sólo con imaginarlo abriéndose para su verga. Incluso a él mismo le ponía burro verlo y tocarlo con la lengua. Y hasta podría apetecer meterle también los dedos para sentir ese calor interior y la suavidad que siempre decía el amo que tenían las tripas por dentro. Y el agujero de Iñigo se abría, porque cada vez que el dedo del conde salía del todo, el esfínter del chico balbuceaba como la boca de un niño que todavía no sabe pronunciar las palabras correctamente. Y parecía pedir rabo y, aún sin deletrearlo del todo, se le entendía perfectamente que estaba salido y cachondo como una gansa de las que custodiaban el Capitolio de Roma en los gloriosos tiempos en que dominó el occidente del mundo y algo del oriente también.

Qué gusto le había encontrado el muchacho a que le diesen por el culo!. Se le notaba en su piel como la de las gallinas y en el vello del cuerpo erizado como si un imán lo levantase por donde el amo pasaba la mano. Entonces el conde empujó a Guzmán tirándolo al suelo y bajándose por delante las calzas, enculó al chaval azotándole con fuerza las nalgas en castigo por hacer tantas preguntas indiscretas. Pero a Iñigo ese castigo le pareció el mejor de los premios conque su amo reconocía su inteligencia para no dejar que se las diesen con queso.

Y Nuño lo folló tan salvajemente como lo hacía con Guzmán. Y el chico acabó antes de que el amo le llenase la tripa de leche. Ahora si podía decir que era un esclavo al que el amo montaba sin ningún mimo si necesitar bridas u otra espuela para aguijonearle las ancas que su enorme polla hincada con fuerza en el culo. Al terminar el conde, el chaval no se movió y se pudo ver bien como le había dejado las nalgas de rojas y mojadas de sudor, que se mezclaba con el reguero de semen que le salía por el ano patas abajo. Y Guzmán ya sabía que dentro de un rato le iba a tocar a él otro polvo igual de brutal que el que le había metido el amo al esclavo más joven.

Y no se equivocó. Nuño lo cogió por una oreja y lo condujo hasta los postes de madera torneada que sostenían el dosel de la cama y lo ató a ellos por las muñecas. Luego, tumbado boca arriba, también le sujetó los tobillos, pero al travesaño que unía por encima los que estaban a los pies del lecho. Y, así, enseñando el agujero y las patas bien levantadas, Nuño se arrodilló frente a él y lo calzó por delante como a una puta con un verdadero coño. Y así lo dijo para que lo oyera Iñigo. “Mira como se folla a una coima caliente como una perra y más viciosa que la peor zorra del burdel de más baja estofa del reino. Esta perra me tiene embrujado y con sus artes ha prendido mi sexo al suyo para no despegarse jamás. Mira como la voy a preñar y como gritará, la muy puta!, cuando note que mi verga escupe mi leche dentro de su entraña. Se pone loca al notar el calor de mi cuerpo dentro del suyo y yo deliro al sentir el pálpito de su vicio en mi alma, que se mete en ella a través de mi polla. Iñigo, puede que algún día deje que tú también sepas lo que es meter el pene en este templo, que es el más sagrado para mí...Ahora sólo te permito que beses su boca y te llenes con la agitada respiración que exhalan sus pulmones mientras poseo su vida al follarlo. Nadie se entrega como él en el supremo acto del erotismo. Es fuego, vida y muerte en un sólo instante. Y nada puede compararse a esta sensación de compartir el placer con esta criatura hecha para el amor. Bésalo, Iñigo. Bésalo y dale tu saliva porque su boca se seca abrasada por el deseo de ser mío”. El triple orgasmo se escuchó en toda un ala del castillo de Soria, que acogía esos días a la corte del rey de Castilla y León.


miércoles, 24 de agosto de 2011

Capítulo XVIII

Un rayo de luz, en el que bailaban motas de polvo, tocó los párpados de Iñigo, diluyendo su sueño. El chico se veía abrazado por su señor y otro joven muy bello y que acaparaba el aire con su aroma sugiriendo sexo y pasión. El muchacho, en medio de ambos, recibía caricias y besos, pero sus manos, pegadas al cuerpo, no lograban moverse y palpar también a sus ardorosos amantes. Suponía un dulce suplicio que sin tener final agotaba sus fuerzas en un indefinido orgasmo seco que sólo le humedecía el orificio del pito.

Volvió a su realidad y notó en su espalda el calor de otro cuerpo y un glande casi duro que rozaba su ano esperando entrar de nuevo. Y temió que no le seria fácil, puesto que se había cerrado otra vez reparado por el descanso en el sopor de la noche. Su cara estaba frente a la del otro muchacho, que aún dormía, y sintió ganas de besarlo sin romper el encanto de la paz somnolienta de un rostro tan bonito. “Qué hermoso es este muchacho”, pensó. Y cómo iba a desplazarlo del afecto que sentía su amo por él. Pero de pronto razonó y se dijo: “Por qué he de moverlo de este lecho para atraer a nuestro amo?. Podemos gustarle de igual modo los dos. Y aunque no llegue a amarme como a él, siempre me querrá más que a cualquier otro. Puedo ser también amado por mi señor, además de ser su fiel esclavo, y compartir con este joven la dicha del sexo y la felicidad de ser parte de la vida de nuestro amo.

Y sin previo aviso, una presión en su esfínter le anunció la entrada en su cuerpo del dueño de su ser y su vida. El conde lo sujetó por el vientre con una mano e irrumpió con la verga en su recto después de lubricarle el ojo del culo con saliva. Y otra vez le costó meterla, pero ya no encontró la misma resistencia que la vez anterior. Y al tercer intento logró penetrar en el cuerpo del chico llegando al fondo sin problema. Nuño se había encarnado en el muchacho, notando aún más gusto que al desvirgarlo. Y lo folló otra vez, pero ahora era más delicado en su empuje y se movía despacio, como queriendo recrearse con la sutil viscosidad interior de la tripa del chaval.

Iñigo, que ya amaneciera empalmado, sintió crecer más su pene y también la pegajosa savia que expelían sus huevos por el capullo. Y esta vez el conde le habló al oído, susurrando cariño y sosegada pasión, y él creyó enloquecer de placer. Y entre gemidos pensó: “Cómo el mismo hombre puede ser tan rudo y tan tierno al mismo tiempo”. Indudablemente Iñigo podía dar fe que su señor era un macho perfecto y muy potente por su fuerza y empuje al poseerlos tanto al otro joven como a él.

Guzmán se despertó con los jadeos de Iñigo y su amo. Y se dio prisa en unirse a ellos al dejarle su dueño volver a besar la boca de Iñigo. Y, después de sorberse la lengua y beberse las babas entre los dos, Nuño le ordenó al mancebo que le mamase la polla a su compañero para acabar los tres juntos con crecientes estertores y gemidos que espabilaron a los dos eunucos.

Nuño estaba satisfecho con su pareja de esclavos, porque ninguna puta, en la más brutal orgía, podría llevarlo al clímax del orgasmo como aquel par de chiquillos. Y se colocó en medio de ellos y los estrecho fuertemente besándolos en todos los puntos de sus rostros. Y les dijo: “Te has portado bien, Iñigo. Y os quiero a los dos en mi cama. A partir de ahora dormiremos los tres juntos. Y tú, Yusuf, no creas que tu culo tendrá descanso porque disponga de otro para follar. Tú recibirás tanto o más que hasta ahora. Y como anticipo, te la meteré y te joderé en cuanto recupere las fuerzas y mis cojones puedan segregar la misma cantidad de leche conque acabo de llenar la barriga de esta otra joya”.

Y tras follar intensamente a Guzmán, que vació sus bolas en la boca de Iñigo, se quedaron un buen rato adormilados, sin separarse ni un ápice ninguno de los tres, hasta que los eunucos entraron en la habitación recordando al conde que debía acudir a una audiencia con el rey. Y, aunque sintiese pereza para levantarse de tan a gusto que estaba con sus dos chicos, era preciso que se bañase y acicalase convenientemente para presentarse dignamente ante su Señor. Además, los dos eunucos tenían que cuidar también del aspecto del joven paje, que acompañaría a su señor durante la audiencia, y sin darle tiempo a decir palabra lo llevaron a otro cuarto para ponerlo pulcro y lustroso como correspondía a la ocasión.

Guzmán ayudó a Nuño a bañarse y aprovechó ese momento de intimidad para volver a la carga con sus conjeturas respecto al atentado real. Y le preguntó al conde: ”Todavía no sospechas de nadie”. “Pueden ser tantos”, respondió Nuño. “Podría estar involucrado mi tío Don Fadrique?”, añadió el mancebo. Nuño calló unos segundos y besó al chaval en el pelo. Y luego respondió: “Ese hombre resulta huraño y de mirada oscura. Y no sólo por la cicatriz en el labio que afea su rostro”. “Se trata de una herida de guerra?” interrumpió Guzmán. Y Nuño prosiguió: “Fue un accidente de caza durante una montería”. “Y no se le conoce alguna acción impropia de un príncipe?”, sugirió Guzmán. Nuño se refrescó la cara con las dos manos mojadas y añadió: “Su episodio más dudoso se refiere a la huida de la corte del emperador Federico II, que era primo de su madre... Tu abuelo Don Fernando III, a al muerte de su esposa la reina Doña Beatriz, tu abuela, lo envió para que recibiera en su provecho las posesiones de la reina en el imperio y el ducado de Suabia, sobre todo. Pero después de servir al emperador un tiempo, se marchó a Milán, ciudad enemiga de Federico II, y luego regresó a Castilla. Nunca se supo con claridad los verdaderos motivos que tuvo para traicionar al rey de romanos, perdiendo así el ducado y las posesiones y tierras de los Hohenstaufen”.

Y Nuño continuó ilustrando al chico con sus propias elucubraciones: “No me extrañaría que intente algo parecido y antes dudaría de él que de otro. Según me dijo mi pariente Don Nuño González de Lara, que capitaneó las tropas reales y venciendo a los sublevados en Lebrija, ese otro tío tuyo tomó parte en dicha conspiración contra su hermano. Y esta sospecha también la corroboró Don Rodrigo Alfonso de León, que también luchó comandando las tropas con mi pariente el señor de Lara”. “Y quién es ese otro señor?”, preguntó Guzmán. “Te refieres a Don Rodrigo?”, inquirió Nuño. “Sí”, afirmó el chico. Y Nuño le explicó: “Es un hijo ilegítimo de tu bisabuelo el difunto rey Don Alfonso IX de León. Y es un gran señor digno de haber sido príncipe de no haber nacido bastardo”. “Pero eso no me aclara si crees que haya ordenado ahora la muerte del rey”, insistió Guzmán. Nuño le dio un capón y dijo airado: “Guzmán, no se debe tildar a un infante de algo tan grave sin tener la seguridad absoluta de que tal cosa es cierta. No te das cuenta que hablamos de la familia real?. De tu familia. Porque él también es tan hermano de tu padre como el rey o los otros infantes. No llegues a conclusiones precipitadas y deja que Froilán y yo averigüemos algo más sobre este incidente. Seguramente el rey nos lo pedirá”. “Sí, amo”, contestó el mancebo no muy convencido.

Y el chico preguntó otra vez: “Vas a revelarle mi identidad a Iñigo?”. “Tendré que hacerlo por nuestra seguridad. Pero creo que todavía es pronto”, respondió Nuño. “Sabrá guardar el secreto y pienso que es mejor que lo sepa todo cuanto antes”, puntualizó Guzmán. “Deja que haga las cosas a mi modo y no te precipites, Guzmán”, concluyó el conde. “Sí, amo”, acató el chaval, ocultando las ganas que tenía de ir con él a ver al rey e intentar averiguar quien había querido matar a su egregio tío.

Guzmán sentía un sincero afecto por el hermano mayor de su difunto padre y lo respetaba no sólo por ser el rey, sino por ver en él un hombre bueno e inteligente que quería de verdad el bien de sus súbditos y la prosperidad de sus reinos. Amaba la poesía y la música y cualquier expresión del arte y la cultura y no era cruel con sus enemigos ni un tirano para nadie. Don Alfonso le gustaba como soberano y como tío. Y a pesar de haberlo engañado con una muerte fingida, que suponía un delito de alta traición a la corona y podía costarle la vida, en serio esta vez, Guzmán no estaba dispuesto a consentir que le quitasen la vida a su pariente. Pero tenía muy chungo que el conde le dejase hacer algo al respecto y entrometerse para intentar impedir un regicidio. En esos días, ni en Castilla ni en León estaba el horno para más bollos que los justos.

domingo, 21 de agosto de 2011

Capítulo XVII

Guzmán se reclinó en el hombro de Nuño y le preguntó: “Quién puede desear la muerte de mi tío?. Es un buen rey y está haciendo una gran labor en pro de la cultura y la artes. Sin olvidar su empeño en dar al reino un códice de leyes más adecuadas para todos. Tanta ambición provoca una corona como para arriesgarse a matar a un príncipe tan notable?. Además ya tiene herederos legítimos. Qué pretenden ahora mis otros tíos?. Nuño acomodó la cabeza de su amado sobre el corazón y respondió: “No podemos culpar a nadie todavía. Y no creo que haya sido cosa de su hermano Don Enrique, aunque el año pasado haya instigado una revuelta contra él, apoyado por el señor de Vizcaya, Don Lope Díaz de Haro. Ese príncipe es ambicioso pero la derrota sufrida en Lebrija creo que le bajó los humos y le quitó las ganas de volver a intentar algo contra su hermano”.

Guzmán quedó pensativo y sugirió: “Crees que mi otro tío, Don Fadrique, sería capaz de traicionar también a su hermano Don Alfonso, nuestro rey?”. Nuño pestañeó y añadió: “Quizás detrás de esto esté él. Pero me cuesta creer que cuente con el apoyo de sus otros hermanos. En cualquier caso no debemos hacer conjeturas peligrosas... Anda. Deja de darle vueltas a esto que luego no duermes. Y no olvides que la corte es un nido de víboras insidiosas, siempre dispuestas a inocular su veneno en la yugular de quien se les muestra propicio”. “Si no me duermo, ya sabes cual es el remedio para dejarme soñando todo el resto de la noche”, dijo Guzmán. “Lo sé. Pero aún me queda por llenar el culo de Iñigo”, alegó Nuño riendo y dándole un coscorrón al mancebo.

Y durante esas disquisiciones y algunos morreos y sobeos entre el conde y su amado mancebo, además de una mamada que el chico le hizo a su amo para ponerle bien dura la verga antes de que volviese Iñigo para ser desflorado, los eunucos tuvieron tiempo de preparar y acicalar al rubio joven, que se reunió con su amo y el otro esclavo echo un verdadero ejemplo de pulcritud y belleza natural. Parecía que hasta le habían sacado brillo a la piel y todos sus músculos se destacaban más y resaltaban mejor las formas masculinas del muchacho, que traía una serena sonrisa en los labios y un empalme monumental en la polla. El conde le ordenó que se aproximase y al tenerlo a su alcance le introdujo un dedo entero en el culo y lo sacó sin mancha alguna. Y pudo comprobar que la temperatura del interior era la de un horno encendido para cocer el pan. Iñigo hervía en deseo de ser follado sin más preámbulos. Y casi se corre al meterle varias veces unos tallos de perejil por el ano para provocarle las ganas de defecar. Pero antes tenía que calentarse más y poner a punto de ebullición la polla de su amo.

Los ojos de Iñigo ardían de ansiedad y sus labios, húmedos de ganas de besar la boca del conde, se entreabrían suplicándole que no les dejase padecer más la ausencia de sus besos. Al rozarlo, daba sacudidas como las nubes durante la tormenta. Y los dedos de las manos se movían buscando el tacto de su señor. Toda su juventud afloraba para gastarse entregando sus esencias al amo que lo absorbía con su presencia y solamente esperaba la señal para abrirle su cuerpo y sentir la vida de su dueño dentro de la suya.

A punto estuvo el chico de ponerse de rodillas ante Nuño rogándole que lo follase, pero no le dio tiempo y el conde se lo ordenó para meterle la verga en al boca y hacerle el honor de mamársela. Tanto quiso chupar de inicio, que se atragantó. Y Nuño le recomendó hacérselo más despacio, lamiendo suavemente el prepucio y luego el glande, para ir metiéndola lentamente en la boca, sin parar de succionar, y notar en su lengua los latidos de ese miembro viril que le daban para deleitarse con su sabor y su textura. El problema era que aquella verga era muy grande y gruesa. Y tragarla entera le costaba un gran esfuerzo para no ahogarse ni toser por haberse atragantado con ella. Pero Iñigo, empeñado en hacer gozar a su amo y que empezó a gustarle el comer semejante rollo de carne, paladeándolo al máximo, consiguió que Nuño pusiese en blanco los ojos y mirase al techo sin ver otra cosa que no fuese el gusto que le trasmitía su verga. Y antes de que saliese un agota de semen la sacó de la boca mamona del chaval y dio nuevas órdenes.


Le dijo a Guzmán que se acostase boca arriba en el lecho y empujando por la espalda a Iñigo lo puso a cuatro patas encima del otro muchacho, con las piernas separadas y ofreciéndole el culo para jodérselo. Y entonces, Nuño se arrodillo a los pies de la cama, teniendo ante sí el trasero de Iñigo, y le lamió el ojete muy suavemente, presionando hacia dentro con la punta de la lengua para introducirla despacio y hacer que el chico sintiese los primeros escalofríos de un ignorado placer que ahora descubría.

Los dos muchachos se miraban y Guzmán le decía sin palabras que no tuviese miedo, ya que el gusto que tendría al ser penetrado superaba al dolor de la clavada para abrir su ano y la rara impresión del roce de otra carne dentro de las tripas. Iñigo le trasmitía el fuego que lo consumía desde el esfínter a la punta del pelo, sintiendo las salivares caricias de su amo, pero daba a entender que también quería disfrutar con los besos del esclavo que tenía tendido bajo su cuerpo. La cara, el pelo, los ojos y la boca del mancebo, invitaban a Iñigo a un recorrido para conocer las sensaciones de su tacto y llenar sus papilas de sabores y olores nuevos, que lo turbaban tanto como los apetecía.

El conde se incorporó y subió al lecho para ponerse de rodillas tras el culo de Iñigo. Lo sobó con ambas manos y le separó las nalgas para abrirle el ojete y untarlo con una manteca espesa y oleosa. Se la metió por el ojete ayudándose con un dedo y puso la cabeza de la verga en el agujero dispuesto a presionarlo y obligarlo a ceder al empuje de su polla. Al primer intento el chico arqueó la espalda, retrayendo el cuerpo y apretando los glúteos. Y Nuño le dio una fuerte palmada en una nalga ordenándole que volviese a relajarse y abriese el esfínter. Iñigo empezó a sudar y las gotas le caían desde la frente sobre Guzmán. Y éste le pidió al amo que le dejase besar al otro chaval en la boca. Y el conde exclamo: “Haz lo que quieras, pero consigue que no se cierre y se resista, o tendré que forzarlo y violarlo si es preciso. Será mío por la buenas o atado de pies y manos a esta cama... Bésalo y haz que se encienda como una tea para que mi polla le apague el fuego que guarda en su vientre”. Y lo volvió a intentar, pero aunque el chico no se movió ni cerró su ano, la gruesa verga de Nuño no lograba hacer hueco para poder meter la cabeza del capullo.

Todavía estaba muy cerrado aquel precioso culo y el agujero era demasiado pequeño todavía para dilatarse tanto como exigía un glande tan gordo y duro como el de Nuño. Pero el conde no cejó en su afán y arremetió contra el ojo del culo de Iñigo con toda su fuerza. Y el chico no pudo gritar, porque en ese instante Guzmán le besaba la boca ya no con ternura como un momento antes, sino con una pasión desbordada, como si fuese al amo a quien besase. Y los labios del otro chico se abrieron más y su lengua entró por los de Guzmán y se juntaron, frotándose y compartiendo saliva.

Y el cipote de conde venció la virginal resistencia clavándose dentro del muchacho, que no pudo chillar porque el agudo dolor se mezcló con el sabor y el delirio de un prolongado beso que no querían terminar ninguno de los dos chavales. Nuño calcó hasta el fondo, separando la carne del chico con las manos, y notó todo el calor de un cuerpo que latía apresuradamente queriendo ser más rápido que el tiempo y prolongar así la extraña sensación que le hacía gozar a pesar del fuerte dolor que notaba en su vientre. Su amo le estaba dando por el culo y el frotamiento de la enorme polla que lo jodía le producía temblores y escalofríos que velozmente terminaban en la punta de su capullo transformados en gotas de baba.

En nada se parecía a una paja y, sin embargo, tenía unas irresistibles ganas de correrse. Hasta parecía que sus pelotas estaban más apretadas y no podían contener el semen que fabricaban sin parar. El chico tenía que concentrarse en demasiadas cosas al mismo tiempo. Los sabrosos besos de Yusuf, o como se llamase realmente aquel muchacho, el jugoso y constante bombeo de la verga de su amo en sus tripas, que ya le estaban cogiendo el gusto a pasos agigantados, y retener la leche en los cojones para no enfadar a su dueño y ganarse una zurra con la correa o un látigo. De jugar el amo con su culo, prefería que fuese follándoselo, aunque los azotes con la mano tampoco le habían desagradado tanto y no le importaría repetir otra azotaina previa a un buen polvo.

El amo parecía no querer abrir la espita de su leche para llenarlo y saber como notaría el flujo de semen corriendo por su recto para inundar sus entrañas. Y mantenía un acelerado ritmo follador que hacía entrar en el culo y luego salir, casi del todo, la tranca que empalaba al muchacho desde hacía aproximadamente el vaciado de más de la mitad del recipiente de la importante clepsidra que había en la estancia para contar las horas. Nuño, al separar las nalgas del crío, le veía el ojete enrojecido y rezumando jugos que se deslizaban hasta los huevos del chico, pero quería aguantar la eyaculación y seguir dándole polla al muchacho, que se estrenaba con un polvazo difícil de aguantar sino tuviese muchas ganas de que su amo le jodiese el culo.

Y Nuño le sacó la verga del culo al chico y se bajó de la cama. Agarró los pies de Iñigo y tiró hacia él arrastrándolo al borde del lecho. Y le dijo que le mamase el pito a Guzmán. Iñigo se centró en su nuevo cometido, ensalivando el pene del otro joven y chupándolo con la glotonería conque un niño lame la miel. Y volvió a ser ensartado, ya de golpe y sin cuidado alguno para no lastimarlo. Pero tampoco se quejó ni profirió ningún grito a pesar de que acusó el aguijonazo como si un punzón se le clavase por dentro hasta el ombligo. Y el amo cabalgó otra vez apretando los riñones contra las ancas del chaval, que, con tanto empellón, movía la cabeza en sincronía con ellos al tiempo que seguía comiendo la polla del otro esclavo. Y cuando Guzmán suplicó a su amo que Iñigo parase de mamársela porque se corría, el conde jaló los cabellos de Iñigo y le tiró hacia atrás la cabeza, para besarle la boca mientras vaciaba los cojones en su entraña. Y siguió dándole por el culo hasta que permitió que las vergas de ambos jóvenes explotasen colmando el aire de transpiración y olor a esperma, en un acompasado concierto de gemidos y jadeos

Nuño se dejó caer sobre Iñigo y éste quedó tendido debajo suyo y sobre el cuerpo de Guzmán. Y los tres rostros se tocaron y las bocas se buscaron para juntarse en un profundo beso compartido entre los tres. Iñigo ya no era el mismo que abandonó la casa de su padre. Ya sabía diferenciar entre el alivio de correrse cascándosela y el gozo de ser parte del placer de otro hombre. Gusto hasta unos momentos antes ignorado y ahora vivido intensamente con su amo y el esclavo que ya era su mejor amigo. Y, como le prometió su señor, el sol encontraría a un hombre en lugar del joven adolescente al que le había deseado buenas noches.

viernes, 19 de agosto de 2011

Capítulo XVI

 
Mientras Froilán se la calzaba a Ruper, tapándole la boca con una mano para poner sordina a sus escandalosos jadeos y el conde se disponía a dar cuenta del culo de su rubio paje aún virgen, en el ala contraria del castillo sucedía algo anormal. Tres encapuchados, bajo toscos sayales negros, se deslizaban sigilosos procurando no hacer ruido ni alarmar a la guardia del rey. Pero por la trazas de los individuos y su sospechosa actitud, podía colegirse que no se proponían nada bueno a esas horas de la noche y albergaban negras intenciones respecto a la seguridad del monarca.

Las tres sombras siniestras buscaban la alcoba real y bajo sus ropas llevaban afiladas espadas desenvainadas. Quién podía desear la muerte del rey y cómo se habían introducido esos felones en el recinto del castillo logrando llegar cerca de los aposentos reales?. Con la agilidad de gatos monteses saltaron sobre los Monteros que custodiaban la puerta de la cámara real e irrumpieron en ella dejando relucir sus aceros con los pálidos reflejos de la luna llena que se filtraban por un ventanal.

El rey, tumbado en su lecho, se sobresaltó y como inspirado por un ser etéreo e invisible, con un rápido movimiento de rotación se dejó caer al suelo empuñando un estilete que siempre ocultaba bajo las almohadas, esquivando de ese modo las cuchilladas mortales que atravesaron el mullido colchón de plumas sobre el que un instante antes descansaba el soberano. En gran parte del castillo se oyó la voz regia gritando: “A mí, al rey!”. Y eso bastó para que varios Monteros acudiesen a la llamada de su Señor presentando pelea a los tres conjurados.

El conde también escuchó el ruido de pasos agitados y dejando a un lado el placer se cubrió con la capa y salió al pasillo empuñando su espada. Corrió en la dirección del jaleo y se topó con Froilán que, como él, iba casi desnudo a medio tapar sus vergüenzas con un manto y blandiendo el acero para defender el honor y la vida de quien necesitase su auxilio. Los dos amigos se preguntaron que ocurría, pero no sospechaban aún que el peligro se cernía sobre su Señor. Nuño se fijó en la polla empalmada de su amigo y le dijo: “Esa espada no creo que te sea útil ahora. Enváinala y deja que la otra que empuñas haga el trabajo”. Froilán, miró hacía su pija y respondió: “Joder!. Bien envainada que la tenía dentro del culo de mi Ruper y me quedé a medias en el segundo polvo”. El noble señor se olió los dedos de la mano izquierda y añadió: “Cómo me gusta el olor del agujero de ese puto muchacho!. Mientras lo perciba en mis manos no se me bajará la verga... Pero vayamos a ver que pasa...Démonos prisa!”.

Llegaron a tiempo de participar en la lucha y proteger al rey, pero no fue posible apresar con vida a ninguno de los frustrados asesinos, puesto que dos murieron atravesados por las espadas de los Monteros reales y el tercero, herido mortalmente por el conde, se arrojó al foso por el ventanal estrellándose contra unas peñas. No era posible averiguar el origen de la conspiración contra el rey de Castilla, ni hasta donde se extendía la traición para matarlo. Don Alfonso le quitó hierro al asunto y agradeciendo a todos su lealtad y valor los despidió deseándoles buenos sueños y que el resto de la noche trascurriese tranquilamente sin más sobresaltos. Pero, para mayor seguridad, ordenó doblar la guardia ente su dormitorio y reforzar la vigilancia en todas la puertas del castillo.

Los dos nobles señores regresaron junto a sus pajes para terminar la faena empezada e interrumpida a medias, en el caso de Don Froilán, y a punto de iniciarse respecto al estreno sexual del nuevo paje del conde. Y en pocos minutos, Ruper volvía a tener la polla de su amo en el culo, retomando la follada con nuevos bríos y más empuje, que el chico agradeció estallando con un chorro de leche escupida por su pene entre estremecimientos y gemidos, dando la impresión que el chico se desnataría sin remedio antes de que su amo le llenase la barriga con su semen.

Nuño, al entrar en sus aposentos, miró a los dos chicos que lo esperaban sentados en el lecho sin articular palabra y temblando todavía por el miedo que pasaran al no saber que suerte corriera su señor, ni a que riesgo se enfrentaba al irse sin ellos. Guzmán no pudo reprimirse y le preguntó: “Amo, que ha pasado?”. “Han atentado contra el rey... Pero está ileso y fuera de peligro. No te preocupes por él”, contestó el conde. “Y tú, mi señor”, volvió a preguntar el mancebo. “Ya me ves. En forma y preparado para el asalto a la virginidad de este precioso joven”, respondió Nuño destapando su verga ya levantada y en ristre para ensartar el primer culo que se le pusiese por delante.

Los tres liberaron la tensión riéndose y el conde le ordenó a Guzmán: “Ponte a cuatro patas y enséñale a Iñigo como espera una yegua a que el garañón la monte”. El mancebo se colocó sobre la cama dándole el culo a su amo y separó las nalgas con las manos para dejar a la vista el ojo del culo, medio abierto por el fuerte deseo a ser follado por su señor. Nuño se acercó a él y le mostró al otro joven el redondo y jugoso bodoque que formaba el ano de Guzmán, para que viese bien como era un esfínter preparado para ser usado como el coño de una zorra. Pero esa piel morena del muchacho y el aroma que exhalaba su ojete, más atrayente que el del celo de una perra, lograron que el conde enfilase su verga hacia esa maravillosa entrada al paraíso del sexo con su puto preferido. Y se la clavó hasta lo más profundo de las tripas del chaval y ya no pudo parar.

Se montó sobre la espalda de Guzmán y le comió las orejas y toda la parte posterior del pescuezo. Y sólo pudo decir: “Iñigo, ve como le doy por el culo a esta puta y aprende a ponerme cachondo y ciego de lujuria como lo hace ella.... Cabrón!...Mi niño!... Mi amor!. Cómo me gustas y lo bien que me encandilas y prendes en tu puto culo!...... Te voy a preñar, jodido crío!”. E iñigo no fue iniciado para poner el culo a su amo, como esperaba, pero vio un polvazo que jamás olvidaría en toda su vida. Nuño le dio tan fuerte a Guzmán y calcó tanto apretando con sus riñones para entrarle más adentro, que al muchacho se le flojearon los brazos y hocicó sobre la cama, manteniendo solamente el trasero erguido y espatarrando al máximo las patas para que su amo lo follase a sus anchas. Amo y esclavo eyacularon juntos, pero no sólo ellos lo hicieron, porque Iñigo se corrió sin meneársela al ver como temblaban y se estremecían y oír los jadeos y gemidos de placer que salían de los dos amantes, ya empapados de sudor y coloradas sus mejillas por el ardor y el fragor de la jodienda.

El pobre Iñigo se quedó helado al ver como lo miraba su amo por haber dejado sin su permiso varias manches de semen en el suelo. Nuño le gritó que eso no le estaba permitido a ningún puto esclavo sin que su amo desee aflojarle la presión de las bolas y que eso merecía otro castigo de azotes, pero esta vez con una correa para que el picor de los verdugones le recordasen que no volviese a eyacular sin su autorización. El chico bajó la cabeza y se arrodilló ante el conde mostrándose sumiso y arrepentido y el mancebo intervino en su defensa diciéndole a su amo: “Mi señor, ten en cuenta que es muy joven y no le es fácil evitar que su pene deje escapar la leche al llenársele demasiado los cojones. Además no sabía que eso no le pertenece y debe contar con tu permiso para desperdiciarla o aprovecharla como tu digas. Amo, te ruego que seas comprensivo y no le castigues por esto con una tanda de correazos”.

Iñigo no lloraba ni tenía intención de unirse a la súplica de Guzmán, pero Nuño, que en realidad no tenía ningún deseo de azotar otra vez al muchacho, se mostró generoso con el paje y le ordenó que llamase a los eunucos. Iñigo, oprobiado por no saber contener su vicio, salió en busca de los dos esclavos y el conde les dijo: “Lavarlo bien por fuera y por dentro para ser usado antes de que amanezca. Le prometí que antes de salir el sol de nuevo su culo estaría amoldado a mi verga y así será. Me da igual que uséis el perejil o un bebedizo, pero lo quiero limpio y con las tripas vacías hasta de aire. Y no os demoréis demasiado que no tengo ganas de esperar más de lo que sea preciso para joderlo el resto de la noche”. “Sí, amo. Estará listo antes de que desees volver a vaciar tus testículos”. Y los eunucos se llevaron a Iñigo para prepararlo e instruirlo en su función de puta a su amo, sin que hubiese riesgo a mancharle la verga o soltase algún pedo intempestivo al taladrarle el culo.


miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo XV


Aquel muro de piedra, en un recodo de un pasadizo del castillo de Soria, donde Iñigo aplastó su mejilla mientras el conde se restregaba el paquete contra sus glúteos, conoció de primera mano el ardor del chico y las incontenibles ganas de ser penetrado por su amo y señor. Iñigo rogó en el más absoluto silencio que la tranca de Nuño le entrase por el ano sin la menor resistencia de su organismo a ser perforado por algo tan grueso y tan rígido. Ya no le espantaba el dolor que pudiese sentir al ser desvirgado, ni que su carne se rajase partiéndose por la mitad al no tener suficiente elasticidad en los músculos del culo para permitir que su esfínter se dilatase y se amoldase al tamaño del cipote de su amo. Pero soportando, aunque todavía no gozase, el continuo bombeo que experimentaría dentro de sus entrañas.

Nuño olió y besó el cuello del chico y con una mano levantó su cabello para despejarle la nuca y poder mordérsela antes de decirle: “Te la clavaría aquí mismo, rompiéndote las calzas y forzando tu ano en seco para follarte, pero no quiero hacerte sufrir más de lo necesario. Vamos. Vayamos a mi aposento y allí haré con tu cuerpo y todo tu ser lo que estoy deseando desde que te conocí”. El conde mordisqueó el lóbulo de una oreja del muchacho y éste suspiraba y gemía como una corza antes de ser montada por primera vez. Nuño percibió el sudor de Iñigo, que recorría su espalda camino del culo, y le dio la vuelta para verle los ojos y notar como sus labios le rogaban los besos que nunca podría dejar de ansiar ni olvidar después de probar el primero.

Y en la alcoba encontraron a Guzmán desnudo, esperando a su dueño y cachondo como una moza adolescente, tumbada sobre la paja en una tarde de siega, que mira viciosa como saca la polla el mozo que la hace estremecerse y desear que le sobe los senos. El mancebo se sorprendió al ver a Iñigo con el conde y quiso taparse con un manto, pero Nuño le dijo: “No hace falta que tapes nada porque este jodido chaval ya sabe que tus tetas son falsas y lo verdadero son esos huevos y la minga que tienes izada como si fuera un pendón real. Sabe también que te llamas Yusuf y eso es suficiente por ahora. Y no hace falta que te diga que será tu compañero y entre los dos aliviaréis la carga de mis cojones... Ponte de pie y desnúdalo despacio para que yo os vea a los dos en pelotas y me enorgullezca de tener dos esclavos tan hermosos. Quítale la ropa con calma, pues deseo ir descubriendo sus partes poco a poco y deleitarme con ese cuerpo que quiero disfrutar con todos los sentidos”.

Guzmán se acercó a Iñigo, mostrándole su belleza en plenitud, y el chico no pudo evitar que su entrepierna se abultase aún más de lo que ya estaba con las friegas que le había dado el paquete del conde, tanto en el suyo como en el culo. El mancebo desató el cordón del jubón de Iiñigo y la camisa blanca que vestía debajo se abrió en el pecho, dejando ver su forma y un pequeño pezón tostado que salía en medio de una aureola más oscura, sin llegar a ser del todo marrón, ni se apreciase apenas un ligero vello, más rubio que los cabellos, que iba formando un desfiladero hacia el centro no alcanzando la mitad del estómago. Guzmán desabrochó la fíbula del cinturón y liberó al chico de las calzas, que se las fue bajando despacio según le indicaba con gestos la mano de su señor.

Después lo descalzó y el conde vio unos preciosos pies con dedos largos y bien cuidados, tanto por la falta de callosidades como por tener las uñas perfectamente recortadas y limpias. El mancebo se incorporó y colocándose detrás de Iñigo hizo resbalar por los hombros la camisa, que cayó al suelo junto a los pies desnudos del muchacho. Ya sólo quedaba quitarle el lienzo blanco que tapaba el sexo del chaval y Nuño se levantó de su escabel y sin decir nada desató el trapo y, bajo un rizado felpudo algo más oscuro que la cabellera, surgió un pene que lucía un brillante glande desprotegido del pellejo e hinchado por la sangre que lo hacía palpitar. Era un respetable instrumento, muy parecido al de Guzmán pero en tono rosado, y por el orificio de la uretra salía una babilla viscosa que brillaba a la luz de los cirios.

Entonces Nuño dio una vuelta entera alrededor del chaval, remirando bien todo su cuerpo, y cogiendo a Guzmán por encima de los hombros, dijo: “Qué te parece este potrillo?”. Guzmán reclinó la cabeza en el pecho de su dueño y respondió: “Muy hermoso, mi amo. Tanto, que no parece un hombre sino un ser de otro mundo en el que no debe haber penas ni temores. Es una digna montura para mi señor, pues su lomo parece fuerte y sus patas resistirán largas y esforzadas cabalgadas sosteniendo a mi amo encima de su grupa”. Y el conde añadió, zarandeando suavemente al mancebo: “Quiero que os llevéis bien, porque estaréis siempre juntos y desde ahora los dos formaréis un sólo cuerpo para mi placer. Y como tú conoces mejor mis gustos y sabes más sobre sexo entre machos, ya que tienes más experiencia, has de enseñarle y educarlo para que sea tan buen siervo como tú. No regatees esfuerzos en ello y ahórrale castigos, porque creo que su fortaleza para el dolor no es comparable a la tuya”. Pero Iñigo exclamó casi implorando: “Señor, aguantaré lo que sea preciso y no temáis por mi si merezco un castigo, porque por duro que sea lo soportaré, aunque fuese la peor de la torturas”. Nuño reprimió la sonrisa y con gesto serio y duro dijo: “Me agrada tu resignación y deseo de entrega, pero lo primero que debes aprender es a no hablar ni expresar tus pensamientos sin que yo lo permita. Y para que no lo olvides recibirás el castigo de tu amo antes de probar su placer”.

El conde soltó a Guzmán y llevando por un brazo a Iñigo hasta el escabel, se sentó y puso al crío de bruces sobre las rodillas para atizarle la primera zurra en el culo. Golpeó con su mano derecha las nalgas del chaval, que eran dos turgentes y duras bolas de carne blanca tamizada de pelusa casi blanquecina, hasta ponerlas rojas como tomates maduros. Y el chico ni soltó una lágrima ni dejó escapar el menor quejido de dolor. Tal como dijo, resistió la paliza como un verdadero hombre acostumbrado al sufrimiento, a pesar de que hasta ese momento nunca le habían puesto la mano encima para mortificar su carne.

Tras el último azote, el conde lo mantuvo sobre sus piernas y aprovechó la postura para examinarle el ano y practicar los primeros juegos de penetración con los dedos y comprobar hasta que punto estaba cerrado ese bonito redondel apretado que se hundía hacia dentro al presionarlo con la yema de un dedo. Podría decirse que por ese ojete no entraba ni una paja, pero a Nuño le gustaban los retos y sabía que lo conseguido con esfuerzo, siempre era lo mejor, una vez que se lograba vencer su resistencia.

Iñigo dejaba caer de su boca un hilo de baba y cerraba los ojos al notar como los dedos de su amo jugaban dentro de su culo. Y las caricias en la próstata le encendían la libido y lograban que su polla le doliese de tanta excitación que experimentaba con esos tocamientos. Guzmán sólo presenciaba la escena, pero su pito evidenciaba su calentura y su mente deseaba ardientemente estar en el lugar del nuevo paje. El mancebo notaba que le escurría la lujuria por detrás de los muslos, ya que el ano estaba húmedo y segregaba jugos de deseo y ansia del rabo de su amo. Pero sólo podía ver y esperar su turno una vez que su señor se hubiese saciado con el otro joven y volviesen a su verga las ganas de perforar otro culo.

Y le costaba tanto esfuerzo mantener la leche en sus testículos como al pobre Iñigo que no paraba de echar precum por la punta del capullo, pringando las calzas de su amo. El conde paró de repente su divertimento en el agujero del culo del chaval y lo levantó de golpe diciendo: “Desnudarme, que vamos a empezar a entrar en materia . Esta noche va a ser muy larga para los tres. Y ambos tendréis vuestra ración de carne recia y leche fresca. Rápido!. Quitármelo todo y arrodillaros a mis pies para lamer mis cojones y mamar mi polla los dos juntos”.

Los dos cumplieron la orden y se postraron ante el amo con las manos detrás de la espalda, aguardando que su señor quisiese premiarlos con el sabor de su verga, llegando a paladear el sabroso jugo que soltaba por el capullo. La ceremonia de iniciación y rotura de virgo de Iñigo había comenzado entre los muros de un soberbio castillo, casi inexpugnable. Pero seguramente el ano del chico no lo sería tanto ante el acoso de un potente ariete, hábilmente manejado por el conde feroz.


domingo, 14 de agosto de 2011

Capítulo XIV

 Hubo danzas y juglares que recitaban sus versos y cantaban coplas festivas al son de alegres melodías con flautas y gaitas para solazar a los invitados del rey. Don Alfonso X no dejó de charlar animosamente con sus nobles y en especial con Nuño y Froilán, supuestamente de los negocios que interesaban al monarca en relación con la corona imperial que pretendía. Ambos señores serían sus embajadores ante la república de Pisa e iniciarían las negociaciones para defender sus derechos a ser rey de romanos, contando con los gibelinos, nombre derivado del castillo de Waiblingen, cuyos señores eran los Hohenstaufen de Suabia, familia a la que pertenecía el rey castellano por línea materna, y derrotar en tales pretensiones al hermano del rey de Inglaterra Ricardo de Cornualles, que contaba con el Papa Alejandro IV además de los güelfos, partidarios de los derechos de la familia de los Welfen de la casa de Babiera.

Y como si estuviese soñando, Iñigo vio levantarse al conde de su escaño y acercarse a él sonriéndole. Ruper, también lo vio y le hizo un guiño a su nuevo compañero, dándole ánimo con una mueca para cautivar de una vez por todas al conde. Nuño rodeó la larga mesa y se aproximó a su paje por detrás para decirle: “Qué tal te están tratando en la corte, Iñigo?”. El chico se puso muy nervioso y sin dejar de esbozar una amplia sonrisa de satisfacción y alegría por la deferencia de su señor, le contestó: “Muy bien, mi amo. Y Ruper me ha dado unos buenos consejos para serviros mejor y complaceros como más os agrade. Os pertenezco como paje, mi señor, pero deseo ser vuestro absolutamente y para todo lo que deseéis de mí. En cuerpo y alma, mi amo”. El conde acarició la cabeza del paje y le dijo al oído: “Eres mío desde el momento en que te vi. Y por eso me servirás en cuerpo y alma y para siempre. Esta noche todavía dormirás con los eunucos, pero no tardarás en servirme en mi lecho. Todo a su tiempo, que en esto no son buenas las prisas. En cuanto veas que me retiro, ven tras de mí. Y no bebas demasiado vino, porque no quiero verte borracho o algo bebido”. “No beberé más vino, señor” dijo el chico. Y el conde le recomendó a Ruper: “Cuídalo, que es una joya a la que estimo mucho”. Iñigo no cabía dentro de sí y flotaba en una nube por las palabras de su señor. Y Ruper le dio una palmada en el hombro diciéndole: “Conque no se había fijado en ningún chaval para meterle la verga por le ojo del culo!. Pues el tuyo ya está emplazado para ser penetrado en muy breve tiempo. Te va a empalar en su polla y te hará subir al cielo sin alas y con la barriga llena de su leche. Amigo mío, tus días de virginidad han acabado. Tu carne fresca ya huele al cipote de tu amo, que te ensartará todos los días y te alimentará con el fruto de sus cojones. Será un verdadero delirio para tu señor agarrarte por ese pelo tan rubio y montarte a pelo sin silla mi espuelas, pero aguijoneándote con su polla que en cada empujón te la irá clavando más adentro y te hará saltar de dolor. Porque sentirás una punzada aguda, que, sin embargo, llenará tu cabeza con las estrellas de un firmamento dorado propio del paraíso. Prométeme que me contarás con pelos y señales el primer polvo que te meta tu señor. Lo harás?”. “Sí. Lo haré”, prometió Iñigo. Y añadió: “ Y sólo espero que sea como tú dices”. “Será todavía mejor. Ya lo verás”, le dijo Ruper absolutamente convencido de la habilidad del conde para dejar satisfecho a cualquier chaval por más exigente que fuese a la hora de gozar por el culo.

Y al levantarse de la mesa el rey, también lo hicieron el conde y Don Froilán y al unísono se pusieron en pie sus pajes para seguirlos a sus aposentos. Froilán agarró por el culo a Ruper y dándole una palmada en las nalgas le dijo: “Anda ve delante mía que me pone muy cachondo ver como meneas el culo cuando tienes ganas de rabo. Y como ves, Nuño, está salido como un mono, el muy puto, y lleva mojada la calza justo en el ojo del culo. Cómo me hace gozar este jodido chiquillo!. No sé que haría sin tenerlo a mi lado en la cama durante la noche. No es por fardar, pero le suelo meter dos o tres polvos desde que nos acostamos hasta el alba. Y algunas veces hasta cuatro. Su agujero aguanta los vergazos, uno tras otro, como si nada. Por la mañana esta escocido el muy cabrón, pero parece que eso lo pone más salido todavía y es él quien se sienta en mi verga para clavarse en ella de golpe. Me pide permiso, pero cuando lo hace ya me está rozando el glande con su esfínter y a ver que coño le voy a decir. Clávate, Hostia!. Tú que le dirías, Nuño?”. “Lo mismo, pero le daría un par de sopapos por zorra y vicioso. Bueno. Quizás sólo por zorra, porque me gusta que sean viciosos y deseen tenerme dentro siempre”, afirmó el conde. Y Froilán atizándole un azote en las posaderas a su paje, exclamó: “Pues claro que sí!. Estos puñeteros son los que nos hacen la vida más agradable y que tengamos ganas de gozarla a tope. Te deseo un buen trote sobre ese potranco tan hermoso que te has traído esta vez. Y móntalo pronto que cada minuto que pasa sin domar puede dar lugar a que se resabie. Atalo en corto y cálzasela de lleno en el mismo centro del ojete!”.

Iñigo oía a Don Froilán, pero ni se espantaba por sus palabras ni asomaba a su cara el mero gesto que denotase espanto o temor por ser usado de la forma que decía el noble señor. Y de eso se dieron cuenta los otros incluido el conde. Y al quedarse solos, Nuño le dijo: “A Don Froilán se le subió el vino y su lengua se disparó sin el menor recato. No te asustes por cuanto ha dicho. Aunque puedo asegurarte que Ruper tendrá una noche gozosa al lado de su amo y que mañana le costará trabajo sentarse”. “Ya me contó algo sobre eso en la cena, mi señor”, afirmó Iñigo. “Hablasteis de esas cosas Ruper y tú?”, preguntó Nuño. Iñigo se paró y mirando a su amo le respondió: “Sí, mi amo. Me explicó como debe servir un paje a su señor para darle placer si él lo desea. Aunque en vuestro caso es distinto, porque tenéis una mujer para enfriar la calentura de vuestro sexo y no es necesario que uséis a vuestro paje para eso”. El conde quedó sorprendido por la naturalidad conque el chico le hablaba de tales asuntos y le preguntó: “Te gustaría que yo usase tu cuerpo para mi placer?”. Iñigo no se lo pensó y respondió: “Claro. Pero sé que no puede ser estando con vos Doña Marta”. “Y por qué no?”, inquirió Nuño. E Iñigo contestó: “Mi señor, si ella no estuviese con vos o no tuvieseis reparo en que yo la supliese en vuestro lecho, sería diferente y yo cumpliría gustoso con mi cometido aunque después de usarme como a una mujer tuviese que dormir en el suelo a los pies de vuestra cama al igual que un perro, mientras os solazabais con ella también. Siempre que no se avergonzase mostrándose desnuda ante otros ojos distintos a los vuestros, naturalmente”. “Y no te daría vergüenza que ella viese como te follo?”, objetó el conde. “No. Porque soy un objeto más de vuestro propiedad, al igual que ella”, contestó el chico y añadió: “Mi amo, no tengáis miramiento ni consideración alguna hacia mí y usadme como os de la gana, porque soy vuestro esclavo para todo lo que deseéis. Y yo os respetaré y amaré cada día más y seré sordo y mudo para todo lo que oiga o vea a vuestro lado y que pueda perjudicaros en algo. Soy más fiel a mi amo que el mejor perro de vuestra jauría y ningún secreto que os comprometa se sabrá por mi boca aunque ello me cueste la vida. Os lo juro, mi señor!.

El conde reflexionó un instante y dijo sujetando al chico por ambos hombros: “Está bien. Me ha costado mucho aguantarme sin arrancarte la ropa y verte en pelotas tal y como tu madre te trajo a este mundo para ser mío. Esta noche compartirás mi cama con mi puta y ella te ayudará a darme todo el placer que espero de ti. Y cuando amanezca ya serás un hombre completo porque te habrá entrado por el culo la verga de un macho más fuerte que tú y también beberás su leche para nutrirte con su fuerza y valor. Será el primer paso para iniciarte en la orden de caballería, pues para saber montar bien, antes has de ser bien montado por otro jinete más experto y avezado en el arte de dominar un potro, sin silla ni bridas. Y cuando el sol nos vuelva a saludar desde lo alto del cielo, tu vida será otra muy distinta. Serás totalmente mío como lo es mi caballo o cualquiera de mis perros y esclavos, al igual que lo es Marta, que mientras estemos en privado los tres, le llamarás Yusuf, porque también es un joven mancebo como tú”. E Iñigo no se cortó al decirle a su señor: “Eso ya lo sospechaba, pero sigo sin entender por qué se disfraza de mujer, cuando vuestros soldados no se privan de darles por el culo a otros más jóvenes de vuestra escolta. O al primer mozo que pillen en un establo y se lo cepillan allí mismo sin más contemplaciones, mi amo”. “Muchacho, eres muy listo y avispado, pero no quieras saberlo todo de golpe. No sé todavía que te llevó a suponer que Marta no es una mujer, pero el resto ya lo irás sabiendo a medida que tu culo se vaya abriendo cada vez más y se trague mejor mi verga. Lo único que debes tener en cuenta y no olvidarlo nunca es que los dos sois mis esclavos y me pertenecéis para todo cuanto yo quiera haceros o daros. Desde los pies hasta la punta del pelo no tenéis más misión ni objeto que darme gusto y deleitarme la polla y los huevos cuando yo desee. Está claro?”. “Sí , amo”, acató Iñigo. Y se vio estrujado por los potentes brazos del conde que le besó los labios, comiéndole la boca como si fuese el mejor postre de la cena.

Era el primer beso que le daban al chico y el primero también conque él correspondía a otra persona y le gustó. Le gustó tanto que buscó de nuevo la boca del conde para besarla otra vez y la encontró dispuesta a repetir con otro largo y húmedo beso. Durante el segundo, el conde le echó mano al culo y se lo apretó. Y el chaval notó que la sangre se agolpaba en sus sienes y le costaba respirar de tanto calor que le subía desde el ano. Y también notó el bulto del paquete de su amo que se frotaba contra el suyo y se empalmaban los dos como borricos oliendo el coño de una burra con la madre a punto para concebir. Y, sin pararse a pensar si podía verlos alguien, el conde puso al crío con la nariz contra el muro y restregó su verga entre las nalgas del chico anunciándole el tamaño de tranca que se iba a tragar esa noche. Pero a Iñigo no le asustó y aflojó el culo para demostrarle a su amo que estaba ansioso por recibir a su dueño dentro de sus entrañas y que le dejase su semilla en ellas.

viernes, 12 de agosto de 2011

Capítulo XIII

Guzmán hubiera querido tener tiempo de meterse en la carreta para no ser visto por el rey y no tentar a la suerte evitando ser descubierto por la sagaz mirada de su tío Don Alfonso. Pero ya era tarde y lo único que le quedaba era ocultar el rostro con un velo y cruzar los dedos para que el monarca no se fijase demasiado en la mujer montada en un caballo árabe de pelaje negro que acompañaba al conde y pretendía ocultarse tras él y su nuevo paje.

Pero a quien no engañó el disfraz del mancebo fue a Don Froilán, que nada más verlo le sonrió guiñándole el ojo con un gesto de complicidad. Pero de inmediato, sus ojos se posaron en el bello rostro de Iñigo, dándole un fugaz repaso al resto de sus notables prendas, y terminada la salutación del rey, con todos los parabienes y deseos de bienestar para la familia del conde y en especial de la condesa, Don Alfonso reparó también en el joven paje de Nuño y alabó su hermosa estampa, añadiendo que su apostura se deslucía sobre un caballo tan burdo y de poca raza para un mozo tan gentil.

El conde también se interesó por la familia real, ya que la reina no acompañara a su esposo en esta ocasión, debido al nacimiento de una nueva infanta, Doña Leonor, que se unía a la prole regia y era la tercera de los hijos habidos hasta ese momento en el matrimonio: Doña Berenguela, Doña Beatriz y Don Fernando, el heredero al trono de Castilla, que se le apodaría el Infante de la Cerda debido a su pelo espeso y duro, similar al de una cerda en opinión de sus contemporáneos. El rey agradeció al conde su interés por su familia y sin más preámbulos le invitó a entrar en el castillo, ordenando que se le acomodase convenientemente, al igual que a todo con su séquito, y se les proporcionase lo necesario para que se adecentasen y descansasen antes de comenzar las celebraciones por su llegada a al corte real. Al conde le pareció excesivo alojarse con toda su comitiva en las estancias del palacio, pero el rey le hizo notar que la capacidad de la fortaleza sería suficiente para albergar a toda la población soriana en caso de asedio. Y no sería la primera vez que sirviera de refugio a todos los habitantes de la villa desde que fuera construido en tiempos de los moros.

Desde luego el conde prefería alojarse fuera del ese recinto y tener más libertad para estar con Guzmán, que ocultar su identidad era su mayor preocupación en esos momentos, pero la insistencia regia lo dejó sin argumentos y no consiguió eludir la invitación para ocupar unas estancias en el poderoso castillo de Soria y convivir con el resto de los nobles que formaban la corte del rey. De todos modos, Don Froilán, siempre al quiete para solucionarle los problemas a su amigo Nuño, se encargó personalmente de distribuir a toda la comitiva en lugares apropiados, según su rango y dignidad, y especialmente se preocupó de que el conde tuviese unos amplios aposentos para él y sus más allegados. Es decir, para su manceba, cuya presencia extrañó al monarca, dado que nunca le había conocido al conde otra compañía femenina que su esposa Doña Sol, y para los dos eunucos que le servían, sumando también a ese grupo al joven paje de cabellos rubios, que ya intuían todos que era un servidor especial para el noble conde.

Por supuesto, en la entrada de esos aposentos siempre estarían un par de imesebelen custodiándola y evitando intrusos no convenientes, incluso el mismo rey. O quizás éste con mayor motivo, ya que una visita imprevista del soberano, que cogiese al conde y a Guzmán desprevenidos y éste sin disfraz de moza, sería atroz para ellos. Haber mentido al rey en algo tan serio como la vida de aquel sobrino por el que había sentido tanta predilección no era un asunto que pudiera tomarse a la ligera por nadie y menos por los autores de la farsa. Y si ello ocurría, no se libraría tampoco Don Froilán a la hora de responder ante el soberano y pagar las consecuencias.

Y en un aparte, Froilán le sonsacó a Nuño en donde había encontrado aquella monada, que parecía un ángel bajado del cielo para decirle a los hombres con su hermosura que todos eran una panda de seres innobles. Aunque tampoco era justo esa afirmación, puesto que, sin quitarle su mérito al chico, no podía decirse que en la tierra no hubiese tíos guapos y con unos cuerpos preciosos. De los que eran un claro ejemplo el mismo conde y Froilán; o el gentil Ruper, su amado tamborilero, que ya andaba a su lado ayudándole a trastear de un lado para otro poniendo las cosas en orden y a cada cual en su sitio para cobijar a la hueste del conde. Ni olvidar tampoco criaturas tan perfectas como Guzmán, que no desmerecería un puesto entre los más bellos seres de la corte celestial.

Lo que le extrañó al noble primo de la reina Doña Violante, fue que Nuño todavía no se hubiese beneficiado a Iñigo y el culito del joven aún estuviese intacto estando tan cerca de la polla de un jodedor irredento como el conde. Pero Nuño le explicó sus motivos para no haber entrado a saco dentro del cuerpo del crío, porque quería disfrutarlo y que no fuese solamente la llama de una lámpara de aceite, que se apaga de un soplido en cuanto el sueño te rinde. Y, por otro lado, temía que al meterlo en su intimidad no pudiese mantener en secreto ante el muchacho la verdadera identidad de Guzmán. Y eso si era un problema puesto que tarde o temprano descubriría que la moza tenía unos cojones y un badajo dignos de un potro que ya alcanzó la edad de reproducirse y cubrir a una buena potranca ya madura para abrirse de patas y dejarse montar. Aunque Guzmán era más potra que potro en ese sentido, lo mismo que lo sería Iñigo en cuanto el conde le rompiese el ano con el primer pollazo. Y Froilán comprendió las razones de Nuño, admirándose del sacrificio que tenía que ser para él no echar mano a un apetitoso bocado, cuyo padre se lo había servido en bandeja, casi aliñado para hincarle el diente.

Hubo un festejo sencillo pero animado, sin que faltasen buenas viandas y mejor vino, y el conde excusó a su barragana por no acudir con él, alegando que el viaje le había indispuesto el cuerpo. Y de ese modo se evitaba ponerla cerca del rey o de cualquier otro cortesano que pudiese reconocerla. Y el que se sentó muy cerca del conde, compartiendo con Ruper el banco de los otros pajes, fue Iñigo, que notaba como a cada minuto que pasaba junto a su señor, más le gustaba estar a su servicio y sentía una comezón en el estómago y en el pecho, no experimentada nunca anteriormente, que le tenía en un estado de ansiedad imprecisa, pero tan fuerte, que no dejaba ni por un instante de mirar la figura y los gestos viriles de su señor.

Ruper, ya avispado en temas de sexo entre los caballeros y sus pajes, le preguntó de muy buenas maneras si alguna vez compartía la cama con su amo. Iñigo no sabía como tomar esa pregunta y si debía molestarse con el otro paje. O, por el contrario, ser sincero consigo mismo y decir lo que deseaba ardientemente desde el inicio del viaje como paje de su señor. El tamborilero convertido en el amado paje de Don Froilán, miró fijamente al chico y volvió a preguntarle: “Todavía no te hizo suyo, verdad?”. “No”, contestó Iñigo sin levantar los ojos de una pierna de cordero. “Y ni siquiera te ha besado en la boca?”, inquirió Ruper. “No... Y no creo que un caballero deba hacer eso con su paje sin más ni más”, respondió el otro muchacho en tono que pretendía mostrar indignación.

Pero indignación con quién y por qué. Pues en realidad Iñigo se molestaba consigo mismo al no poder responder con una afirmación las preguntas de Ruper. Y en el fondo le dolía que su amo ni se hubiese molestado en considerar la idea de tocarlo. El conde era amable y hasta cariñoso cuando le hablaba, pero no pasaba de ser cortés su trato hacia el chico. Y jamás había notado Iñigo que su señor tuviese otras intenciones al acercarse a él que no fuesen para enseñarle a manejar un arma o darle una palmada en el hombro para animarlo y darle confianza en lo que hacía. Y eso le llevó a interrogarle a Ruper respecto al tipo de relación que mantenía con Don Froilán.

Y éste no se privó de contarle todo sin callarse ni los más mínimos detalles de los apasionados polvos que le metía su amo. E incluso que, mientras hablaban de esos temas, al chaval le dolía el culo porque se lo había follado su amo de una forma brutal antes de acudir a la cena del rey. Le confesó que le había dejado el agujero más abierto que las arcadas del claustro de un convento, pero que esa sensación de ardor y notar como la carne va recuperando su forma y el diámetro natural del ano, le producía un gozo tan grande como correrse con la verga de su señor clavada hasta el fondo del culo. Ruper le dijo a Iñigo que sus amos no sólo los escogían entre otros muchachos porque les gustase su cara y su cuerpo, sino también porque veían en ellos algo especial que les indicaba que serían buenas putas para darles placer. Y que cuando aprendían a ser las mejores zorras de las que hubiese conocido el amo, entonces los premiaban haciéndolos sus amados para disfrutarlos a diario cuantas veces le diese la gana al señor.

Iñigo quedó pensativo y pegó otro mordisco profundo a la pata del cordero que se estaba comiendo, pero reaccionó de pronto y le espetó a Ruper: “Joder!. Eso es ser un puto esclavo!”. Ruper soltó una carcajada, que pronto amortiguó con la mano, y contestó: “Sí. Un puto esclavo sexual. O una puta zorra, si prefieres ese término. Y que mejor destino para nosotros que ser el alivio de nuestros amos y su capricho a la hora de meter la polla en un agujero?. En cuanto pruebes al de tu señor no podrás vivir sin tenerla dentro del culo o de la boca y desearás haber sido su esclavo desde el mismo día en que naciste. En cuanto quiera usarte tu amo, entrégate sin ninguna reserva y disfruta su verga y su leche desde el primer momento. El conde es uno de los mejores machos del reino y su polla es un mito para todos los que suspiramos por ser tratados como mozas por otro hombre aunque tengamos cojones y pito. No dejes que otro bonito culo te pise el puesto de paje de tu señor”. “Pero tiene a Marta y la prefiere a ella. No he visto que se incline por ningún chaval para dejarla de lado y clavársela a él por el culo”, alegó Iñigo. Y Ruper le insinuó: “Si tu amo tuviese garantía de que sabes guardar un importante secreto, quizás estarías en su cama esta misma noche y amanecerías con el ojo del culo dilatado y rezumando semen. Dale a entender a tu señor que cuanto sepas y veas quedará sepultado en ti como en una tumba. Y te aseguró que tu vida cambiará para mejor y nunca lamentarás haberte abierto de piernas para que el conde entre en tu cuerpo”. Ruper bebió un buen trago de vino y continuó diciendo: “Y aunque te duela al principio, aguanta y relájate respirando hondo para que tu ano se abra y se trague todo el gran cacho de carne conque te va a perforar el ojete. A partir de que entre una vez, el resto será un gozo cada vez mayor y soñarás a todas horas con tenerla dentro del culo”. “Y si voy a su alcoba desnudo y me ofrezco mostrándole el trasero?”, preguntó Iñigo. “No!. Ni se te ocurra!. Tendrás que esperar a que él te desee y quiera usarte. Cuando llegue ese momento no hará falta que te diga nada porque te darás cuenta que va a gozarte y hacerte suyo. Que sea para siempre, sólo depende de ti”.

Iñigo agradeció los consejos de Ruper con su luminosa mirada azulada y le dio la mano en señal de eterna amistad. El chico tenía cada vez más claro cual era su destino y como tenía que servir al conde para agradarlo y complacerlo en todo, ya fuese como paje o como puta. En ese momento al chaval le daba igual una cosa que otra con tal de pertenecer para siempre a su señor. Y masticó despacio el resto de cordero que aún le quedaba, pero su apetito era más de sexo que de otro alimento, aunque debía continuar sentado hasta que la cena se diese por terminada y los señores abandonasen la mesa para retirarse a sus aposentos.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Capítulo XII


El conde y su séquito, apretaban el paso para llegar a Soria e iban ya al pie del cerro de la Muela, coronado por las ruinas de la heroica ciudad celtíbera, que durante dos décadas resistió el acoso de las legiones romanas, hasta que Publio Cornelio Escipión Emiliano, llamado El Africano Menor, por orden del senado de Roma, ataca ese bastión de dignidad y orgullo y rompe la resistencia de sus aguerridos defensores, arrasando la brava ciudad de Numancia. Altozano que como una bandeja barren los vientos gélidos del Moncayo, que arrastran sus restos y llevan el recuerdo de su memoria a las mentes de los hombres que habitan aquellos lugares, no dejando que olviden que el precio del honor y la libertad nunca es demasiado alto.

El tiempo se contenía y aún se notaban restos de la templanza del estío y no debían temer por el momento un intempestivo frío, propio del invierno en esa zona, una vez que la nieve quiere agarrarse a esas tierras tornándose hielo. Pasada la media mañana, el pendón real les dio la bienvenida desde lo alto de la torre del homenaje del gran castillo que, desde un cerro al sur de la población, se alza majestuoso tras sus almenadas murallas de piedra. Su altivez venía desde el año 868 en que Sulayman Ibn Abdus se sublevó contra el poder de Córdoba y se refugió en Medina Soria. Y ahora albergaba al rey de Castilla y León, así como a los grandes señores de su consejo y su reino.

Guzmán no quiso entrar en carro en aquella importante villa e iba montado en su caballo negro al lado de Iñigo. Los dos se fijaban en los campanarios de las iglesias, como la de Santo Domingo o San Pedro, sin olvidar la de San Juan de Duero, río que atraviesa la villa, y el convento de Santa Clara y otros, cuya fábrica, en piedra arenisca de tono ocre rojizo, se adorna con una bella factura de arcos de medio punto, sostenidos por capiteles labrados con adornos geométricos y figuras de cara inocente que miran con ojos muy abiertos. Al igual que sus portadas, ornadas en el centro, además, con un pantocrátor que, circundado de arcos concéntricos esculpidos con diferentes motivos ornamentales, preside el tímpano de la entrada. Llamaba la atención de los dos jóvenes la magnificencia de estos edificios religiosos comparados con la modestia de la mayoría de las casas de los sencillos habitantes de la villa, aunque entre ellas se alternase algún palacio o casón de mayor importancia y riqueza en la hechura, también en piedra, normalmente blasonado con las armas de sus moradores.

Nuño, aún sin ver para ellos, sabía lo admirados que estaban y con que avidez miraban todo cuanto aparecía a su paso, una vez que atravesaron las murallas de la urbe. Pero se limitaba a sonreír y echarles alguna mirada por el rabillo del ojo de cuando en cuando. Y, al verlos juntos tras él, se enorgulleció de ellos y deseó verlos cabalgar a su lado sin disfraces ni ropas que le privasen del placer de ver desnudos a los dos muchachos. Y se dijo en voz muy baja: “Qué guapos son estos dos cabritos de los cojones!. Son dos caras totalmente diferentes de una misma moneda. Y ambas son tan bellas y me atraen de tal modo, que si no amase tanto a uno de ellos, no sabría con cual de los dos quedarme. Y porque no viviría sin mi amado, al que adoro sobre todo y ante todo, no puedo quedarme sólo con uno y debo tener a los dos y amarlos como si fuesen uno solo. No sé si llegaré a querer a Iñigo tanto como a Guzmán, pero le verdad es que es tan hermoso y noble, que no puedo dejar de intentar saber hasta donde pueden llegar mis sentimientos hacía él y si mi corazón es capaz de albergarlo junto a mi amor absoluto y mi querida esposa y mis dos hijos, sin dejarlo de lado al preferir a los otros. No quiero que sea un mero capricho ni la fugaz pasión de un calentón contra un árbol, a la ribera de un río, o sobre un lecho en una noche de lujuriosa ceguera. Ya estimo demasiado a ese muchacho como para no respetar su cuerpo y pisotear su alma una vez que se entregue a mi capricho sin condiciones ni reservas. Quisiera que compartiese con Guzmán mi vida y mi cama. Y que, como él, sea el aire que llena mis pulmones y renueva la sangre de mis venas. Los dos los quiero como esclavos para ser objetos de mi pasión y mi sexo, pero también como tesoros de mi amor y mi alma para quererlos sin límite”.

Y como si Guzmán escuchase los pensamientos y deseos de su amo, el mancebo le dijo a Iñigo: “El conde, nuestro señor, es tan viril y hermoso que resulta imposible no desearlo y amarlo. Verdad?”. Iñigo, sin mirar a Marta, respondió: “Sí. Un hombre así te obliga a respetarlo y seguirlo hasta el fin del mundo. E incluso a desear ser suyo y servirlo en todo lo que él pueda apetecer... Si vos no estuvieseis con mi señor para aliviar su calentura y sus necesidades de macho, creo que para más de un joven de esta comitiva sería un honor servirle de remedio a falta de una mujer, antes de entregarse al alférez o a cualquier otro soldado”. “Es posible”, dijo Guzmán. Pero añadió: “No creo que mi señor se conformase con cualquiera de los zagales que nos acompañan. Porque si le gustase alguno de ellos, ya lo hubiese catado y le habría perforado el culo para descargar su cremosa leche en las tripas del chaval, como lo hace a veces en las de los dos eunucos además de preñar las mías”. E Iñigo se volvió hacia ella sorprendido y dijo: “Os la mete por el ano?”. “Sí. El conde no quiere bastardos y siempre me da por el culo”, contestó Marta.

El joven paje se quedó atónito y con la boca a medio cerrar y Guzmán le espetó: “A nuestro señor el gusta sobar un buen culo y jugar con el agujero para dilatarlo y clavarle más fácilmente su verga. Es muy gorda y larga y al principio cuesta tragarla y hasta duele. Pero cuando te acostumbras a ella, sientes un placer dentro de la barriga que no es comparable a nada. Algunos rapaces que la han probado dicen que no necesitan masturbarse la polla y se corren mientras el conde los folla. Eso, si él les permite vaciar los huevos. Porque si no lo autoriza deben aguantarse y retener el semen en los testículos aunque les revienten de tanta leche acumulada por el gusto que sienten en el culo. En eso salgo ganando porque mis orgasmos son internos y no tengo dolor de huevos por no eyacular... Pero me da con todas sus fuerzas y noto como mi carne se abre y el culo casi se parte en dos mitades. Sin embargo, cuanto más bestial es el polvo y me azota el trasero con más fuerza, más gozo y consigue que alcance el delirio entre sus brazos. Es el mejor macho que existe en el mundo”.

Iñigo estaba mudo porque no podía articular palabra. Las revelaciones de Marta lo habían anonadado y ya no sabía que pensar, puesto que su cerebro se negaba a razonar con claridad. Lo único que se destacaba en su cabeza, como una fijación, era que él podía servirle a su señor en todo. Incluso con su carne y sus nalgas. Y si su cuerpo le atraía, hasta pudiera ser que el conde quisiese usar su agujero para verter dentro de su vientre el semen espeso que tanto placer le daba a Marta al entrar en ella.

“Pero, si es tan grande, cómo va entrar por un agujero tan pequeño como el mío!”, exclamó Iñigo de repente. Y Marta contuvo la risa para no ofender al chico y le dijo: “Es grande y dura, pero entra por cualquier orificio por pequeño que parezca... Cuando cagas tus zurullos no son gruesos?”.

El chaval se puso rojo como una grana y miró al cuello de su caballo sin atreverse a decir nada, pero Guzmán añadió: “Vamos. Somos amigos y no debes avergonzarte por nada conmigo, porque antes de lo que nos imaginemos quizás compartamos otras intimidades. Si lo que sale por tu ano es gordo, también puede entrar algo grueso y rígido. Al principio de estar con mi señor yo también dudaba que su verga me entrase por el culo. Y, sin embargo, ahora podría meterme dos juntas del mismo calibre. La tuya es grande y gorda?”. Iñigo hizo un esfuerzo y respondió ya sin ceremonias al igual que ella: “No sé. Creo que es como la ...”. Se contuvo de decir la tuya y prosiguió: “No creo que sea como la de nuestro amo. Es de un tamaño normal para un chaval de mi edad. Pero no es pequeña ni delgada. Una así también costaría que entrase en mi culo”. “Y te gustaría metérsela a otro muchacho?”, preguntó Guzmán. “Eso nunca lo he pensado”, contestó el otro joven sin titubear. “Y a una mujer?”, insistió el mancebo. Iñigo ya no fue tan rápido y se lo pensó antes de responder. Pero no tardó demasiado en decir: “Tampoco. Quizás es que aún no encontré una mujer que me guste y me atraiga para hacerlo. Sólo tuve trato con mi hermana y mi madrastra. Y con ninguna de las dos podría tener ese tipo de relación”. “Pero en el castillo hay jóvenes criadas y otras zagalas de servicio?”, puntualizó Guzmán con mucha mala leche. “Tampoco pensé nunca en ellas de ese modo”, admitió el chico bajando la voz y los ojos.

Y enfrascados en su charla y sin darse cuenta se toparon con las puertas de la fortaleza real, que se abrían de par en par para franquear el paso al conde de Alguízar y a su séquito. Y en el patio de armas, al pie de la gran torre del homenaje, salía a su encuentro el rey Don Alfonso acompañado por Don Froilán y el resto de los prohombres de su consejo.