Autor: Maestro Andreas

Autor: Maestro Andreas
Autor Maestro Andreas

lunes, 7 de mayo de 2012

Capítulo CI

Ya divisaban las torres del castillo con el pendón del conde sobre la torre del homenaje. La cara de Nuño reflejaba la alegría del reencuentro con sus seres queridos y a quien primero besó, nada más echar pie a tierra en el patio de armas, fue a su esposa y luego a su dos hijos.
Blanca se echó en brazos de su hermano y lo abrazó loca de contento.
Y Sol le dijo al chico: “Lo que me contó tu hermana, aún siendo mucho, no hace justicia a tu hermosura...Eres un adonis, Iñigo”.
“Gracias, señora...Vos sois muy bella... Más de lo que había imaginado y eso que me hablaron de vuestra gracia y belleza”, respondió el chico.
“Fue mi marido quien te habló de mí? O esa idea que te hiciste sobre mi persona fue cosa de mi querido Yusuf?”
“De los dos, señora”, contestó Iñigo con una inclinación de cabeza muy gentil.

Al quedarse a solas con su marido, Sol le preguntó: “Iremos al panteón como de costumbre?”


“Hoy irás tú y le dirás a Guzmán que mañana, cuando haya descansado, iré a la torre... Que me espere como él sabe, porque estaremos solos todo el día... Y ahora deja que te haga el amor y recuerde como son tus pechos y tu sexo... Y ese aroma que eché de menos al no olerlo en tanto tiempo... Bésame, Sol, y luego me cuentas como has entretenido tus horas en compañía de Blanca”.

Sol no sólo besó al esposo, sino que se pegó a él diciendo: “Yo también extrañé tus caricias y tu fuerza, al igual que el cálido aroma del mancebo... Necesitaba sentirte dentro de mí otra vez... Bésame más y haz que vuele sobre tu vientre. Quiero cabalgar hasta perder el sentido”.

Follaron con frenesí hasta sudar lujuria por los poros y al quedar extenuados sobre el lecho, ella le agradeció los valiosos regalos que le trajera de esas ciudades que había recorrido y también le dijo que le escribiría a la reina correspondiendo a esa joya que le había enviado. Pero que el mejor de todos los obsequios era volver a tener cerca de nuevo a Guzmán y a él.
El conde, sin dejar de acariciarla le preguntó: “Lo amas tanto como yo, verdad?”.
Y la condesa contestó: “Sí. Ya sabes que él me hace sentir algo diferente al resto de lo seres que he conocido...Y aunque a ti te quiera con toda mi alma y me vuelvas loca con tu sexo, él me hace feliz tan sólo con oír su voz y ver sus ojos oscuros que relucen como si la luna estuviese dentro de ellos. Su mente es despierta y su ingenio me cautiva... Os necesito a los dos. Esa es la cuestión”.

“Y Blanca?”, preguntó Nuño.
“Ella es mi mejor amiga, pero nada más”, respondió Sol.
Y añadió: “Y su hermano, que significa para ti?”.
“Es el complemento del otro”, dijo Nuño.
Y ella quiso saber más: “Y para Guzmán?”
“Lo quiere mucho, pero no es su amor. Y le gusta estar con él”.
“Espero que no le hagáis daño, porque es un muchacho precioso. Y es posible que os ame a los dos”, objetó la dama.

 El conde volvía a atravesar el bosque negro yendo al trote y respirando el aire encantado que agitaba su ligera camisa de hilo y jugaba con las ramas más altas de los arboles y se acercó al río donde tantas veces se bañara con Guzmán y lo había amado sobre la hierba húmeda de sus orillas.
Brisa parecía tener querencia para ir a la torre y se movía inquieto escarbando la tierra con los cascos de las manos.
Volvieron a galopar ahora con más brío y alargando el tranco como si algo apurase al amo y al corcel para llegar a la solitaria torre.

Bajó el puente y se alzó la reja del rastrillo y sonaron las herraduras del caballo sobre los recios tablones que daban paso al patio de armas. El conde saltó a tierra y apareció en la puerta el mancebo.
Se acercó al amo y éste lo abrazó levantándolo del suelo como si su peso fuese el de una pluma.
El chico se enganchó al cuello del conde y le dio mil besos en toda la cara y la boca. Y exclamó: “Amo, al fin has venido! No sabes lo que te extraño!”
“Sí lo sé, porque yo te extraño lo mismo”, contestó el conde.
Y Guzmán le preguntó: “Por que no vino contigo Iñigo, amo?”
“Fue con su hermana a visitar a su padre. Pero volverán pronto y vendrá a verte”, respondió al amo. Y añadió: “Que has hecho en estos días que no pude vigilarte?”
El mancebo si soltarse del amo, respondió: “Jugar al ajedrez con Sol y también a los naipes. Y charlar con ella de muchas cosas, como siempre. Y divertirme con los eunucos y hacer rabiar a Bernardo”.
“Eso te valdrá una zurra”, afirmó el conde.
“Y también fui de caza”, agregó el chico. “
Tú solo?”, preguntó el amo.
“Sí, amo”, dijo el chaval.
Y Nuño le preguntó: “Y que has cazado?”
El mancebo cayó un instante como haciendo memoria y respondió: “Todas fueron piezas pequeñas, menos una que la encontré de casualidad cerca del río”.
“Conejos y liebres y un gamo solamente?”, inquirió el amo.
Y el muchacho añadió: “Sí, pero la de mayor tamaño no fue ni un gamo ni un corzo... Es un cachorro... Y lo traje para ti, mi señor”.
“Un cachorro de qué?”, preguntó el conde.
“De lobo, amo”, contestó el mancebo.
“Y que quieres que haga con su piel? Supongo que ya lo han desollado?”, dijo el amo.
“No...Todavía está vivo... Y yo creo que se trata de un perro asilvestrado. Y tú lo amaestrarás y sabrás domar su fiereza en poco tiempo, mi amo”.
 El conde exclamó: “No te entiendo! Si no llegaste a matarlo, cómo lo has traído hasta aquí siendo una fiera salvaje? Pudo haberte herido a matado!”
Y Guzmán le aclaró: “No amo... Cuando lo encontré estaba tirado en el suelo sin sentido y tenía una herida en la cabeza. Tropezara con unas raíces y al caer se golpeó contra una piedra y perdió el conocimiento. Y lo cargué sobre Siroco y los eunucos le curaron la herida, pero estuvo inconsciente bastante tiempo. Y al despertar se asustó y tuvimos que encadenarlo... Ahora está más tranquilo, porque nos va conociendo y al darle de comer y beber parece que ya comprende que no queremos hacerle daño. Pero por precaución lo tengo sujeto por el cuello con una cadena”.
“ Y dónde está ese animal?”, inquirió el conde.
“Ven, amo. Te enseñaré a tu cachorro... Verás como te gusta”, afirmó el mancebo agarrando de la mano al amo para llevarlo donde estaba el animal salvaje.
 Al conde le pareció raro que en lugar de ir hacía los corrales o las cuadras, Guzmán lo llevase escaleras arriba hacia la parte noble de la torre, pero lo siguió sin decir nada hasta que llegaron ante la puerta del dormitorio del conde. Y preguntó extrañado: “Has metido a un lobo en mi habitación?”
Y el chico, abriendo la puerta para que el conde viese el interior de la estancia, dijo: “Sí, amo... Ahí está el cachorro bien sujeto por el collar que lleva al cuello y esa cadena enganchada al muro...Acércate con cuidado, ya que al no conocerte puede intentar usar sus colmillos... Y los tiene muy afilados! Te lo aseguro. A poco más nos muerde a todos. Pero ahora yo no se le ven trazas de hacerlo. Aunque por si acaso no acerques la mano a su boca, amo”.

El conde entró despacio en la habitación y sin dejar de mirar al cachorro dijo: “Bonito pelaje cobrizo... Parece fuerte de patas... Y los ojos tienen fuego dentro. Sin embargo, ese color entre azul y gris le da una cierta frialdad a su mirada... Parece un buen ejemplar... Ya está curado de todo? No se le ve marca alguna de ese golpe que le dejó dormido...Está bajo el pelo?”
“Si, amo”, aclaró el mancebo.
Y le preguntó al amo: “Quieres que le quite el paño que lo cubre para verlo completo?”
 “Sí”, dijo Nuño.
Y Guzmán se aproximó al cachorro y dejó el cuerpo al aire.
Y el conde exclamó: “Se adivinaban bellas formas bajo la tela, pero la realidad supera mi imaginación. Está muy bien armado y tiene un lomo perfecto... Y unas ancas muy hermosas... Ya le has puesto nombre?”
“Ya tiene uno, amo. No me dio tiempo de saber mucho sobre él y sólo tengo la seguridad que era libre para moverse donde le daba la gana. Y, por lo que deduje, nadie lo buscará ni lo esperan en ninguna parte, mi señor... Y ahora es tuyo”, concluyó Guzmán.
“Por esta vez te libras de la azotaina por enfadar a Bernardo, porque me gusta esta criatura”, dijo el amo.
El cachorro miraba al mancebo y al conde alternativamente y sus manos apretaban los puños sin emitir un solo sonido por la boca. De vez en cuando parecía que apretaba también los dientes. Pero su espalda se mantenía derecha y su cabeza erguida como desafiando al hombre que acababa de ver por primera vez y que el otro joven le llamaba amo.

Y comenzaba otra nueva historia de dominio y persuasión para el conde feroz con esa pieza que su esclavo ponía a sus pies. Según recordaba ese cachorro, de pequeño le llamaban Sergio, pero él se hacía llamar Sergo, nada más. Y pese a su juventud, casi parecía un hombre de fuerte musculatura.


Pero ese relato quizás sea contado más tarde, desgranando nuevas aventuras y desvelos de Nuño y su amado esclavo. Por ahora sólo tengamos presente que es posible que ese otro ser entre a formar parte de la vida del conde feroz y del mancebo. Luego ya se verá en que queda todo este asunto y que complicaciones acarreará a los personajes el devenir de los tiempos que todavía deben sufrir y gozar.

Fin de la Segunda Parte